Antigua Fuente del Jardín del Alpargate
FUE TESTIGO
DE EXCEPCIÓN...
Efectivamente, esta simpática Fuente de finales del
siglo XIX, lo debió ver todo y en torno a ella se produjeron conversaciones que
hablaban del Jardín del Alpargate. Esta Fuente fue quitada a principios de los
años 1950, cuando trajeron en su lugar la de Puerta Nueva, en un principio
quitaron solo el pilón y dejaron su frontal posterior, que fue eliminado
totalmente cuando la nueva Fuente que trajeron de Puerta Nueva, la
retranquearon a su posición actual para alinearla con la Avenida de Barcelona
(1972).
El Jardín del Alpargate, ha sido y será el santo y
seña de mucha gente que ha vivido aquí y que por alguna razón tuvieron que
marcharse en algún momento del barrio. Primero fue el Campo de la Verdad , el Sector Sur y el
Barrio Cañero, los barrios que se llevaron a muchas gentes de estas casas. Pero
siempre que ellos han vuelto por aquí se han percatado del pino que se cayó, de
la altura que han tomado las palmeras o de la desaparición de los almendros que
tanto cuidaba Enriquito Ogallas, como si fuera el Jardín suyo.
Coincidiendo Con la marcha de Joaquina al frente de
la Taberna de
Pérez Barquero, y la llegada a dicha Taberna del cantinero del cuartel de
Lepanto, Luís del Río, se celebró en el recinto del Jardín, (1949-52), una verbena
popular. La verbena ocupó el redondel del Jardín y tuvo mucho éxito de público y actuaciones
que dieron un gran colorido. Los organizadores fueron la Hermandad del
Esparraguero, teniendo como cabeza organizadora, a un espigado hermano
pelirrojo que obedecía al nombre de “El Rojas”. Más tarde cogería el relevo en
la organización de esa verbena la propia Peña los Emires que fue fundada en la
Taberna de Pérez Barquero situada en la esquina con la Calle los Frailes, y la Peña Córdoba Soberana. En esta última
Peña destacaron los hermanos Domínguez, que además de arreglar nuestras calles
con su empresa, fueron los primeros "Cabos de Gastadores" que vimos
desfilar con la solemnidad propia de aquél Cuartel de Lepanto,
Luego está calle
Álvaro Paulo que estaba formada por casitas individuales que construyera el
Obispo don Adolfo Pérez Muñoz. Se construyeron otras iguales en la llamada
Cuesta de San Cayetano, en Campo Madre de Dios, por detrás de lo que hoy es el
cuartel de la Policía Nacional. Total, 99 viviendas en casas individuales. La
constructora benéfica que construyó estas casas fue la denominada "La
Solariega" Al frente de dicha
institución puso el obispo don Adolfo Pérez Muñoz al canónigo de la Catedral de
Córdoba el gaditano José Manuel Gallegos Rocafull..
Tenemos que decir que
éste canónigo gaditano de exquisita preparación intelectual, cuando estalló la
guerra civil se encontraba en Madrid como ayudante de cátedra de don Fernando
de los Ríos, significándose con la República, por lo que al terminar la guerra
decidió exiliarse a Méjico en donde permaneció hasta junio de 1963 en que
falleció de forma repentina cuando impartía su clase en la Universidad de
Jalisco.
Por carta y
comunicación telefónica se supo que su albaceas testamentario el Licenciado
Jorge Palacios Treviño, indicó al Cabildo de Córdoba la voluntad expresada por
don José Manuel Gallegos, de volver a España, comentario efectuado con motivo
de renovar su pasaporte en mayo de 1963. El Cabildo de la Catedral de Córdoba
de acuerdo con sus familiares de aquí de España, intentó en el 2012, repatriar
los restos del citado canónigo para depositar sus restos en la catedral de
Córdoba. Pero problemas de carácter legal y burocrático han impedido esta
repatriación. Se informó a su familia de esta circunstancia.
En esta Calle también
tuvo su importancia la fábrica de gaseosas el "El Marrubial", que
desgraciadamente cayó en desgracia cuando un accidente ocurrido en un pozo de
la citada fábrica le costó la vida a un albañil de nombre Rafael Almedina, muy
conocido en San Lorenzo y en la calle Escañeula, una de las calles más antiguas
de Córdoba. ..
También tuvo nombre
propio la Bodeguita "Los Arbolitos" que era como una continuación en
pequeño de las Bodegas de Cruz Conde, ya que uno de los dueños de la citada
Bodeguita, fue el singular "Pulgarín", hijo de aquel célebre
aficionado al cante que ganara en aquellos tiempos un concurso de cante jondo,
celebrado en la Plaza de Toros de los Tejares, y fue declarado ganador del
concurso por la duración del aplauso le dedicó..
Y como no recordar en
el extremo de esta calle al Colegio de "Doña Antonio" como todo el
mundo conocía a estas Escuelas para niñas del Marrubial, tenía dos clases, una
en la que estaba la citada doña Antonia Moreno, y en la otra estaba doña
Matilde Flores, Algunas suplencias como maestra las hacía doña Ana Requena,
hija del que tenía el despacho de vinos frente a los Juzgados de la calle Maese
Luis, y que obedecían al nombre de "Lagares Montillanos". Esta
escuela contaba incluso con Comedor para las niñas, y la cocinera era Concha Muñoz. Llamaba la atención en la
puerta de este Colegio las enormes moredas que existían. Por este Colegio
pasaron la mayoría de las niñas del Barrio, como las María, las Lucena, las
Arévalo, las de la Rubia, las Gavilán, las Roldán, las Espinosa, las Castilla,
las Trujillo, las Martínez, las Quiles, etc.
En el Jardín del Alpargate, había un personaje al
que todo el mundo le llamaba “Mariano” y su trabajo consistía en repartir vino
“garrafa al hombro” de la Bodega “El Pelotazo” que regentaba un tal Auro
Espinosa. Muchas veces daba la impresión de que se bebía “todo lo que le
quedaba en la garrafa" y algunas veces estaba un poco subido de tono. En
una ocasión y con motivo del entierro de un alto militar del Cuartel de
Lepanto, que vivía en los pabellones militares, la Plaza del Jardín estaba
llena de curiosos y expectación, todo el mundo guardaba respetuoso silencio.
Cuando más se respiraba el silencio y el luto del entierro, el amigo Mariano,
subido en el poyo del pilón de la fuente, lanzó un enorme grito diciendo: “Viva
el Látigo Negro” en alusión al cura que presidía el entierro y que no era otro
que el párroco de San Lorenzo, al que por su estatura y la sotana que llevaba
de pies a cabeza, Antonia Aguilera, le pondría ese apodo que encajaba con una
película que se estrenaba en el Cine Astoria de aquellos tiempos y que se
denominaba "El Látigo Negro".
En San Agustín había un matrimonio que tenía un
puesto de hortalizas a la entrada y conforme se salía del Pozanco. A principios
de los años 1950, quiso diversificar su negocio y puso un futbolín en la Calle Custodio , que
no le fue mal. Era cuando la distracción de los domingos de muchos jóvenes era
el juego del futbolín, y es que para todos no había dineros para ir al cine.
Pero este hombre quiso sacar su negocio a un sitio más abierto, y así a
mediados de los años 1950, puso su futbolín en pleno Jardín del Alpargate,
junto a la "Casa de la Turronera", (Luego estaría Supermercado Deza),
Allí este negocio del futbolín incrementó su actividad e ingresos y todo iba
viento en popa, pero un día el bueno de Domingo, que era un hombre de cierta
edad, pacifico y correcto, aunque algunas veces se subiría por las paredes al
“hacer caja” pues al sacar las pesetas rubias de los cuatro futbolines que
tenía se dio la sorpresa de que la mayoría de las monedas estaban sin estampar
y lógicamente sin valor monetario alguno. La verdad es que en el barrio había
mucha gente que trabajaba en la Electro
Mecánicas y allí como todos sabemos, se hicieron durante
muchos años, “los discos de la peseta rubia", en cantidad de muchos
millones para el Banco de España, y
cualquier gracioso, se trajo la cantidad suficiente para repartírselas a toda
la gente joven que jugaba al futbolín. A partir de aquel “chasco” el bueno de
Domingo, y a los futbolines en general les llegó su época de vacas flacas y
cerró.
Entre los personajes
singulares del Jardín del Alpargate, podemos citar al "Sorna",
personaje único e intransferible. Aunque vivía en la Calle el Agua,
siempre se consideró personaje del Jardín.…Hablamos de Manolo “el Sorna”,
hijo de otro famoso “Sorna”. como también era su padre. Quizás lo único que no
llevaba era el palillo en la boca como su progenitor, pero la cara, el gesto
permanente de pena, e incluso el algodón en la oreja, eran su fiel reflejo.
Parecía que pedía siempre clemencia. Comentaba con cierta gracia cómo en una
ocasión, el sastre del barrio, “Bimbela”, le hizo un traje y le sacó un pernil
más corto que otro. Por la prisa de la ceremonia a la que iba no tuvo tiempo de
devolverlo para su arreglo… Ni otra ropa que ponerse. Así que, de acuerdo con
el sastre, y con un bastón en la mano, se pasó toda la boda cojeando para
disimular la diferencia del pernil. Así era Manolo “el Sorna”, y no habrá un
sitio en Córdoba donde no hayan caído lágrimas de pena de este hombre, que
decía poco más o menos que: “trabajar es perder el tiempo en un sitio, cuando a
lo mejor estás perdiendo otras oportunidades”.
Aún así, trabajó en
multitud de empleos y conoció a muchos patronos pasajeros. Pero
desgraciadamente su historial laboral dio pocos quebraderos a ninguna
administración, ya que daba la impresión de que estaba en un "Ere
permanente". A este buen hombre, ocurrente como pocos, se le considera el
autor de la famosa Ley de Prevención de Riesgos Laborales. En
aquellos tiempos, años sesenta y setenta, el tenía ya una "Ley de
Oro: para evitar riesgos, hay que trabajar poco y madrugar menos. No
obstante, era muy previsor y llevaba siempre la su cuchara encima.
Otros personajes
singulares son Arturo Morales Contreras y Rafael Espejo Jiménez, prácticamente
de la misma edad, coincidieron en muchas aventuras juveniles, y además fueron
vecinos de los "Gatos" que eso es otro detalle importante. Sus
trayectorias profesionales llevaron a cada uno por distintos caminos. Rafael
Espejo fue un destacado profesor de talleres en la Universidad
Laboral y Arturo un gran profesional en la Electro Mecánicas.
En aquella Córdoba
que se nos fue, una aventura juvenil era recolectar suelas de alpargatas y
venderlas en Pedro Rojas. Cuando tenían dinero suficiente, solían ir de forma
ceremoniosa a una Confitería que había en la Calle Alfonso XIII
inaugurada en 1922. Se llamaba “La Confitería de la Mosca de
Oro”. Allí, al parecer, en lo alto del mostrador ponían unas bandejas de
pequeños cortadillos de cidra que los clientes habituales se comían en la
cantidad que les parecía y luego los pagaban. Pero ellos, que siempre andaban
escasos y justos de dineros, solían disfrutar y coger dos o tres cortadillos, y
ante la pregunta ¿cuántos han sido?,
invariablemente decían, han sido dos, uno cada uno. Tuvieron suerte de
que nunca les cogieron en el renuncio.
A mediados del siglo
XX todavía quedaban en los barrios populares algunos portales de zapateros. Así
en los años cincuenta teníamos un zapatero en el “Jardín del Alpargate” llamado
Francisco Morales Muñoz. Este hombre venía de las minas de Cerro Muriano, en
donde había nacido en 1888, y de joven trabajó en las minas de cobre de esa
localidad. Cuando contaba 24 años, formando parte de una cuadrilla de cinco
hombres, y cuando transitaban para acceder al pozo de nominado San Rafael
fueron sorprendidos por una enorme explosión, al parecer motivada por el
cigarrillo de uno de los del grupo, que de forma descuidada pasó por la
Santa Bárbara y provocó la explosión. Murieron sus cuatro compañeros y él
salió proyectado hacia el interior del pozo, quedando atrapado en unos
salientes de viga y suspendido por la pierna. Ésta, por el peso del cuerpo,
quedó prácticamente amputada en el acto. Desnudo totalmente después de la
explosión, lo recuperaron y fue trasladado al Hospital de Agudos donde le
atendieron. Salió del hospital con una pierna menos y su muleta.
Fue indemnizado con
1.500 pesetas, con lo que compró una piara de cabras y se dedicó a pastorearlas
por el campo de Cerro Muriano, muy cerca de donde dicen que se obtuvo la foto
de Robert Capa, denominada “la muerte del miliciano”. Con 28 años conoció a
Francisca Contreras, con la que se casó y tuvo nueve hijos. Ya casado, se
colocó en la Azucarera de Villarrubia, con el encargo de “aguador”. A
pesar de que andaba con una muleta caminaba con el cántaro al hombro con cierta
soltura. Dada su enorme dificultad en la pierna, optó por aprender el oficio de
zapatero, para lo que empezó enderezando puntillas en la Corredera, que
por aquellos tiempos, se consideraba como la “Universidad del Oficio”, pues
había un maestro zapatero en cada arco de la plaza.
Con el oficio
aprendido se instaló en el “Jardín del Alpargate”, muy cerca de su casa, y al
lado del taller de mármoles de Natividad Cortés. Su taller era como una
estafeta y llegó a considerarse la agencia EFE del barrio. Por allí pasaban,
“El Mora”, “El Sorna”, “El Negro”, “El Cuevas”, “El Tarugo”, “El Tormenta” y
“Los Gatos”, que lo ponían al corriente de todo lo que pasaba. Murió en el año
1961, pocos días antes de la boda de su hijo Arturo.
En el “Jardín del Alpargate”, los camiones de Francisco Vaquero, vecino de la zona, recogían diariamente a los trabajadores de la construcción que iban a la obra de la Universidad Laboral. Dicha obra la realizó la Empresa Agromán, que dispuso que los trabajadores se recogieran en el Jardín. Dentro de esos camiones, los trabajadores iban de pie, agarrados a unas barras horizontales que cruzaban el techo a modo de asideros. Allí no había uniformes, ni trajes de faena. En realidad los trabajadores iban con ropas multicolores y cada uno vestía como quería. Iban, hay que decirlo, hacinados unos junto a otros. Su edad media estaba entre los 20 y 35 años. Eran unos cinco los camiones que salían del jardín.
Aparte del personal,
también los camiones de Francisco Vaquero tuvieron a su cargo el traslado de
todo el cemento y los hierros que se necesitaron en la obra de la
Universidad Laboral. La arena y grava salieron del Río Guadalquivir, de la
cantera del Arenal. Rafael Lesmes Jaén “El Negro”, vecino del “Jardín del
Alpargate” en compañía de unos cuatrocientos trabajadores más, llenaban a golpe
de pala los camiones que diariamente las transportaban .
Este trabajo fue cosa
de 23 meses, de lunes a sábado, para lo que se cargaron unos 40 camiones
diarios, de un tamaño medio de seis metros cúbicos. La cantera de arena era de
tres propietarios, siendo el padre de Rafael Lesmes, vecino de la calle los
Ciegos, uno de ellos. Aquella obra supuso unos 700 millones de paladas,
(cargando y descargando), bien de arena o grava, en cuanto a cargas de camión
se refiere. Mientras que preparando y arrancando material de la cantera debió
suponer unos 300 millones de paladas.
El 18 de agosto de 1947, a las 10 de noche se
produjo una tremenda explosión en Cádiz que se dejó sentir en toda Andalucía.
Al día siguiente todo el mundo estaba ávido de enterarse realmente de los
motivos de aquella explosión, que tuvo lugar en unos polvorines de la armada
que poseía en Cádiz. Aquella noticia fue muy disimulada por las autoridades,
por lo que los medios de comunicación daban noticias muy escuetas. No obstante,
la radio oficial, Radio Nacional, solía dar partes informativos con relativa
regularidad. Pero de todas formas el pueblo en su mayoría al no tener aparatos
de radio, pocos podían enterarse. En este aspecto la taberna de Enrique
Ogallas, fue espléndida con el "Jardín del Alpargate", pues puso su
aparato de radio Telefunken, en voz alta y al servicio de los vecinos. En todos
los poyetes y bancos del Jardín, los vecinos escuchaban las noticias que decían
de la tremenda explosión. Igualmente al final del mismo mes ocurrió algo
parecido con la muerte de Manolete. Por aquellos tiempos, Ángel Ogallas, que
sustituiría a su padre al frente del Bar, trabajaba poco menos que de meritorio
en los Almacenes Galo y José Hernández.
Esta taberna estaba situada en el Jardín del
Alpargate, haciendo esquina con la calle los Frailes. Y en aquellos años
1945-50, llevó la taberna una mujer que le daba nombre de "Casa
Jaoquina". A esta mujer y ya con el
nombre de "Pérez Barquero", llegó a dicha taberna la familia de Luis
del Río, que había sido cantinero en el cercano Cuartel de Lepanto,
precisamente en aquellos años principios de los cincuenta se fundó la Peña los
Emires, entre los socios fundadores cabe destacar a Antonio Rodríguez y Rafael
Espejo.
El Bar Ogallas, fue, testigo inexorable de las
muchas cosas que acontecieron en el "Jardín del Alpargate". Este Bar
fue inaugurado por Enrique Ogallas, el día 2 de febrero del año 1922. Era el
tradicional día de la
Candelaria , y la gente de los barrios clásicos de Córdoba,
acudían a la zona del Arroyo de Pedroches para disfrutar de una merendilla.
"El Jardín del Alpargate", era paso casi obligado para la mayoría de
la gente que pasaban con su trozo de pan, su naranja, su pasta de pan de higo,
o su tableta de chocolate. Iban en muchos casos familias casi al completo para
cumplir con una tradición que era de antiguo. Algunos los más aventajados, se
llegaron a la taberna y cargaron un poco “las pilas” con vino. Pero la mayoría
cargaba el vino de la "Bodega El Pelotazo" de la familia de los
Espinosa, que supieron unir Córdoba con Cantabria, por el casamiento de Jesús
Espinosa con Mari Carmen, una de las dos hermanas que acompañaron al cura Novo
cuando llegó a Córdoba en 1954. Este Bar de Enrique Ogallas, siempre tuvo muy buena relación con los Cruz
Conde, ya que había sido empleado de ellos y al parecer en un principio los
Cruz Conde le pusieron la taberna. Fue precisamente don Rafael Cruz Conde,
quien sería más tarde alcalde de Córdoba, el que le propuso que se
viniera al Jardín para regentar una taberna propiedad suya.
Así que Enrique
Ogallas, se vino al barrio de soltero, y allí, en la casa de los Gavilán,
conocería
a la que seria su
esposa, Antonia Gavilán. Padrino de su boda fue el mismo don Rafael Cruz Conde,
celebrándose ésta en la Iglesia de San Lorenzo.
Luego sus hijos
Rafael y Enrique, que se casaron el mismo día, fueron apadrinados por don
Alfonso Cruz Conde, que también llegó a ser alcalde de Córdoba. Siendo alcalde
anuló en 1949 el titulo de “hijo maldito”, que pesaba sobre a D. Antonio Jaén
Morente, por una supuesta actuación suya durante la guerra civil. También D.
Alfonso Cruz Conde fue el presidente del Córdoba Club de Fútbol, que arrancó en
el año 1954, y al que popularmente llamaron “El Madrid Chiquito”.
D. Antonio Cruz
Conde, cuando sucedió a su hermano Alfonso en la Alcaldía, intentó
ajardinar muchas zonas de Córdoba, entre ellas las murallas de la
Ronda del Marrubial.
De la mucha gente que
iba al Arroyo de Pedroche, los más aventurados visitaban las cuevas de enfrente
de la Huerta de Don Marcos, que algunos eruditos relacionan con las
que se citan en “Polifemo y Galatea”,
obra célebre que Luis de Góngora escribió durante su estancia en esta Huerta.
Sea esto cierto o no, lo que sí es verdad es que el simpático Marchena “el de
la arena” venía a estas cuevas, y rascando las paredes, obtenía el polvillo
amarillo que luego vendía por las calles como “arena” para limpiar el aluminio.
Todavía se pueden ver las cuevas a la derecha del Puente de Hierro, conforme se
va para la Fuente de Palomera.
Nos recordaba Ángel
Ogallas, que con todo este trasiego de personas y gente del barrio, el debut
de la Taberna de Ogallas se saldó aquel día con una caja de 20 reales
y algo que seguramente dejaría a deber el padre del citado
“Sorna”. A este personaje le concedía la duda del crédito, porque
además de que le unía una gran amistad, llegó a ser su padrino de boda cuando
se casó con la singular “Quica”.
Al hacerse cargo de
la taberna su hijo Ángel, y aprovechando que su mujer era una excepcional
cocinera, entre sus variadas tapas puso una que se hizo célebre porque era un
plato único, consistente en una enorme albóndiga, a la que se pasó a llamar “el
albondigón”.
Una clienta fija que
tenía para este tipo de tapa era Mercedes, la mujer del “Cojo Miguel”, aquel
que tenía el puesto de arropías en la puerta del Cine Delicias, y que, o estaba
leyendo novelas del Oeste, o estaba vendiendo coca-colas en el fútbol o los
toros.
La taberna estaba
decorada a todo el largo del mostrador con fotografías de artistas del cine de
la época. Cuando estrenaron la “Túnica Sagrada” casi todos fuimos a ver la foto
de Víctor Mature, que era el héroe de la película y que colocó muy cerca de la
máquina del café, de la marca "Faema", nombre del equipo ciclista del
famoso “Velocista" español Miguel Poblet.
El último camarero
que tuvo esta taberna fue Francisco Fortea, de Palma del Río. Muchas mañanas se
sentaba en la Plaza de Juan Bernier, antiguo Convento de Santa María
de Gracia, según decía él, para meditar. Antes que existiera el Convento, había
en esta zona unas casas propiedad de don Pedro de Cárdenas, que alrededor del
año 1472 tuvieron de inquilino nada más y nada menos que a Gonzalo Fernández de
Córdoba, “El Gran Capitán” que pagó mil maravedíes por el alquiler de un año.
En el “Jardín del
Alpargate”, como había de todo, incluso hubo un estanco, que en un principio
estuvo regentado por los Alcántara, familia muy afincada en la plaza. Después
de la guerra se hizo cargo de este Estanco el mismo Enrique Ogallas y luego
volvió otra vez a manos de los Alcántara, que lo arrendaron a un
familiar de Concepción Murillo, que fue la que se quedó de dependienta.
Eran los tiempos de
las colas, el racionamiento y las sacas de los “Ideales”, los cigarros de
"Hebra", los “Caldo Gallina” y los cuarterones “verdes”, tabaco que fumaba
la mayoría de la gente del barrio, pues casi todo el mundo se liaba sus
cigarrillos, y en vez de paquete todo el mundo llevaba su “petaca”. El papel
“Bambú” se consumía tanto como el tabaco. Todo era a base de cerillas y
mecheros de yesca. Había un personaje llamado “El fiambre” que tenía una
habilidad especial para liar el cigarrillo. Incluso, a veces, lo liaba hasta
con una sola mano, como ya se veía en algunas películas del Oeste. El único
tabaco especial fuera de los citados, era una marca que se denominaba
“Ganador”, que era de los más caros. La tropa y el cuartel eran los principales
clientes de este estanco, que contaba con un surtido de postales, sellos de
correos y cartas.
Durante algún tiempo,
los soldados y la gente popular del barrio compraban “bajo cuerda” cigarros de
la marca “El Gorrión”, que vendía Miguel Martínez, el “Cojo del Cine
Delicias”. Eran cigarrillos fabricados por el inquieto y emprendedor empresario
Paco Saván, en su fábrica de Santa María de Gracia. El amigo Pepe Fernández,
eficaz encargado de los “Almacenes Moncar", nos relataba sobre las
habilidades de este singular empresario, que al parecer puso un bar denominado
"Bar Jamón" en San Pablo, y que solo duró hasta que se le acabaron
los jamones. Luego pondría una tienda moderna de Electrodomésticos llamada
" que también duró el tiempo justo en que se le acabó el depósito de los
electrodomésticos. Contaba Fermín Gómez Gutiérrez, que era tal la habilidad de
este Savan para iniciar negocios, que se quedaría con el enorme local que en la
calle Almonas (Gutiérrez de los Ríos), tenía "Sal de Duernas", para
poner un negocio de venta de aceitunas,
y le llegó a pagar el traspaso del local en aceitunas. Otro negocio que cuando
se acabaron las aceitunas con las que abrió el negocio (en depósito), cerraría
el negocio.
En aquellos tiempos
que no había ni televisión ni apenas aparatos de radio, los chavales nos
dedicábamos a coleccionar estampas que sacaban a la venta. En 1950, sacaron
unos cromos del personajes célebres como "Robín de los Bosques", con
una regular aceptación. Más tarde salió “el Ladrón de Bagdad”, que fue una
colección ya de palabras mayores, y de ello pueden dar fe "Casa
Fidela" cuyo quiosco de arropías estaba en Santa Ana, o "Casa Julia" una especie de
sultanilla que había en Santa María de Gracia, a la otra esquina del
"Horno de Doña Pepa" enfrente de la única casa que había en el
costado del Convento en la que vivía el dueño de la "Imprenta la
Puritana" Manuel Muñoz Quesada, el "Pimpollo" que era el nombre
que el le daba a un medio de vino que se solía tomar en el Gallo de María
Cristina.
..
Como no recordar de
aquella estampas del "Ladrón de Bagdad" y que también se vendían en
Casa Venancio, como eran "El Caballo Roto", el "Ciento ochenta y
seis" o la "Estera" sin duda las estampas más difíciles de
aquella interesante colección-
Las puertas del Gran
Teatro y el Duque de Rivas, eran lugares donde los domingos por la tarde se
hacían intercambios de estampas y toda clase de Tebeos. También en el Oratorio
Salesiano y en la puerta de su Teatro (Hoy Avanti), se formaban corros en donde
también se cambiaban estampas, Tebeos, y cromos. Y es que también estaban las
estampas del azafrán "Los Polluelos", que sin ser azafrán, era
solamente un colorante, costaba 15 céntimos de peseta y dentro traía la estampa
de un futbolista de Primera División, con las que se completaba un álbum. Con
la colección completa te entregaban una pelota de goma poco mayor que una
naranja de “California”, de aquellas que solo se comían por Navidad. La estampa
más difícil era la del portero del Sevilla "Bustos" Con ella,
prácticamente tenías toda la colección y te ibas a casa de los Alcántara,
esquina con la Calle el Agua y el Jardín del Alpargate, en donde el padre
de los citados Alcántara era el representante de los productos Viuda de Novelda
de Alicante.
El Cuartel de
Lepanto, fue un establecimiento militar que dio vida propia a la zona del
Jardín, pues se trataba de más de 700 personas, entre militares de reemplazo y
profesionales. Con todos los nombres que haya podido tener este
acuartelamiento, el nombre que se quedó unido para siempre a la gente del
Jardín fue ése de “Lepanto”. Poco a poco la presencia del Cuartel se fue
perdiendo en Córdoba, y toda su organización ha sido trasladada a Cerro Muriano,
donde actualmente está integrado el acuartelamiento.
En los años, 40, 50 y
60, del pasado siglo, los toques de trompeta, bien al izar o arriar la bandera
de España, llenaban de emoción los alrededores. El cabo 1º Caramel, lo sabía y
se recreaba en sus toques. Muchos viandantes se paraban en plan de respeto. No
cabe duda de que eran otros tiempos. A la hora del paseo se veían soldados
salir en todas direcciones y ello, en el fondo, suponía consumo y riqueza. Los
soldados que vivan de aquella época todavía recordarán algunos aquella “Carne
al Jerez” que se comía los Martes con sus patatitas a cuadros, a instancias del
por entonces sargento Anacleto Briones Calvo, personaje agradable de recordar.
A este cuartel solía
venir la tropa de la Legión cuando desfilaba en Semana Santa, constituyendo un
lugar de expectación para los aficionados a los desfiles, sobre todo la gente
joven. A estos legionarios, les salieron muchos imitadores por todos los
alrededores, especialmente en las Costanillas y Calle Montero. Los chavales
desfilaban de maravilla. De trompeta hacía el singular Luis Ranchal, que
habiendo sido voluntario en la Marina lo hacía fenomenal.
Toda Córdoba, en su
gran Semana Santa, solía disfrutar de estos desfiles. Además del Tercio Gran
Capitán de la Legión, que desfilaba con la Hermandad de la
Caridad, una gran compañía de honores de Lepanto, lo hacía con la
Hermandad de las Angustias. El Santo Entierro, también llevaba una
compañía de honores de Artillería 42. Hubo varios años en que se planteó una
bonita disputa en los desfiles, hasta el punto que se culminaban con una parada
militar en el Gran Capitán, en unos años en los que la Carrera Oficial pasaba
por allí. Para nosotros, lógicamente, los que mejor lo hacían eran los de
Lepanto. Al
llegar los pasos a la altura del Gobierno Civil, se colocaba el paso de cara al
edificio oficial y se despedía la tropa desfilando con toda solemnidad.
Todavía se recuerda
aquella espléndida escuadra de cabos gastadores, que encabezaba la compañía de
honores de Lepanto, formada, por los hermanos Domínguez, Luichi Sáiz, Pedro
Cámara, Rafael Ordóñez y “El Látigo”, entre otros. Aquello era marcialidad y
desfile.
Para desfile que puso
los “vellos de punta” fue el que tuvo lugar una tarde de junio de 1957, cuando,
con banda de música y todo, salió del Cuartel de Lepanto un contingente de unos
600 soldados (400 de ellos de Córdoba)
para embarcar en el Barco Cabo de Hornos y dirigirse a Sidi
Ifni, para participar en la guerra que allí le surgió a España. Su paso por el
Jardín del Alpargate y la Calle María Auxiliadora, se quedó
para el recuerdo. Se vivieron momentos de emoción contenida. En aquel desfile
de soldados jóvenes se pudo comprobar el miedo con el que se quedaron los
familiares cuando vieron con la marcialidad que iban al frente de guerra.
También fue
espectacular la toma de azoteas y tejados que se llevó a cabo en abril de 1976,
con motivo de la visita del Rey al Cuartel de Lepanto. Un contingente
importante de fuerzas armadas al mando del capitán José Villalonga Montero de
Espinosa, con sofisticado armamento a base de fusiles ZETA-70 y fusiles NATO,
miras con telescópicas incluidas, desde las alturas vigilaba por la seguridad
del monarca. Aquello fue un despliegue
excepcional.
Antonio Piedra
Trujillo, funcionario del cuerpo de la Policía Nacional, a finales de los años
sesenta empezó en la Avenida de la Viñuela la aventura de una pequeña bodeguita
donde se vendían toda clase de bebidas alcohólicas y algo de conservas y
quesos. El almacén inicial estaba en el “Jardín del Alpargate”. Con la puerta
entre abierta, la bebidas las repartía un espigado y desgarbado
repartidor. Antonio Piedra, poco a poco,
se fue haciendo fuerte en el negocio de las bebidas. Llegó incluso a ser
el proveedor casi de todo el sector de la hostelería de aquellos tiempos.
Conseguía precios en las bebidas embotelladas que por intermediarios, de
Galicia, de Huelva o de Madrid, eran más asequibles que los de las propias
fábricas en su origen.
Este hombre,
trabajador infatigable, alternó su trabajo de policía con la apertura de los
primeros establecimientos. Como policía, vivió en primera persona los
conflictos y las huelgas de la Electro Mecánicas y de la Westinghouse, en
aquellos tiempos de la transición política. Los que lo saben todo dicen que
para Antonio Piedra fue determinante la pequeña herencia que aportó su esposa y
el apoyo de sus hijos. Ello le hizo volcarse de lleno en este negocio. El
primero ya supermercado como tal, fue el del “Jardín del Alpargate”, donde
llegaron a estar las oficinas del negocio en una pequeña entreplanta a la vista
de todos. Al final de los años setenta el crecimiento fue casi exponencial. Una
de las primeras carniceras que tuvo, fue Carmelita, hermana del torero
“Chiquilín”. No cabe duda de que a Antonio Piedra la muerte de su hijo “Juani”,
en fatal accidente de coche en las cercanías de la Cerca de Lagartijo, supuso
un duro golpe para él y para el propio negocio.
Por otra parte
también tuvo su presencia en el Jardín del Alpargate, Supermercado Deza.
Antonio Deza empezó en la plaza de la Constitución (Corredera), como vendedor
pie a tierra en la puerta de la antigua Almotacén. Con sus ristras de ajos al
hombro, sus cuatro limones, el perejil, el laurel y las cornetillas picantes,
etc. etc. empezó a vender con un peso de platillo.
Alquiló una pequeña
nave en la Avenida de Jesús Rescatado, y allí abrió su primera tienda.
Dada su seriedad y eficacia para el negocio aquello fue cada vez funcionando
mejor, y puso la segunda tienda en Ciudad Jardín.
En el Jardín, habían
derribado la famosa casa de la “Turronera” con lo que desapareció el futbolín
de Domingo y el puesto de arropías de los "Córdoba"., y se fueron
vecinos como: Los López Tienda, Ángel Gallego, “El Séneca” “Los Secos”, Paquita
Torres, incluso la mujer de Rafael Gaitán, el “Pesca”. En ese solar con tanta
prosapia se ubicó Deza, en plena plaza.
De las primeras
personas que ayudaron a levantar aquello hay que citar a Toñi, a Conchi, a
Juani y al nieto del Claus de San Juan de Letrán, como encargado. El asustado
encargado fue precisamente el que salió a la calle en el sorteo de la Navidad
de 1992, diciendo:
“Nos ha tocado un
premio gordo”.
… Y es que había
tocado el 2º premio en el número 42.890, lo que suponía repartir más de 15.000
millones de pesetas entre la clientela de Deza en Córdoba. Hasta Carmela la
Piconera, que estaba en Navarra, pilló parte del premio, y todavía sorprende a
muchos, como sin móviles, sin AVE, y sin otros medios modernos de comunicación,
al otro día del sorteo ya estaba en Córdoba dispuesta para cobrar su premio. El
pago de los recibos fue modélico; a pesar de ser pequeñas participaciones no
hubo ningún contratiempo.
Este simpático
barbero empezó a trabajar en Casa de “Curreles”, compañero del “Sorna padre” en
el ramo de la loterías. De allí pasó al “Jardín del Alpargate” donde se dio a
conocer como gran aficionado al cante de “Palanca”, al que vio todas las veces
que éste vino al Coliseo San Andrés. Desde su barbería fue testigo de todo lo
que acontecía en el Jardín, pues cuando no estaba pelando siempre estaba en la
puerta oteando el horizonte.
Mantenía una
simpática teoría en el sentido de que en su casa de la Calle Buenos Vinos, que
en tiempos de la Edad Media fue posada, fue en la que tuvo lugar el encuentro
entre Cristóbal Colón y Beatriz Enríquez, que tiempos más tarde, tendrían un
hijo en común llamado Fernando Colón. Y esa idea no había quien se la quitara
de la cabeza.
También vivía cerca
de la casa de la "turronera" la simpática "María la
Valdera" mujer de costumbres antiguas heredadas de sus padres. Era una
experta en el empleo de las mismas "sanguijuelas", para curar
determinadas infecciones e inflamaciones. Para ello disponía de una pequeña
Orza llena de este tipo de gusano, "que chupaba la sangre", dando
lugar a curativas sangrías, que curaba muchas infecciones. Quizás ella nunca lo
supo, pero en los tratados de medicina curativa de la antigua Grecia, Roma y
Siria, aparecen estas técnicas.
A ella acudía gente
de todo el barrio y de otros sitios, con inflamaciones y dolores que resolvía
con sus “animalitos”. Este “gusanito” tenía poderes calmantes y cicatrizantes,
ya que su saliva contiene anestésicos, antibióticos y anticoagulantes que dan
impulso al sangrado veloz, ya que reducen la presión sobre las venas y permite
formar nuevas conexiones sanguíneas.
A la mayoría de las
personas no les cobraba nada, porque se trataba de gente sencilla y popular.
Otra especialidad que tenía era la de fajar a los niños cuando de pequeñitos se
“quebraban”, Tanto por un trabajo como por otro, casi siempre le pagaban en
especie para el consumo domestico: harina, garbanzos, legumbres, y cosas para
comer. De algunas farmacias, sobre todo del Centro, solían venir a pedirle
sanguijuelas que ella facilitaba a un precio módico. Su marido, era el que las
localizaba en los lodos de agua dulce.
Un día se le dio el
caso de que atendió a una chiquilla de la calle de Álvar Rodríguez. Cuando la
curó, la madre le pagó con media docena de unas pastillas de jabón de la Casa
Carbonell. No tendría importancia este hecho si no fuera porque poco tiempo
antes habían despedido a un trabajador del barrio que trapicheaba con estas
pastillas de jabón.