domingo, 1 de marzo de 2020

TESTIGO DE EXCEPCIÓN

Antigua Fuente del Jardín del Alpargate



FUE TESTIGO DE EXCEPCIÓN...

Efectivamente, esta simpática Fuente de finales del siglo XIX, lo debió ver todo y en torno a ella se produjeron conversaciones que hablaban del Jardín del Alpargate. Esta Fuente fue quitada a principios de los años 1950, cuando trajeron en su lugar la de Puerta Nueva, en un principio quitaron solo el pilón y dejaron su frontal posterior, que fue eliminado totalmente cuando la nueva Fuente que trajeron de Puerta Nueva, la retranquearon a su posición actual para alinearla con la Avenida de Barcelona (1972).

El Jardín del Alpargate, ha sido y será el santo y seña de mucha gente que ha vivido aquí y que por alguna razón tuvieron que marcharse en algún momento del barrio. Primero fue el Campo de la Verdad, el Sector Sur y el Barrio Cañero, los barrios que se llevaron a muchas gentes de estas casas. Pero siempre que ellos han vuelto por aquí se han percatado del pino que se cayó, de la altura que han tomado las palmeras o de la desaparición de los almendros que tanto cuidaba Enriquito Ogallas, como si fuera el Jardín suyo.

Coincidiendo Con la marcha de Joaquina al frente de la Taberna de Pérez Barquero, y la llegada a dicha Taberna del cantinero del cuartel de Lepanto, Luís del Río, se celebró en el recinto del Jardín, (1949-52), una verbena popular. La verbena ocupó el redondel del Jardín  y tuvo mucho éxito de público y actuaciones que dieron un gran colorido. Los organizadores fueron la Hermandad del Esparraguero, teniendo como cabeza organizadora, a un espigado hermano pelirrojo que obedecía al nombre de “El Rojas”. Más tarde cogería el relevo en la organización de esa verbena la propia Peña los Emires que fue fundada en la Taberna de Pérez Barquero situada en la esquina con la Calle los Frailes,  y la Peña Córdoba Soberana. En esta última Peña destacaron los hermanos Domínguez, que además de arreglar nuestras calles con su empresa, fueron los primeros "Cabos de Gastadores" que vimos desfilar con la solemnidad propia de aquél Cuartel de Lepanto,

Luego está calle Álvaro Paulo que estaba formada por casitas individuales que construyera el Obispo don Adolfo Pérez Muñoz. Se construyeron otras iguales en la llamada Cuesta de San Cayetano, en Campo Madre de Dios, por detrás de lo que hoy es el cuartel de la Policía Nacional. Total, 99 viviendas en casas individuales. La constructora benéfica que construyó estas casas fue la denominada "La Solariega"  Al frente de dicha institución puso el obispo don Adolfo Pérez Muñoz al canónigo de la Catedral de Córdoba el gaditano José Manuel Gallegos Rocafull..

Tenemos que decir que éste canónigo gaditano de exquisita preparación intelectual, cuando estalló la guerra civil se encontraba en Madrid como ayudante de cátedra de don Fernando de los Ríos, significándose con la República, por lo que al terminar la guerra decidió exiliarse a Méjico en donde permaneció hasta junio de 1963 en que falleció de forma repentina cuando impartía su clase en la Universidad de Jalisco.

Por carta y comunicación telefónica se supo que su albaceas testamentario el Licenciado Jorge Palacios Treviño, indicó al Cabildo de Córdoba la voluntad expresada por don José Manuel Gallegos, de volver a España, comentario efectuado con motivo de renovar su pasaporte en mayo de 1963. El Cabildo de la Catedral de Córdoba de acuerdo con sus familiares de aquí de España, intentó en el 2012, repatriar los restos del citado canónigo para depositar sus restos en la catedral de Córdoba. Pero problemas de carácter legal y burocrático han impedido esta repatriación. Se informó a su familia de esta circunstancia.

En esta Calle también tuvo su importancia la fábrica de gaseosas el "El Marrubial", que desgraciadamente cayó en desgracia cuando un accidente ocurrido en un pozo de la citada fábrica le costó la vida a un albañil de nombre Rafael Almedina, muy conocido en San Lorenzo y en la calle Escañeula, una de las calles más antiguas de Córdoba. ..

También tuvo nombre propio la Bodeguita "Los Arbolitos" que era como una continuación en pequeño de las Bodegas de Cruz Conde, ya que uno de los dueños de la citada Bodeguita, fue el singular "Pulgarín", hijo de aquel célebre aficionado al cante que ganara en aquellos tiempos un concurso de cante jondo, celebrado en la Plaza de Toros de los Tejares, y fue declarado ganador del concurso por la duración del aplauso le dedicó..

Y como no recordar en el extremo de esta calle al Colegio de "Doña Antonio" como todo el mundo conocía a estas Escuelas para niñas del Marrubial, tenía dos clases, una en la que estaba la citada doña Antonia Moreno, y en la otra estaba doña Matilde Flores, Algunas suplencias como maestra las hacía doña Ana Requena, hija del que tenía el despacho de vinos frente a los Juzgados de la calle Maese Luis, y que obedecían al nombre de "Lagares Montillanos". Esta escuela contaba incluso con Comedor para las niñas, y la cocinera era  Concha Muñoz. Llamaba la atención en la puerta de este Colegio las enormes moredas que existían. Por este Colegio pasaron la mayoría de las niñas del Barrio, como las María, las Lucena, las Arévalo, las de la Rubia, las Gavilán, las Roldán, las Espinosa, las Castilla, las Trujillo, las Martínez, las Quiles, etc.

En el Jardín del Alpargate, había un personaje al que todo el mundo le llamaba “Mariano” y su trabajo consistía en repartir vino “garrafa al hombro” de la Bodega “El Pelotazo” que regentaba un tal Auro Espinosa. Muchas veces daba la impresión de que se bebía “todo lo que le quedaba en la garrafa" y algunas veces estaba un poco subido de tono. En una ocasión y con motivo del entierro de un alto militar del Cuartel de Lepanto, que vivía en los pabellones militares, la Plaza del Jardín estaba llena de curiosos y expectación, todo el mundo guardaba respetuoso silencio. Cuando más se respiraba el silencio y el luto del entierro, el amigo Mariano, subido en el poyo del pilón de la fuente, lanzó un enorme grito diciendo: “Viva el Látigo Negro” en alusión al cura que presidía el entierro y que no era otro que el párroco de San Lorenzo, al que por su estatura y la sotana que llevaba de pies a cabeza, Antonia Aguilera, le pondría ese apodo que encajaba con una película que se estrenaba en el Cine Astoria de aquellos tiempos y que se denominaba "El Látigo Negro".

En San Agustín había un matrimonio que tenía un puesto de hortalizas a la entrada y conforme se salía del Pozanco. A principios de los años 1950, quiso diversificar su negocio y puso un futbolín en la Calle Custodio, que no le fue mal. Era cuando la distracción de los domingos de muchos jóvenes era el juego del futbolín, y es que para todos no había dineros para ir al cine. Pero este hombre quiso sacar su negocio a un sitio más abierto, y así a mediados de los años 1950, puso su futbolín en pleno Jardín del Alpargate, junto a la "Casa de la Turronera", (Luego estaría Supermercado Deza), Allí este negocio del futbolín incrementó su actividad e ingresos y todo iba viento en popa, pero un día el bueno de Domingo, que era un hombre de cierta edad, pacifico y correcto, aunque algunas veces se subiría por las paredes al “hacer caja” pues al sacar las pesetas rubias de los cuatro futbolines que tenía se dio la sorpresa de que la mayoría de las monedas estaban sin estampar y lógicamente sin valor monetario alguno. La verdad es que en el barrio había mucha gente que trabajaba en la Electro Mecánicas y allí como todos sabemos, se hicieron durante muchos años, “los discos de la peseta rubia", en cantidad de muchos millones para el Banco de España,  y cualquier gracioso, se trajo la cantidad suficiente para repartírselas a toda la gente joven que jugaba al futbolín. A partir de aquel “chasco” el bueno de Domingo, y a los futbolines en general les llegó su época de vacas flacas y cerró.

Entre los personajes singulares del Jardín del Alpargate, podemos citar al "Sorna", personaje único e intransferible. Aunque vivía en la Calle el Agua, siempre se consideró personaje del Jardín.…Hablamos de Manolo “el Sorna”, hijo de otro famoso “Sorna”. como también era su padre. Quizás lo único que no llevaba era el palillo en la boca como su progenitor, pero la cara, el gesto permanente de pena, e incluso el algodón en la oreja, eran su fiel reflejo. Parecía que pedía siempre clemencia. Comentaba con cierta gracia cómo en una ocasión, el sastre del barrio, “Bimbela”, le hizo un traje y le sacó un pernil más corto que otro. Por la prisa de la ceremonia a la que iba no tuvo tiempo de devolverlo para su arreglo… Ni otra ropa que ponerse. Así que, de acuerdo con el sastre, y con un bastón en la mano, se pasó toda la boda cojeando para disimular la diferencia del pernil. Así era Manolo “el Sorna”, y no habrá un sitio en Córdoba donde no hayan caído lágrimas de pena de este hombre, que decía poco más o menos que: “trabajar es perder el tiempo en un sitio, cuando a lo mejor estás perdiendo otras oportunidades”.

Aún así, trabajó en multitud de empleos y conoció a muchos patronos pasajeros. Pero desgraciadamente su historial laboral dio pocos quebraderos a ninguna administración, ya que daba la impresión de que estaba en un "Ere permanente". A este buen hombre, ocurrente como pocos, se le considera el autor de la  famosa Ley de Prevención de Riesgos Laborales. En aquellos tiempos, años sesenta y setenta, el tenía ya una "Ley de Oro: para evitar riesgos, hay que trabajar poco y madrugar menos. No obstante, era muy previsor y llevaba siempre la su cuchara encima.

Otros personajes singulares son Arturo Morales Contreras y Rafael Espejo Jiménez, prácticamente de la misma edad, coincidieron en muchas aventuras juveniles, y además fueron vecinos de los "Gatos" que eso es otro detalle importante. Sus trayectorias profesionales llevaron a cada uno por distintos caminos. Rafael Espejo fue un destacado profesor de talleres en la Universidad Laboral y Arturo un gran profesional en la Electro Mecánicas.

En aquella Córdoba que se nos fue, una aventura juvenil era recolectar suelas de alpargatas y venderlas en Pedro Rojas. Cuando tenían dinero suficiente, solían ir de forma ceremoniosa a una Confitería que había en la Calle Alfonso XIII inaugurada en 1922. Se llamaba “La Confitería de la Mosca de Oro”. Allí, al parecer, en lo alto del mostrador ponían unas bandejas de pequeños cortadillos de cidra que los clientes habituales se comían en la cantidad que les parecía y luego los pagaban. Pero ellos, que siempre andaban escasos y justos de dineros, solían disfrutar y coger dos o tres cortadillos, y ante la pregunta ¿cuántos han sido?,  invariablemente decían, han sido dos, uno cada uno. Tuvieron suerte de que nunca les cogieron en el renuncio.

A mediados del siglo XX todavía quedaban en los barrios populares algunos portales de zapateros. Así en los años cincuenta teníamos un zapatero en el “Jardín del Alpargate” llamado Francisco Morales Muñoz. Este hombre venía de las minas de Cerro Muriano, en donde había nacido en 1888, y de joven trabajó en las minas de cobre de esa localidad. Cuando contaba 24 años, formando parte de una cuadrilla de cinco hombres, y cuando transitaban para acceder al pozo de nominado San Rafael fueron sorprendidos por una enorme explosión, al parecer motivada por el cigarrillo de uno de los del grupo, que de forma descuidada pasó por la Santa Bárbara y provocó la explosión. Murieron sus cuatro compañeros y él salió proyectado hacia el interior del pozo, quedando atrapado en unos salientes de viga y suspendido por la pierna. Ésta, por el peso del cuerpo, quedó prácticamente amputada en el acto. Desnudo totalmente después de la explosión, lo recuperaron y fue trasladado al Hospital de Agudos donde le atendieron. Salió del hospital con una pierna menos y su muleta.

Fue indemnizado con 1.500 pesetas, con lo que compró una piara de cabras y se dedicó a pastorearlas por el campo de Cerro Muriano, muy cerca de donde dicen que se obtuvo la foto de Robert Capa, denominada “la muerte del miliciano”. Con 28 años conoció a Francisca Contreras, con la que se casó y tuvo nueve hijos. Ya casado, se colocó en la Azucarera de Villarrubia, con el encargo de “aguador”. A pesar de que andaba con una muleta caminaba con el cántaro al hombro con cierta soltura. Dada su enorme dificultad en la pierna, optó por aprender el oficio de zapatero, para lo que empezó enderezando puntillas en la Corredera, que por aquellos tiempos, se consideraba como la “Universidad del Oficio”, pues había un maestro zapatero en cada arco de la plaza.

Con el oficio aprendido se instaló en el “Jardín del Alpargate”, muy cerca de su casa, y al lado del taller de mármoles de Natividad Cortés. Su taller era como una estafeta y llegó a considerarse la agencia EFE del barrio. Por allí pasaban, “El Mora”, “El Sorna”, “El Negro”, “El Cuevas”, “El Tarugo”, “El Tormenta” y “Los Gatos”, que lo ponían al corriente de todo lo que pasaba. Murió en el año 1961, pocos días antes de la boda de su hijo Arturo.

En el “Jardín del Alpargate”, los camiones de Francisco Vaquero, vecino de la zona, recogían diariamente a los trabajadores de la construcción que iban a la obra de la Universidad Laboral. Dicha obra la realizó la Empresa Agromán, que dispuso que los trabajadores se recogieran en el Jardín.  Dentro de esos camiones, los trabajadores iban de pie, agarrados a unas barras horizontales que cruzaban el techo a modo de asideros. Allí no había uniformes, ni trajes de faena. En  realidad los trabajadores iban con ropas multicolores y cada uno vestía como quería. Iban, hay que decirlo, hacinados unos junto a otros. Su edad media estaba entre los 20 y 35 años. Eran unos cinco los camiones que salían del jardín.

Aparte del personal, también los camiones de Francisco Vaquero tuvieron a su cargo el traslado de todo el cemento y los hierros que se necesitaron en la obra de la Universidad Laboral. La arena y grava salieron del Río Guadalquivir, de la cantera del Arenal. Rafael Lesmes Jaén “El Negro”, vecino del “Jardín del Alpargate” en compañía de unos cuatrocientos trabajadores más, llenaban a golpe de pala los camiones que diariamente las transportaban .

Este trabajo fue cosa de 23 meses, de lunes a sábado, para lo que se cargaron unos 40 camiones diarios, de un tamaño medio de seis metros cúbicos. La cantera de arena era de tres propietarios, siendo el padre de Rafael Lesmes, vecino de la calle los Ciegos, uno de ellos. Aquella obra supuso unos 700 millones de paladas, (cargando y descargando), bien de arena o grava, en cuanto a cargas de camión se refiere. Mientras que preparando y arrancando material de la cantera debió suponer unos 300 millones de paladas.

El 18 de agosto de 1947, a las 10 de noche se produjo una tremenda explosión en Cádiz que se dejó sentir en toda Andalucía. Al día siguiente todo el mundo estaba ávido de enterarse realmente de los motivos de aquella explosión, que tuvo lugar en unos polvorines de la armada que poseía en Cádiz. Aquella noticia fue muy disimulada por las autoridades, por lo que los medios de comunicación daban noticias muy escuetas. No obstante, la radio oficial, Radio Nacional, solía dar partes informativos con relativa regularidad. Pero de todas formas el pueblo en su mayoría al no tener aparatos de radio, pocos podían enterarse. En este aspecto la taberna de Enrique Ogallas, fue espléndida con el "Jardín del Alpargate", pues puso su aparato de radio Telefunken, en voz alta y al servicio de los vecinos. En todos los poyetes y bancos del Jardín, los vecinos escuchaban las noticias que decían de la tremenda explosión. Igualmente al final del mismo mes ocurrió algo parecido con la muerte de Manolete. Por aquellos tiempos, Ángel Ogallas, que sustituiría a su padre al frente del Bar, trabajaba poco menos que de meritorio en los Almacenes Galo y José Hernández.

Esta taberna estaba situada en el Jardín del Alpargate, haciendo esquina con la calle los Frailes. Y en aquellos años 1945-50, llevó la taberna una mujer que le daba nombre de "Casa Jaoquina". A esta mujer  y ya con el nombre de "Pérez Barquero", llegó a dicha taberna la familia de Luis del Río, que había sido cantinero en el cercano Cuartel de Lepanto, precisamente en aquellos años principios de los cincuenta se fundó la Peña los Emires, entre los socios fundadores cabe destacar a Antonio Rodríguez y Rafael Espejo.

El Bar Ogallas, fue, testigo inexorable de las muchas cosas que acontecieron en el "Jardín del Alpargate". Este Bar fue inaugurado por Enrique Ogallas, el día 2 de febrero del año 1922. Era el tradicional día de la Candelaria, y la gente de los barrios clásicos de Córdoba, acudían a la zona del Arroyo de Pedroches para disfrutar de una merendilla. "El Jardín del Alpargate", era paso casi obligado para la mayoría de la gente que pasaban con su trozo de pan, su naranja, su pasta de pan de higo, o su tableta de chocolate. Iban en muchos casos familias casi al completo para cumplir con una tradición que era de antiguo. Algunos los más aventajados, se llegaron a la taberna y cargaron un poco “las pilas” con vino. Pero la mayoría cargaba el vino de la "Bodega El Pelotazo" de la familia de los Espinosa, que supieron unir Córdoba con Cantabria, por el casamiento de Jesús Espinosa con Mari Carmen, una de las dos hermanas que acompañaron al cura Novo cuando llegó a Córdoba en 1954. Este Bar de Enrique Ogallas,  siempre tuvo muy buena relación con los Cruz Conde, ya que había sido empleado de ellos y al parecer en un principio los Cruz Conde le pusieron la taberna. Fue precisamente don Rafael Cruz Conde, quien sería más tarde alcalde de Córdoba,  el que le propuso que se viniera al Jardín para regentar una taberna propiedad suya.

Así que Enrique Ogallas, se vino al barrio de soltero, y allí, en la casa de los Gavilán, conocería
a la que seria su esposa, Antonia Gavilán. Padrino de su boda fue el mismo don Rafael Cruz Conde, celebrándose ésta en la Iglesia de San Lorenzo.

Luego sus hijos Rafael y Enrique, que se casaron el mismo día, fueron apadrinados por don Alfonso Cruz Conde, que también llegó a ser alcalde de Córdoba. Siendo alcalde anuló en 1949 el titulo de “hijo maldito”, que pesaba sobre a D. Antonio Jaén Morente, por una supuesta actuación suya durante la guerra civil. También D. Alfonso Cruz Conde fue el presidente del Córdoba Club de Fútbol, que arrancó en el año 1954, y al que popularmente llamaron “El Madrid Chiquito”.

D. Antonio Cruz Conde, cuando sucedió a su hermano Alfonso en la Alcaldía, intentó ajardinar muchas zonas de Córdoba, entre ellas las murallas de la Ronda del Marrubial.

De la mucha gente que iba al Arroyo de Pedroche, los más aventurados visitaban las cuevas de enfrente de la Huerta de Don Marcos, que algunos eruditos relacionan con las que se citan en “Polifemo y Galatea”, obra célebre que Luis de Góngora escribió durante su estancia en esta Huerta. Sea esto cierto o no, lo que sí es verdad es que el simpático Marchena “el de la arena” venía a estas cuevas, y rascando las paredes, obtenía el polvillo amarillo que luego vendía por las calles como “arena” para limpiar el aluminio. Todavía se pueden ver las cuevas a la derecha del Puente de Hierro, conforme se va para la Fuente de Palomera.

Nos recordaba Ángel Ogallas, que con todo este trasiego de personas y gente del barrio, el debut de la Taberna de Ogallas se saldó aquel día con una caja de 20 reales y algo que seguramente dejaría a deber el padre del citado “Sorna”.  A este personaje le concedía la duda del crédito, porque además de que le unía una gran amistad, llegó a ser su padrino de boda cuando se casó con la singular “Quica”.

Al hacerse cargo de la taberna su hijo Ángel, y aprovechando que su mujer era una excepcional cocinera, entre sus variadas tapas puso una que se hizo célebre porque era un plato único, consistente en una enorme albóndiga, a la que se pasó a llamar “el albondigón”.

Una clienta fija que tenía para este tipo de tapa era Mercedes, la mujer del “Cojo Miguel”, aquel que tenía el puesto de arropías en la puerta del Cine Delicias, y que, o estaba leyendo novelas del Oeste, o estaba vendiendo coca-colas en el fútbol o los toros.

La taberna estaba decorada a todo el largo del mostrador con fotografías de artistas del cine de la época. Cuando estrenaron la “Túnica Sagrada” casi todos fuimos a ver la foto de Víctor Mature, que era el héroe de la película y que colocó muy cerca de la máquina del café, de la marca "Faema", nombre del equipo ciclista del famoso “Velocista" español Miguel Poblet.

El último camarero que tuvo esta taberna fue Francisco Fortea, de Palma del Río. Muchas mañanas se sentaba en la Plaza de Juan Bernier, antiguo Convento de Santa María de Gracia, según decía él, para meditar. Antes que existiera el Convento, había en esta zona unas casas propiedad de don Pedro de Cárdenas, que alrededor del año 1472 tuvieron de inquilino nada más y nada menos que a Gonzalo Fernández de Córdoba, “El Gran Capitán” que pagó mil maravedíes por el alquiler de un año.

En el “Jardín del Alpargate”, como había de todo, incluso hubo un estanco, que en un principio estuvo regentado por los Alcántara, familia muy afincada en la plaza. Después de la guerra se hizo cargo de este Estanco el mismo Enrique Ogallas y luego volvió otra vez a  manos de los Alcántara, que lo arrendaron a un familiar de Concepción Murillo, que fue la que se quedó de dependienta.

Eran los tiempos de las colas, el racionamiento y las sacas de los “Ideales”, los cigarros de "Hebra", los “Caldo Gallina” y los cuarterones “verdes”, tabaco que fumaba la mayoría de la gente del barrio, pues casi todo el mundo se liaba sus cigarrillos, y en vez de paquete todo el mundo llevaba su “petaca”. El papel “Bambú” se consumía tanto como el tabaco. Todo era a base de cerillas y mecheros de yesca. Había un personaje llamado “El fiambre” que tenía una habilidad especial para liar el cigarrillo. Incluso, a veces, lo liaba hasta con una sola mano, como ya se veía en algunas películas del Oeste. El único tabaco especial fuera de los citados, era una marca que se denominaba “Ganador”, que era de los más caros. La tropa y el cuartel eran los principales clientes de este estanco, que contaba con un surtido de postales, sellos de correos y cartas.

Durante algún tiempo, los soldados y la gente popular del barrio compraban “bajo cuerda” cigarros de la marca “El Gorrión”,  que vendía Miguel Martínez, el “Cojo del Cine Delicias”. Eran cigarrillos fabricados por el inquieto y emprendedor empresario Paco Saván, en su fábrica de Santa María de Gracia. El amigo Pepe Fernández, eficaz encargado de los “Almacenes Moncar", nos relataba sobre las habilidades de este singular empresario, que al parecer puso un bar denominado "Bar Jamón" en San Pablo, y que solo duró hasta que se le acabaron los jamones. Luego pondría una tienda moderna de Electrodomésticos llamada " que también duró el tiempo justo en que se le acabó el depósito de los electrodomésticos. Contaba Fermín Gómez Gutiérrez, que era tal la habilidad de este Savan para iniciar negocios, que se quedaría con el enorme local que en la calle Almonas (Gutiérrez de los Ríos), tenía "Sal de Duernas", para poner un negocio  de venta de aceitunas, y le llegó a pagar el traspaso del local en aceitunas. Otro negocio que cuando se acabaron las aceitunas con las que abrió el negocio (en depósito), cerraría el negocio.

En aquellos tiempos que no había ni televisión ni apenas aparatos de radio, los chavales nos dedicábamos a coleccionar estampas que sacaban a la venta. En 1950, sacaron unos cromos del personajes célebres como "Robín de los Bosques", con una regular aceptación. Más tarde salió “el Ladrón de Bagdad”, que fue una colección ya de palabras mayores, y de ello pueden dar fe "Casa Fidela" cuyo quiosco de arropías estaba en Santa Ana, o  "Casa Julia" una especie de sultanilla que había en Santa María de Gracia, a la otra esquina del "Horno de Doña Pepa" enfrente de la única casa que había en el costado del Convento en la que vivía el dueño de la "Imprenta la Puritana" Manuel Muñoz Quesada, el "Pimpollo" que era el nombre que el le daba a un medio de vino que se solía tomar en el Gallo de María Cristina.
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Como no recordar de aquella estampas del "Ladrón de Bagdad" y que también se vendían en Casa Venancio, como eran "El Caballo Roto", el "Ciento ochenta y seis" o la "Estera" sin duda las estampas más difíciles de aquella interesante colección-

Las puertas del Gran Teatro y el Duque de Rivas, eran lugares donde los domingos por la tarde se hacían intercambios de estampas y toda clase de Tebeos. También en el Oratorio Salesiano y en la puerta de su Teatro (Hoy Avanti), se formaban corros en donde también se cambiaban estampas, Tebeos, y cromos. Y es que también estaban las estampas del azafrán "Los Polluelos", que sin ser azafrán, era solamente un colorante, costaba 15 céntimos de peseta y dentro traía la estampa de un futbolista de Primera División, con las que se completaba un álbum. Con la colección completa te entregaban una pelota de goma poco mayor que una naranja de “California”, de aquellas que solo se comían por Navidad. La estampa más difícil era la del portero del Sevilla "Bustos" Con ella, prácticamente tenías toda la colección y te ibas a casa de los Alcántara, esquina con la Calle el Agua y el Jardín del Alpargate, en donde el padre de los citados Alcántara era el representante de los productos Viuda de Novelda de Alicante.

El Cuartel de Lepanto, fue un establecimiento militar que dio vida propia a la zona del Jardín, pues se trataba de más de 700 personas, entre militares de reemplazo y profesionales. Con todos los nombres que haya podido tener este acuartelamiento, el nombre que se quedó unido para siempre a la gente del Jardín fue ése de “Lepanto”. Poco a poco la presencia del Cuartel se fue perdiendo en Córdoba, y toda su organización ha sido trasladada a Cerro Muriano, donde actualmente está integrado el acuartelamiento.

En los años, 40, 50 y 60, del pasado siglo, los toques de trompeta, bien al izar o arriar la bandera de España, llenaban de emoción los alrededores. El cabo 1º Caramel, lo sabía y se recreaba en sus toques. Muchos viandantes se paraban en plan de respeto. No cabe duda de que eran otros tiempos. A la hora del paseo se veían soldados salir en todas direcciones y ello, en el fondo, suponía consumo y riqueza. Los soldados que vivan de aquella época todavía recordarán algunos aquella “Carne al Jerez” que se comía los Martes con sus patatitas a cuadros, a instancias del por entonces sargento Anacleto Briones Calvo, personaje agradable de recordar.

A este cuartel solía venir la tropa de la Legión cuando desfilaba en Semana Santa, constituyendo un lugar de expectación para los aficionados a los desfiles, sobre todo la gente joven. A estos legionarios, les salieron muchos imitadores por todos los alrededores, especialmente en las Costanillas y Calle Montero. Los chavales desfilaban de maravilla. De trompeta hacía el singular Luis Ranchal, que habiendo sido voluntario en la Marina lo hacía fenomenal.

Toda Córdoba, en su gran Semana Santa, solía disfrutar de estos desfiles. Además del Tercio Gran Capitán de la Legión, que desfilaba con la Hermandad de la Caridad, una gran compañía de honores de Lepanto, lo hacía con la Hermandad de las Angustias. El Santo Entierro, también llevaba una compañía de honores de Artillería 42. Hubo varios años en que se planteó una bonita disputa en los desfiles, hasta el punto que se culminaban con una parada militar en el Gran Capitán, en unos años en los que la Carrera Oficial pasaba por allí. Para nosotros, lógicamente, los que mejor lo hacían eran los de Lepanto. Al llegar los pasos a la altura del Gobierno Civil, se colocaba el paso de cara al edificio oficial y se despedía la tropa desfilando con toda solemnidad.

Todavía se recuerda aquella espléndida escuadra de cabos gastadores, que encabezaba la compañía de honores de Lepanto, formada, por los hermanos Domínguez, Luichi Sáiz, Pedro Cámara, Rafael Ordóñez y “El Látigo”, entre otros. Aquello era marcialidad y desfile.  

Para desfile que puso los “vellos de punta” fue el que tuvo lugar una tarde de junio de 1957, cuando, con banda de música y todo, salió del Cuartel de Lepanto un contingente de unos 600 soldados (400 de ellos de Córdoba)  para embarcar en el Barco Cabo de Hornos y dirigirse a  Sidi Ifni, para participar en la guerra que allí le surgió a España. Su paso por el Jardín del Alpargate y  la Calle María Auxiliadora, se quedó para el recuerdo. Se vivieron momentos de emoción contenida. En aquel desfile de soldados jóvenes se pudo comprobar el miedo con el que se quedaron los familiares cuando vieron con la marcialidad que iban al frente de guerra.

También fue espectacular la toma de azoteas y tejados que se llevó a cabo en abril de 1976, con motivo de la visita del Rey al Cuartel de Lepanto. Un contingente importante de fuerzas armadas al mando del capitán José Villalonga Montero de Espinosa, con sofisticado armamento a base de fusiles ZETA-70 y fusiles NATO, miras con telescópicas incluidas, desde las alturas vigilaba por la seguridad del monarca.  Aquello fue un despliegue excepcional.

Antonio Piedra Trujillo, funcionario del cuerpo de la Policía Nacional, a finales de los años sesenta empezó en la Avenida de la Viñuela la aventura de una pequeña bodeguita donde se vendían toda clase de bebidas alcohólicas y algo de conservas y quesos. El almacén inicial estaba en el “Jardín del Alpargate”. Con la puerta entre abierta, la bebidas las repartía un espigado y desgarbado repartidor.  Antonio Piedra, poco a poco, se fue haciendo fuerte en el negocio de las bebidas.  Llegó incluso a ser el proveedor casi de todo el sector de la hostelería de aquellos tiempos. Conseguía precios en las bebidas embotelladas que por intermediarios, de Galicia, de Huelva o de Madrid, eran más asequibles que los de las propias fábricas en su origen.

Este hombre, trabajador infatigable, alternó su trabajo de policía con la apertura de los primeros establecimientos. Como policía, vivió en primera persona los conflictos y las huelgas de la Electro Mecánicas y de la Westinghouse, en aquellos tiempos de la transición política. Los que lo saben todo dicen que para Antonio Piedra fue determinante la pequeña herencia que aportó su esposa y el apoyo de sus hijos. Ello le hizo volcarse de lleno en este negocio. El primero ya supermercado como tal, fue el del “Jardín del Alpargate”, donde llegaron a estar las oficinas del negocio en una pequeña entreplanta a la vista de todos. Al final de los años setenta el crecimiento fue casi exponencial. Una de las primeras carniceras que tuvo, fue Carmelita, hermana del torero “Chiquilín”. No cabe duda de que a Antonio Piedra la muerte de su hijo “Juani”, en fatal accidente de coche en las cercanías de la Cerca de Lagartijo, supuso un duro golpe para él y para el propio negocio.

Por otra parte también tuvo su presencia en el Jardín del Alpargate, Supermercado Deza. Antonio Deza empezó en la plaza de la Constitución (Corredera), como vendedor pie a tierra en la puerta de la antigua Almotacén. Con sus ristras de ajos al hombro, sus cuatro limones, el perejil, el laurel y las cornetillas picantes, etc. etc. empezó a vender con un peso de platillo.

Alquiló una pequeña nave en la  Avenida de Jesús Rescatado, y allí abrió su primera tienda. Dada su seriedad y eficacia para el negocio aquello fue cada vez funcionando mejor, y puso la segunda tienda en Ciudad Jardín.

En el Jardín, habían derribado la famosa casa de la “Turronera” con lo que desapareció el futbolín de Domingo y el puesto de arropías de los "Córdoba"., y se fueron vecinos como: Los López Tienda, Ángel Gallego, “El Séneca” “Los Secos”, Paquita Torres, incluso la mujer de Rafael Gaitán, el “Pesca”. En ese solar con tanta prosapia se ubicó Deza, en plena plaza.

De las primeras personas que ayudaron a levantar aquello hay que citar a Toñi, a Conchi, a Juani y al nieto del Claus de San Juan de Letrán, como encargado. El asustado encargado fue precisamente el que salió a la calle en el sorteo de la Navidad de 1992, diciendo:

“Nos ha tocado un premio gordo”. 

… Y es que había tocado el 2º premio en el número 42.890, lo que suponía repartir más de 15.000 millones de pesetas entre la clientela de Deza en Córdoba. Hasta Carmela la Piconera, que estaba en Navarra, pilló parte del premio, y todavía sorprende a muchos, como sin móviles, sin AVE, y sin otros medios modernos de comunicación, al otro día del sorteo ya estaba en Córdoba dispuesta para cobrar su premio. El pago de los recibos fue modélico; a pesar de ser pequeñas participaciones no hubo ningún contratiempo.

Este simpático barbero empezó a trabajar en Casa de “Curreles”, compañero del “Sorna padre” en el ramo de la loterías. De allí pasó al “Jardín del Alpargate” donde se dio a conocer como gran aficionado al cante de “Palanca”, al que vio todas las veces que éste vino al Coliseo San Andrés. Desde su barbería fue testigo de todo lo que acontecía en el Jardín, pues cuando no estaba pelando siempre estaba en la puerta oteando el horizonte.

Mantenía una simpática teoría en el sentido de que en su casa de la Calle Buenos Vinos, que en tiempos de la Edad Media fue posada, fue en la que tuvo lugar el encuentro entre Cristóbal Colón y Beatriz Enríquez, que tiempos más tarde, tendrían un hijo en común llamado Fernando Colón. Y esa idea no había quien se la quitara de la cabeza.

También vivía cerca de la casa de la "turronera" la simpática "María la Valdera" mujer de costumbres antiguas heredadas de sus padres. Era una experta en el empleo de las mismas "sanguijuelas", para curar determinadas infecciones e inflamaciones. Para ello disponía de una pequeña Orza llena de este tipo de gusano, "que chupaba la sangre", dando lugar a curativas sangrías, que curaba muchas infecciones. Quizás ella nunca lo supo, pero en los tratados de medicina curativa de la antigua Grecia, Roma y Siria, aparecen estas técnicas.

A ella acudía gente de todo el barrio y de otros sitios, con inflamaciones y dolores que resolvía con sus “animalitos”. Este “gusanito” tenía poderes calmantes y cicatrizantes, ya que su saliva contiene anestésicos, antibióticos y anticoagulantes que dan impulso al sangrado veloz, ya que reducen la presión sobre las venas y permite formar nuevas conexiones sanguíneas.

A la mayoría de las personas no les cobraba nada, porque se trataba de gente sencilla y popular. Otra especialidad que tenía era la de fajar a los niños cuando de pequeñitos se “quebraban”, Tanto por un trabajo como por otro, casi siempre le pagaban en especie para el consumo domestico: harina, garbanzos, legumbres, y cosas para comer. De algunas farmacias, sobre todo del Centro, solían venir a pedirle sanguijuelas que ella facilitaba a un precio módico. Su marido, era el que las localizaba en los lodos de agua dulce.

Un día se le dio el caso de que atendió a una chiquilla de la calle de Álvar Rodríguez. Cuando la curó, la madre le pagó con media docena de unas pastillas de jabón de la Casa Carbonell. No tendría importancia este hecho si no fuera porque poco tiempo antes habían despedido a un trabajador del barrio que trapicheaba con estas pastillas de jabón.