sábado, 15 de mayo de 2021


 EL "MOSQUETÓN"...


Cuando nos llamaban a la Caja de Reclutas ya empezaban a formar filas o colas con nosotros. De allí a algunos no pasaron al Cuartel de Lepanto para pasar la noche. Tenías que hacer cola para que te entregaran la ropa, la marmita y demás utensilios. Luego, como hacía frío y necesitabas al menos una manta, te indicaban adonde te la podían dar y hacías cola para recogerla. Después de una noche casi en vela, durmiendo prácticamente en el suelo, llamaron al toque de una trompeta y nos tuvimos que poner otra vez en cola para entrar al servicio, y digo cola, porque solamente había un servicio en condiciones de funcionar, ya que los demás estaban en proceso de reparación. Luego, con unas palmas te llamaban para que fueras al patio a tomar el desayuno, y de nuevo hubo que hacer cola para que te dieran el “chusco”. Mientras, podías observar cómo "subía y bajaba aquel saco” que entrando en una enorme olla de agua hirviendo y hacía la “colada del café”, que completaba tu espléndido desayuno.


Después, a eso del mediodía, hacíamos cola otra vez para el “chusco” del almuerzo, esta vez sentados en mesas de un comedor. Luego por la tarde, cuando estábamos en plena digestión, a formar otra cola, esta vez totalmente desnudos, para pasar un reconocimiento completo, incluido un zamarreo al pito. Era patético ver toda la galería del patio central con una cola que pillaba todo el largo del patio, con todos los reclutas, cada uno de su padre y de su madre totalmente desnudos.


Pasado este mal rato, a circular todos en fila para la estación de Cercadilla con el macuto al hombro. Al llegar al embarcadero de ganado (o eso parecía), nos ponen en cola, para pasar otra vez lista, y contarnos mientras subimos al vagón que parecía sacado de una vieja película del Oeste Americano.


Una vez ya en el Campamento de Cerro Muriano, llegamos totalmente de noche, nos ponen en cola para asignarnos la “chabola” que nos corresponde. Allí, con el simple alumbrado de una pequeña vela, vemos por primera vez al veterano que nos correspondía como jefe de chabola, y que pronto nos advierte: "Ojo que la vela la he pagado yo", y  a renglón seguido nos ponemos en cola 12 reclutas para repartirnos el lugar que nos correspondía de aquellas literas dobles.  Una vez acomodados, le preguntamos al “veterano” que en dónde estaban los servicios, y nos dice: “ya no tenéis que hacer cola, pues las “letrinas” están a campo abierto. Eso sí, tened cuidado cuando estéis en “postura” pues a lo mejor intentan quitaros el gorro al estar en equilibrio inestable.


A la mañana siguiente, otra cola para tomar el café en aquella cuesta abajo. Y otra vez vuelves a presenciar como sube y baja el “saco”, lleno de cebada, achicoria y suponíamos que un poco de café. Cuando el agua hierve en el caldero, tres o cuatro zambullidas del saco, y café a punto.


Después del café, a formar otra cola para lavarse. Delante de un pilar con tres grifos, que más que dar agua parecía que lloraban. Una vez que nos lavamos, nos envían a la compañía… y a hacer cola para que el barbero nos dé un pelado reglamentario. Recuerdo que allí fui donde pude ver a mis amigos d San Lorenzo, Manolo Vargas y Pepe Millán, que como veteranos me ayudaron a "comprender" la vida del Campamento.

 

Quiero describir los compañeros que formamos parte de aquella Chabola, aclarando que posiblemente fuésemos de las últimas quintas que utilizaron Chabolas, siendo además a la primera "Quinta" .en la que nos dieron aquél nuevo uniforme con aquellas botas altas con hebillas. Nuestra ubicación era: Primera chabola, de la Primera compañía, del Primer batallón del que era comandante un tal Navarro Mancebo. en el Campamento había cinco Batallones, con cinco compañías cada uno de acuerdo a la organización "Pentomica" del ejército español.  según nos comentó el teniente Villalonga.


Nuestra distribución en la Chabola fue la siguiente: En la primera litera de la izquierda, la ocupaban: Ángel Márquez, de Villanueva del Duque, y Bernardo Moreno de Córdoba. En la segunda, Rafael González y Antonio Martínez, ambos plateros y de Córdoba En la tercera, Joaquín Martos y José Luís Thous, ambos de Córdoba; estos se puede decir que eran los auténticos  señoritos de la chabola. En la cuarta, Miguel Mújica y el cabo Horrillo, uno de Espejo y otro de Castuera. (Badajoz) En la quinta, José Mendoza y Rafael Mendieta, ambos de Córdoba y del Campo de la Verdad. En la sexta, M. Estévez y Juan Membríves, de Córdoba y la Rambla respectivamente.


Podemos decir que quizás fuera la edad, o quizás fuera que llegamos al Campamento en Primavera, recordamos con mucho orgullo aquellos meses de sacrificio que pasamos en el aquél Campamento, donde todo se superaba y con ilusión, porque todos teníamos el convencimiento de que lo hacíamos por nuestro país, España, nuestra Patria, que para todos nosotros era lo más importante. Eran esfuerzos y padecimientos que nuestros abuelos y nuestros padres, nos habían hecho comprender. Ojalá se pudiera repetir en la vida dicha experiencia y con los mismos compañeros. Todavía recuerdo infinidad de anécdotas del compañero Joaquín Martos, que todas las noches "soñaba" con el ilusionado porvenir que el se auguraba en su vida profesional, en donde aspiraba a todo lo mejor del mundo por "su preparación" y su "presencia" que él decía que era propia de Hollywood. Pero broma aparte, los componentes de aquella chabola tenían una riqueza de opiniones, de costumbres, y hasta una forma distinta de acometer todos aquellos esfuerzos que sin duda allí nos iban a exigir. Por lo que sin poder evitarlo forzosamente aquellos era una forma de aprender para unos y otros. En aquella chabola lo mismo podías ver que se formaba cualquier "timba de juego", que se formaban sesiones de chistes con distintos estilos de humor. Pero es que además todos teníamos el "corporativismo" de ser soldados al servicio de España.  

En la primera clase de instrucción que nos dieron, se nos presentó a los dos cabos  primeros que íbamos a tener. Uno era un tal Pilo Sanz y el otro era el cabo primero Ortega, al que apodaban como "El Pajarito". Pero sobre todo fue el tal Pilo Sanz, el que asumió el “mando” de la Primera compañía En realidad en los campamentos y en la instrucción militar de aquellos tiempos correspondía a los Cabos primero, todo el poder y el mando, hasta tal punto era eso así, que su silbato colgado al cuello era su atributo de poder total. Los sargentos apenas si los vimos pues según nos dijeron estaban dedicados a labores de la administración y el papeleo de las compañías. Para cualquier recluta un Cabo 1º. en el Campamento, se nos antoja un general, ya que ejercían sobre nosotros el mando total.

En la compañía había chabolas como es lógico con distinto nivel escolar y profesional, y abundaban algunas con jóvenes jornaleros del campo. Pero que te sorprendían con sus historias y hasta con su tradicional sabiduría. Había uno que era el Teófilo que se empeñó en mantener una lata llena de orines en la chabola, porque decía que este olor espantaba a los animales incluidas las bichas y pequeños roedores.

Lo primero que se nos enseñaban en aquellas clases de teórica, era el conocimiento del mosquetón, en todos sus elementos básicos, y la verdad que a algunos reclutas, quizás por nervios, no eran capaces ni de articular palabras alguna para explicar el dichoso mosquetón. Tal era el caso de un tal José Trassierra González, que siendo una excelente persona para todo, no era capaz ni tan siquiera de articular palabra alguna en referencia al mosquetón. Eso le costaba todos los días, el "irse arrestado" para cortar leña a la panificadora. Era ya tan habitual esta dinámica, que incluso él, solía adelantarse y muchas veces, al ser preguntado por el "Mosquetón" el ya contestaba: -Me voy para la panificadora-  En este aspecto el Cabo 1º. Pilo, no tuvo ningún tacto, ni comprensión con este compañero. Quizás la poca edad del propio Cabo 1º. le hiciera comportarse como un ser totalmente impenitente y reiterativo con este recluta.

En el campamento cada dos por tres, se hacían ensayos generales de todos los batallones e incluso tocaba la música de “Ya está aquí el pájaro..." que era la marcha musical que anunciaba la llegada de algún general que iba a presidir cualquier la ceremonia.

El Campo de la "Parada Militar" y los desfiles, era mimado por los militares e incluso había un comandante que era el responsable de su cuidado y mantenimiento. En aquel año de 1966, el responsable era el comandante Sevilla, que montado en su vehículo militar no hacía nada más que estar continuamente vigilando el mantenimiento y preparación del Campo de Instrucción. Lógicamente el tenía a su disposición y mando a toda una Compañía de Veteranos, que bajo la dominación de Compañía de Servicios, aglutinaba en sus filas a: Fontaneros, Electricistas, Albañiles, Carpinteros, Pintores, y toda clase de profesiones que se pudieran necesitar en el Campamento.

A mediados del mes de mayo, era viernes y todos los cerros que nos rodeaban amenazaban tormenta, cosa muy frecuente a decir de los veteranos. Ya por la mañana, habíamos estado ensayando un simulacro de "Parada Militar", pues el sábado nos visitaba un general de División y había que hacerle los honores. Nada más terminar de comer empezó a sonar una tormenta algo aparatosa, y al momento cayó una tromba de agua impresionante, el campamento estaba rodeado de arroyuelos que de inmediato empezaban a parecerse a ríos de verdad.  De pronto llega el teniente Márquez, y pide voluntarios para proteger de la inundación el campo de la "Gran Parada Militar", que para los militares era como el Gran Salón de su casa. Allí acudimos un montón de soldados, pero ya había bastantes más, que con piedras y sacos terreros, estaban subiendo el margen izquierdo de un arroyo que pasaba junto al Campo y amenazaba con desbordarse. Estamos hablando de cuando todavía este agua torrencial no se encauzaba en el pantano actual de Guadalnuño.   

Entre truenos y relámpagos, la tormenta estaba descargando prácticamente encima del campamento, y daba hasta bastante miedo.  Allí estaba el comandante Sevilla, muy alterado, dando órdenes sin parar, pues el Campo estaba a punto de inundarse. El agua bajaba por aquel torrente arrastrando ramas y toda clase de objetos abandonados por los soldados. Aquella era un espectáculo de ver el "ir y venir" de soldados de un lado para otro, sin poder resolver aquella inundación que según se parecía se nos venía encima, y que se notaba el nerviosismo del propio Comandante Sevilla, que daba ordenes sin parar y hasta gesticulaba a grandes voces. De forma sorprendente y cuando más arreciaba la tormenta y el agua caía torrencialmente, el caudal de aquél arroyo que era como un auténtico río, empezó a bajar de forma ostensible y todos sorprendidos empezamos a mirar para arriba sin explicarnos lo que estaba pasando. Entonces, todos extrañados, nos dio por mirar cerro-arriba, y vimos bajar a un recluta, con un pernil del pantalón arremangado, la camisa fuera, sin gorro y con una azada al hombro, y empezó a gritar:

¡¡Ya está arreglado mi comandante, ya está todo arreglado,  no hay que preocuparse!!. 

El comandante Sevilla, principal interesado en el asunto, le preguntó:

 ¿Qué ha hecho usted? 

-Nada, le contestó el soldado, eso lo he hecho muchas veces en mi campo. Cuando llueve mucho y hay peligro de correntía, nos vamos a la cresta del cerro,  y allí hacemos un hoyo muy grande, y de golpe rompemos la pared de dicho hoyo, y el agua hace un remolino y se desvía la mayor parte para otra pendiente.

Al comandante Sevilla, le faltó poco para darle un beso a aquel sencillo recluta de un pueblo de Extremadura, recluta al que casi todos los días de instrucción, el cabo 1º Pilo Sanz, le arrestaba a cortar leña para la Panificadora, por no saber explicar el mosquetón, Se trataba de José Trassierra González.    

 El sábado por la mañana amaneció un día precioso y los militares lucían todos sus mejores uniformes  para la "Gran Parada". Allí en aquel campo estaban los 5 batallones formados, con sus comandantes al frente. Se estaba esperando a que llegara “El pájaro” que era en el argot militar el general que iba a visitar el campamento. Poco antes de que sonara la marcha militar  “Ya está aquí el pájaro, ya está aquí el pájaro...” En ese momento, el comandante Navarro Mancebo, enterado de la buena acción de este soldado, sin alterar la formación preguntó en voz alta:

 ¡¡Que Trassierra, sale el mosquetón!!

 A lo que el recluta con toda la naturalidad del mundo le contestó:

 -¡¡Claro que sí mi comandante, poco a poco le va llegando el gusto a la burra!!.

 En medio de la tormenta de aquellos días sobre el Campamento MIlitar, esta fue la anécdota, simpática de un recluta de una aldea perdida y cercana al pueblo extremeño de  Castuera, que paradójicamente era casi todos los días castigado por no saberse el mosquetón, y sin embargo fue el recluta que salvó el campo de instrucción de una inundación. En aquel campamento después de la Jura de Bandera, nos hicieron un examen psicotécnico de cara a los destinos. Recuerdo que en Mayoría aquel soldado le permitieron el DESTINO que el quiso.

 Pero además de esta anécdota, sería incontables las que pudimos observar en aquellos meses que estuvimos de Campamento en el CIR, nº 5, y que luego se podían completar con las propias que nos pasaron en los distintos cuarteles a los que fuimos destinados.

 Y por ello no me quiero dejar atrás las que nos llegó a pasar al poco tiempo de llegar al Parque y Talleres de Automovilismo de los Santos Pintados en Córdoba, recuerdo que uno de aquellos primeros días, me tocó hacer guardia en lo que llamábamos "la zona de chatarra", que estaba frontera a la puerta del Parque, al otro lado de la carretera de Valdeolleros, y en la puerta del Parque, estaba de guardia, Enrique García, de la Rambla, y que había venido del Campamento de Obejo. En el Parque y Talleres de Automovilismo, los toques para llamar a la tropa para todo se hacía con una campana, y siempre recordaré que aquella tarde y cuando estábamos en pleno turno de guardia, tocaría la campana para que los soldados acudieran al comedor en el horario de medio-día, y si el toque de la campana fue rápido, más rápido fue el soldado  Enrique García, que estando de guardia en la puerta, soltó su "Mosquetón" y empezó a correr patio arriba hacia el comedor. El cabo de Guardia que era un tal Alcántara Estévez, le dijo: ¡¡Oye soldado que la guardia no se puede abandonar!!, y menos aún  soltar el mosquetón, a lo que el soldado ya casi en la puerta del comedor contestó:  "Oye cabo, mi madre me ha dicho que la comida tiene que ser para mi "sagrada" y por ello lo dejo yo todo". Afortunadamente el suboficial de Guardia, era el sargento Pascual, una persona comprensible y resolvió el asunto olvidando lo que había pasado.

 Ahora echamos de menos aquellas situaciones que se nos plantearon, cuando fuimos primero al Campamento a hacer la Instrucción Militar, y posteriormente a nuestros Cuarteles, en donde completábamos El Servicio Militar, que siempre ocupará un lugar importante en nuestros recuerdos, y que a muchos nos enseñó bastantes cosas, que fueron muy importantes para acometer nuestra aventura laboral y profesional en la vida.

 

 

 

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