domingo, 12 de abril de 2015

EL ALBORNOZ


El albornoz dicen que es una prenda de origen árabe. Por la calles  populares de los países del norte de África, se pueden ver a muchos viandantes con esta indumentaria, es una prenda de lana y sin costuras. Pero aquí en España quien utilizaba esa prenda eran las bañistas que iban a  las playas de la Concha o del Sardinero, a tomar el sol y a lucir palmito entre charla y charla en aquellos sillones-jaulas de mimbre que les daba categoría.

Pero sin apenas esperarlo y menos aún poderlo imaginar, a la mayoría de los jóvenes que entramos al final de los años 50 a la Universidad Laboral de Córdoba, nos entregaron un Albornoz. Estábamos todos de acuerdo de que esta “prenda”, sólo la habíamos visto de pasada en el NODO y siempre que Matías Prats nos relataba algo sobre algún combate de Boxeo. Todavía recuerdo la extrañeza de mi madre cuando llegué a casa con El Albornoz, y que ella creyó que se trataba de una toalla de contrabando de Algeciras; mi vecina Carmela, dijo que se trataba de una toalla “rara” con mangas.  

Hablando de Boxeo tenemos que recordar al fallecido Fernando Vadillo, aquel critico de boxeo de las eternas gafas oscuras. Todavía recuerdo con nostalgia aquel día, principios de los sesenta, que estábamos en la sala de Billar del Colegio Gran Capitán de la Universidad Laboral, y que “regentaba”, Antonio Arjona Vázquez. Allí en aquella sala se formó una simpática tertulia precisamente de boxeo entre el “El Niño de V. de la Sagra”, Rodríguez Rivas, y el canario, Alberto Tabares (+).  Todo fue “por culpa” del bibliotecario Manzano, que les había dejado unas páginas del periódico MARCA, que aunque en Córdoba por aquellos tiempos, se recibía los martes, traía unas noticias de actualidad en la sección de Boxeo. Fernando Vadillo, hacía una crónica sobre el combate estelar que sostuvieron en Tenerife, el toledano Fred Galiana “El toreador del Ring”, y el “Sabio de las doce cuerdas”, nada más y nada menos, que el canario Juan Albornoz Sombrita.

Lo de menos fue el resultado del combate. Allí se habló del ambiente que había por aquellos tiempos en el deporte del Boxeo, y que día a día, nos desgranaban en sus completas crónicas, tanto  Fernando Vadillo, como Manuel Alcántara, el maravilloso escritor  que por la zona del Rincón de la Victoria, se le conoce como  “el alcalde literario”.

Al hablar de Fred Galiana, se reconocía que era una estrella rutilante de la noche madrileña, eran los tiempos en los que la famosa actriz americana Ava Gagner, según decían “le tiraba los tejos” al torero Mario Cabré. Por cierto el simpático taxista Ángel Durán, guarda como oro en paño el Albornoz, que utilizaba Ava Gagner en sus estancias en el Hotel Alfonso XIII de Sevilla. También el amigo Tabares nos comentó cosas del polifacético boxeador toledano, que desde cine, teatro y cante jondo, lo había probado todo, buscando lógicamente notoriedad y reconocimiento del que viven todos los artistas.

Al final y como el combate entre Galiana y Sombrita quedó a favor del toledano, por parte del canario Tabares, hubo total resignación y terminó dando cariñosas palmaditas de felicitación con la bondad que le caracterizaba,  al amigo Rodríguez Rivas.

Allá por el año 1964 y cuando el compañero Tabares, se encontraba con una proyección brillante    trabajando en Alemania, el tal Galiana se retiró del Boxeo, y se dedicó a un Bar que puso en Madrid y donde recordaba continuamente a su clientela sus grandes gestas en el deporte de las doce cuerdas. Murió en el año 2005, en Orihuela, en una Residencia para enfermos progresivos.

Fernando Vadillo, además de un gran aficionado y crítico de boxeo, escribió bastantes libros sobre las hazañas de la División Azul. Posteriormente fue fundador del periódico Deportivo AS y del alguna forma perteneció al grupo editorial PRISA, quien lo diría, sobre todo por lo de la División Azul.

Manuel Alcántara, aún llena las playas de Málaga con sus poemas escritos en la piedra, y que se pueden ver por todos los jardines en claro desafío a las olas de su mar mediterráneo. Este hombre nació en la Calle Agua del marinero Rincón de la Victoria. Desde muy joven demostró sus cualidades literarias y fue en la prensa escrita de los periódicos, Pueblo, Arriba, Ya, Marca y la Hoja del Lunes, en donde nos mostró su buena literatura. También trabajó en la radio y por ello se le pudo escuchar en Radio Nacional o en la Emisora Cope.  Actualmente vive en su Rincón de la Victoria y a los 87 años, todavía apura de vez en cuando su vaso de Whiski dulce, antes de ponerse a escribir el articulo diario para el Grupo Vocento.

Cuando en 1957, los que superamos el ingreso a la Universidad Laboral en el segundo año de convocatorias de becas, nos llevaron a la Universidad. Toda la espera del autobús se desarrolló en la Plaza de José Antonio. (así se llamaba). Allí en la puerta del Instituto Góngora, nos encontramos bastantes chavales de Córdoba con apenas 14 años. Aquel autobús que vimos llegar, se  nos antojaba un vehículo enorme, pintado de azul y blanco y con el volante al lado derecho, en donde había una sola cabina para el conductor. En aquella ocasión el conductor sería Felipe, un chófer tranquilo y pausado, que tenía unas hijas con un especial encanto. Nos sorprendieron la forma de abrir y cerrar las puertas después de un ruido, que nos parecieron automáticas, siendo posiblemente el primer vehículo que habíamos visto así con ese tipo de puertas. Del interior del vehículo bajó un hombre joven perfectamente uniformado que era el ordenanza que nos iba acompañar en aquel recorrido de Córdoba a la Universidad Laboral. La mayoría de los jóvenes que allí estábamos, nos sentíamos acompañados por nuestros padres, que se despidieron del ordenanza cuando el autobús partió para la Universidad.

Mientras atravesábamos Córdoba, la gente que nos veía por la calle no dejaba de mirar a aquel autobús que tenía algo de especial. Enfilamos la carretera de Madrid y al pasar por la casilla de peones camineros, (Que estaba a la altura del viaducto de las Quemadas), pudimos ver un letrero que decía a Córdoba, 9 kilómetros, a Madrid, 395 kilómetros.

Una vez que llegamos a la Universidad Laboral, nos llamó la atención la Plaza en donde está el Paraninfo que estaba aún por terminar, igualmente le pasaba a la Iglesia y a la Torre, y se podía ver claramente que la Cruces que hoy las corona aún no estaban colocadas. El autobús pasó por delante de los Colegios que daban a la vías del tren y dando la vuelta por la Talleres llamados “pequeños”, llegamos al Colegio Luís de Góngora, que en aquellos momentos era el edificio que hacía de oficinas centrales.

Bajamos del autobús y pudimos advertir que por allí pasaba el canal de riego del Guadalmellato, que en un plano claramente más alto, estaba delimitado en todo su recorrido por una fila a cada lado de encantadoras moredas, que por cierto estaban cargadas de exquisitas moras. El ordenanza que era un tal Gómez, nos introdujo en el hall del Colegio, y allí hablando con el que debía ser el conserje mayor, nos envió al pasillo de la derecha, y nos introdujo en lo que debía ser un aula utilizada como oficina provisional. En ella nos topamos con 3 educados señores, que quiero recordar que se llamaban, González, Zamorano y un bigotudo Campoy. Luego llegó un señor que iba uniformado y que se llamaba Trócoli, portando una báscula con barra para medir la altura. Nos pusieron en fila y mencionándonos por lista nos iban haciendo una cartulina de filiación. Recuerdo perfectamente a José Vázquez, a Unquiles Sánchez, a Rafael Nogueras, a José Cantarero, a Julián Contreras, a Daniel Navas Linares, Luque Aranda, etc. etc. Todos por lo general muy cortos de estatura, ya que a los 14 años rondábamos el 1.54.

Para satisfacción nuestra y mía tengo que decir que gracias a las “habichuelas a la vinagreta” que nos preparaba la Sra. Madueño y compañía, pudimos recuperar estatura y llegar a estaturas un poco más bondadosas.  

Después de la filiación en donde no te preguntaron “nada que fuera  raro” ya que simplemente eran datos de: domicilio, nombre de los padres, estudios, etc. ect. Para no preguntar, no te preguntaba ni el nº de teléfono, ya que en aquella época, poca gente tenía teléfono.

Los estudios te los preguntaban para asignarte Colegio, ya que según fueran estos, irías a un Colegio u otro. Éramos unos cuarenta nuevos alumnos y todo este asunto de papeleo  y filiación, hizo que la hora del mediodía se echara encima,  por lo que nos llevaron a los comedores. Allí ya estaban sentados y perfectamente organizados los alumnos que habían entrado en el curso anterior. Nos acoplaron en el comedor de la derecha en un espacio de siete mesas. Quizás por ser nuevos nos sirvió una mujer perfectamente uniformada con su bata azul y ribetes blancos, que atendía al nombre de Chari. Era de pelo más bien rubio, bastante resuelta en cuanto a belleza se refiere y con no más de 28 años. De primer plato nos sirvieron pasta con pedazos de salchichas y trozos de chorizo; aquello nos resultó genial. De segundo nos pusieron cinco croquetas de pescado, y de postre una pastilla de pan de higo con su almendra. No hace falta decir que el pan era exquisito, hecho en la misma Universidad. Tenemos que decir sinceramente que ya aquella comida nos impresionó. Mientras se comía un fraile bastante alto y con gafas, que luego nos enteramos que era el padre Felipe Larrañeta,  nos leía  la prensa local en sus noticias más importantes.  

Después de comer volvimos al salón de estar del Colegio Luís de Góngora y allí en aquellos y esplendidos sofás, el que quiso, leyó, se durmió o incluso jugó a lo que quiso. A las cuatro de la tarde nos llamaron la atención mediante un silbato, que indicaba que era el comienzo de las clases de la tarde. A nosotros nos bajaron a la planta sótano y nos llevaron por un largo pasillo, hasta una estancia que debía de ser el almacén y allí un tal González, que debió tener alguna relación con Fray Albino, y dos empleados más, nos fueron entregando las prendas que a continuación detallo:

1   Comando o gabardina de color verde paja (tipo de las que usaba Colombo)
1   Par de zapatos de suela gorda “tipo Segarra”
1   Zapatillas de deportes, vulgarmente llamadas “paredes”
1   Meyba, marca Oceán
1   Pantalón largo de tejido semi-punto, para paseo y su correa
1   Pantalón de uniforme de color azul cielo
1   Cazadora de uniforme de color azul cielo, con cremallera. Tenía dos tiras blancas
      en el cuello y en la cinturilla.
1    Chaqueta de paseo, sin cuello y de un tejido semi-punto
2    Camisas blancas
2    Pares de calcetines y medias de deporte
1    Jersey de Pico de lana
1    Camiseta de deporte
1    Chándal de color azul oscuro              
2    Juegos de ropa interior
1    Corbata
UN ALBORNOZ  

De todas las prendas las que más sorpresa nos causó fue el Albornoz. Para alguno de nosotros era la primera vez que teníamos tal prenda en nuestras manos. Y si grande fue nuestra sorpresa, mayor aún fue la de nuestras familias y creo que hasta los mismos vecinos lo celebraron.

El albornoz que nos entregaron eran de variados colores y tallas. A mi como por aquellos tiempos era más bien bajito, me dieron uno que al poco tiempo, se me quedó corto, pero a Quirós, Llorente, Madrid, Huertas, Serrrano, les dieron unos con tal largo, que le duraría toda la vida.  Y es que hubo muchos compañeros que lo cogieron grande como el dicho del borrico.

Aunque el Albornoz como quien dice nos deslumbró, o mejor dicho, nos sorprendió gratamente, allí en la Universidad Laboral nos esperaban situaciones que siempre las recordaremos. En primer lugar yo recordaría a aquel CUADRO DE PROFESORES, que los pongo con mayúsculas porque eran de una auténtica categoría. Los de Física y Química, los de Matemáticas, los de Dibujo, los de Tecnología, los de Historia, los de Lengua, de Prácticas de taller, de Educación Física, de Inglés, y porque no, los Frailes, todos eran de un altísimo nivel. Por otra parte, todo el material, libros y todo lo que fuera necesario lo teníamos allí. Con este quiero que significar de que el Albornoz, fue la anécdota, pero lo otro fue una realidad que vivimos en el día a día de nuestra estancia allí.

Es totalmente incierto y una gran mentira aquellos que para justificar el que se le quitara la beca por cualquier razón, bien por notas o disciplina, digan "Me vine de allí porque no quería rezar todos los días el Rosario". Sinceramente, no hay mentira más miserable que recurrir a dicho tópico, para justificarse uno así mismo, engañando a los demás.  Allí todos los días lo que se hacía, era trabajar en los talleres, dar clases y estudiar para sacar notas que te garantizaban el derecho a la beca. Al menos eso es lo que yo pude experimentar cuando estuve desde el 1957-1962.   

EL ALBORNOZ  Y EL MOLINO DE MARTOS

Pocas cosas tenía yo de valor en mi casa por aquellos tiempos de 1958, pero tenía mi Albornoz, que desde la sorpresa que causó en mi casa y a mis vecinos, yo intenté sacarle el máximo provecho a aquella prenda, pero no tenía donde, ya que yo no iba de veraneo. Pero pensé pausadamente y logré buscarle una ventana para exhibirlo en mis baños veraniegos en el Molino de Martos. A falta de piscinas e instalaciones adecuadas, allí acudía yo con mis hermanos mayores y amigos, todos los domingos que podía. Nosotros pagábamos lo mínimo y por eso íbamos al vestuario de segunda que no tenía derecho a la “chorrera” que era una ducha que te podías dar al final del baño y te dejaba como nuevo. Al vestuario de la “chorrera” incluso iba gente pudiente de Córdoba, que estaban acostumbrados a lo mejor, e incluso por ello despreciaban la piscina. El río en aquellos tiempos tenía un atractivo natural muy interesante.   

El encargado del vestuario de los “tiesos”, era el hijo de Caballero, el Molinero, y nos veía de un día y otro, ponernos aquel llamativo Albornoz al cambiarnos el bañador. Un día de forma sorpresiva se acercó y me dijo que si quería alquilar el Albornoz. Se trataba de un chileno llamado Rogelio Araya, que había venido para instalar unas máquinas en la Electro Mecánicas, que por su forma tan espectacular se vinieron a llamar “LOS PLATILLOS VOLANTES”,  y éste señor había pedido un Albornoz, para después de la “chorrera”. Yo le dije que si, y con aquel alquiler (2 pesetas), ya tenía para el cine de aquel día. Mi madre me lo recriminó y me dijo que  no lo dejara más. Pero a la semana siguiente y con el Albornoz recién lavado, esperé que llegara la petición de “alquiler”, pero fue el propio hijo de Caballero,  el que se acercó y me dijo, que un tal Paco Lopera, “El de la Corredera”, le había traído a su padre 4 Albornoz, a precio de saldo, de una tienda que habían abierto en la Calle Almonas, con el nombre de SALDOS ACA.  Efectivamente aquella tienda la instalaron en Córdoba y por unos años hizo furor en ventas, y fue de las primeras que trajo toallas y similares de Portugal, por lo que los portugueses se anticiparon a los “chinos”.  

Pasado el tiempo y ya en los años 90, un día me encontré por la  Calle Cruz Conde, al célebre “Piyayo”, acompañado de su inseparable “Zacatecas”. Estaban como todos los días, en su paseo por el centro de Córdoba, mirando incluso con la vista ya cansada, algunas de las tiendas de las que él con toda seguridad, había dado vales de crédito en su fábrica. El “Piyayo”, al que profesionalmente también llamaban como el “Rubio”, en 1961, sustituyó a Pepe Estévez, como encargado de la Nave de Estiraje, y él como muy pocos podía hablar de los “Platillos Volantes”. A a este respecto, nos diría: -Esa enorme máquina alemana no llegó a funcionar en fábrica, no porque no se supiera su manejo, sino porque “NO HUBO COJONES” de ponerla en marcha para eliminar tanta mano de obra como eliminaba, esos planteamientos en aquellos tiempos eran imposibles, lo diga lo quien lo diga.

El “Piyayo” era un sibarita y disfrutaba con estas cosas, cuando subió el Córdoba a Segunda con Pepe Escalante, me contaron que se compró un Albornoz con los colores del Córdoba. Muchas veces lo tenía como bata de estar en su casa.


EL ALBORNOZ Y EL PUENTE

Era el año 1959, y en San Lorenzo se organizó una excursión a Cádiz, se trataba de aprovechar el Puente del 18 de julio. Aquella excursión se organizó para premiar a los actores que intervinieron en aquella pequeña obra teatral que con el título de “VEN Y SIGUEME”, se celebró en el llamado “Teatro de don Juan”, del Cerro de la Golondrina. También se quiso premiar a los que colaboraron en el montaje y venta de entradas.  De esta forma fuimos entre “actores” y “colaboradores” unos 15, el resto fueron plazas del autocar que se vendieron. El organizador del viaje fue el mismo director de la obra teatral, Rafael González, el cual nos juró y nos prometió que el autocar sería de primera línea. Nuestro desengaño llegó cuando vimos a un vetusto autocar por decir algo, que pertenecía a los transportes públicos de Algeciras y que tenía el nombre de Transportes Melilla. Superado el susto del autocar nos fuimos acomodando en aquel vehículo, y hasta los llamados “transportines” fueron ocupados. Recuerdo que entre el pasaje llevábamos a un señor que iba para Estepona  y le llevaba a su nuera un Albornoz para la playa.

En realidad en equipaje que llevaban la mayoría para aquella excursión debió ser muy parecido a aquel que llevaban nuestros padres cuando iban en aquellos “trenes botijos” a presenciar los partidos del Atlético de Bilbao, cuando éste equipo bajaba a jugar a Jaén, Granada o  Sevilla.  Yo si llevaba como es natural mi Albornoz.

El viaje de ida en autocar fue toda una odisea, ya que duró casi  24 horas, con el aliciente de que estuvimos a punto de “palmar”.  No sabemos quien hizo el “recorrido por la costa” pues la verdad empezamos por Málaga y por toda la costa llegamos a Cádiz. El autocar no podía ni con su alma, y fue toda una proeza bajar aquella Cuesta de la Reina al amanecer. Cada vez que el autocar daba una curva, sonaba el estruendo de los frenos  y al fondo, a modo de parachoques,  siempre el mar. Aquella empinada Cuesta con el mar al fondo, nos hizo ponernos de todos los colores.

Llegamos al fin a Málaga. Paramos lo justo y enseguida continuamos aquel rocambolesco viaje por la costa. Fuimos bordeando el litoral y hoy nos preguntamos de que vivía aquella gente, cunado no existía el turismo que hoy tienen. Pues playas, de Torremolinos, Benalmádena, Fuengirola, Marbella, Estepona, etc. etc. No eran nada más que unas filas de casitas de pescadores junto al mar. Nos paramos en Marbella, y allí había nada más que un kiosco y cuatro bañistas que por los pelos rubios y los modos parecían alemanas; su atuendo eran unos llamativos Albornoz, de color amarillo, que les quedaba muy bien. Por lo demás todas aquellas zonas de playa estaban casi desiertas y sus arenas eran especialmente gruesas.

Luego ya en la provincia de Cádiz, llegamos a Algeciras, y paramos cerca del Puerto y nos llamó la atención cinco o seis autocares como el nuestro con el letrero de “Empresa de Transportes Melilla”, según parece allí estaban para el servicio público. Mientras preguntábamos por algún lugar para comprar tabaco de contrabando, nos tropezamos con la hermana de Alfonso Lupión que veraneaba en su lugar de nacimiento, iba tocada con una elegante pamela y con un Albornoz de lunares azules; ella al reconocernos se paró con nosotros, y nos indicó que era en la Calle Panaderías adonde había una casa que vendía “contrabando”. Al llegar a la calle, nos llamó la atención de que en el cruce ya había un semáforo. Cuando llegamos a  la casa, ya salían de allí las hermanas Casilda con otros compañeros de excursión; la hermanas nos mostraron unos elegantes Albornoz y varias toallas que habían comprado. 

Seguimos nuestro periplo en aquel viejo autocar y llegamos a Tarifa y pudimos comprobar que el “sabio de Tarifa” tenía razón cuando decía “En Tarifa si no hace aire, las mujeres no tienen de que hablar”. Pasó el autocar como pudo por Tarifa y al rebasar una zona denominada “Los Polvorines”, el pobre autocar se cansa y dice hasta aquí llegué y se salió de la carretera, estando a punto de volcar. El lío que se formó entre los asustados viajeros, fue propio de la escena del “camarote” de los Hermanos Marx; unos en el suelo del autocar, otros magullados, otros chorreando a causa de los botijos que se rompieron todos,  en fin una pena. Menos mal que los frenos le fallaron en la parte más llana. Como buenamente se pudo empujamos entre todos al autocar para situarlo de nuevo en la carretera. El conductor con apariencias de cansado, llevaba al volante desde la 10 de la noche del día anterior, quitó importancia a la avería y de momento hizo un arreglo provisional, utilizando un alambre y una cinta adhesiva que llevaba. De haber estado en Córdoba, o en cualquier ciudad, más de la mitad no se hubiera montado de nuevo en aquel autocar, pero estábamos en la provincia de Cádiz, en las afueras de Tarifa.

No vamos a hacer lista alguna de lesiones o golpes, pero la verdad es que casi todo el mundo quedó magullado o trompicado; quizás el más sonoro fuera “El Pillo”, José Montero Civico, al que le dieron en pleno moflete un golpe con la cabeza, que le dejó el carrillo como si de un fuerte dolor de muelas se tratara. Pero él, más que el golpe lo que temía, era la regañina de su padre que le había dicho “Tú no te fíes de nadie, nada más que de tu guitarra”. José Montero Cívico, hoy en día recorre las calles de Córdoba, alegrándola con sus serenatas en compañía de su Peña el Limón.

El trayecto hasta Cádiz, fue todo un recorrido entre el miedo y la angustia, y quien mejor representaba esta escena de pánico era Paquito Lozano, que llevó los ojos cerrados hasta que llegó a Cádiz.

Llegamos a Cádiz, a las 9 de la noche, y cuando el autocar estaba parado, seguíamos teniendo la sensación visual de que el autocar seguía andando. El Crucero Canarias, que estaba aparcado en el Puerto, nos hizo mirar para otra parte. Allí estábamos en Cádiz, dispuestos para pasar nuestro Puente del 18 julio. Sin idea alguna de hospedaje, ni de comida, ni nada por el estilo. Muchos, sobre todo los jóvenes, pensábamos que en aquel autocar maltratado por el tiempo y el viaje, era nuestra única habitación u hotel. Abrimos la “caja de zapatos” y sacamos lo que nos íbamos a comer. Llegado la hora de dormir, Isidoro Álvarez “El Tio Arturo”, cogió una especie de manta dura y decidió tan campante subirse encima del autocar para dormir. Allí duro lo justo, pues al cabo de una hora se bajó de allí chorreando completamente, y hasta le tuve que prestar mi  Albornoz, para que se pudiera cambiar en el mismo autocar.

De una manera u otra y quizás por el cansancio, todos nos quedamos dormidos hasta que nos despertó, unos “rasurados en seco” que se estaba haciendo Enrique Morte, mientras su señora le sostenía el espejo. El pobre se justificó de que en pleno Cádiz y junto al Puerto, no tenía ni agua para hacer espuma.

Mientras el chófer se llevaba el autocar a algún taller para arreglarlo, nosotros nos llegamos al Cuartel de Artillería de Costa, a recoger a mi hermano que estaba haciendo el Servicio Militar, resuelto el trámite con el oficial de guardia, mi hermano se empeñó que nos montásemos en el Tranvía, que por cierto hacia una parada principal en el Hotel Playa, que era el referente de la Playa de la Victoria. Bajamos a la playa y aquello era arena y más arena, y separadas entre si unos casetones individuales para desnudarse. Allí habíamos quedado la mayoría de los excursionistas. Unos jóvenes y otros mayores, casi todos utilizamos mi Albornoz y el de las hermanas Casilda, para desnudarse.

Aquella tarde 18 de julio de 1959, y por la tarde pudimos escuchar por los altavoces del Hotel Playa, que Federico Martín Bahamontes, había ganado el Tour de Francia. Con esa alegría y con lo que nos habíamos reído en aquella jornada de baño, en la que para el colmo, hasta el mar se nos fue a más de cincuenta metros hacia dentro, realizamos el viaje a Córdoba, sin apenas darnos cuenta, y eso que llegamos de madrugada.

El otro día el compañero Rafael Ojeda Amate, y hablando sobre el Albornoz, me comentaba que él en el año 1962, precisamente el año en que el CÓRDOBA CF. Subió por primera vez a Primera División y supo mantenerse dignamente, se marchó a trabajar a Madrid a la empresa ROTINI, y lógicamente allí se echó novia y al final de los 60, se casó y lo hizo en el mismo Madrid. Su madre, siempre las madres, le llevó todo lo que ella consideraba su “ajuar” y entre él, la madre le llevaba EL ALBORNOZ, que le dieron cuando ingresó en la Universidad Laboral en 1956. La madre como casi todas las madres,  interpretó que El Albornoz, merecía la pena formar parte de su ajuar el día de su boda.

La verdad es que ahora se hace imposible el pensar en aquellas becas que se le daban a los hijos de los trabajadores, ahora son los partidos, los cargos políticos, los sindicatos y los agregados, los que se llevan una gran parte del presupuesto español. Y en cuanto a la política laboral y social, hoy cualquier empresa, introduce las mejoras que quiera aunque deje a media plantilla en la calle. Por lo que se puede decir que antes, en un sistema autoritario de gobierno, el trabajador era una persona que no tenia determinadas libertades. Ahora en cambio, aunque disfruta de todas las libertades, pero dentro de la empresa o centro de trabajo,  el trabajador no es nada más que un número de IBM, o un elemento más de cualquier inventario.