jueves, 19 de enero de 2017

LA MEDICINA EN CORDOBA (1940-1960)




Atrás habían quedado los tiempos que en los jardines de la Victoria (los patos), había un simpático avestruz, que era admirado por la chiquillería de Córdoba, y también sirvió para inspirar a las murgas en sus canciones y pasacalles festivos. Sobre todo cuando un día apareció muerta, entonces le sacaron toda clase de coplillas. La murga "Regaera" paseo por Córdoba, todo un catálogo de coplas que animaba el cotarro de la risa y la diversión.

Ya por estas fechas y  a pesar de los bloqueos y otras secuelas de la guerra, con la llegada del presidente americano "IKE", cambiaron las cosas para España. La leche en polvo, el queso y la banquilla, fue una dieta que vino muy bien para la dieta de los españoles, con lo que fueron desapareciendo las pupas y los sabañones, en los chiquillos y mayores. No obstante esta actitud solidaria de los americanos, el pueblo español a nivel popular se quejaba en sus coplas de que el "Aceite de Oliva era para los americanos". Por otra parte, los americanos siguieron llagando a España y se instalaron en la Bases, dando riqueza y trabajo alrededor de ellas, pero a pesar de ello, aquí todavía hay gente que quiere que los americanos se vayan. Si los americanos se marcharan de España y cerraran sus bases, supondría un paro equivalente al cierre de la mayor parte de nuestros Altos Hornos.

En aquellos tiempos (1940-1955) la Sanidad Pública, era totalmente deficitaria, y lo que existía estaba funcionando de forma aislada y sin coordinación. Funcionaba gracias a las Mutualidades, Sindicatos, Igualas, Parroquias y a médicos particulares. Gran parte de la cobertura asistencial que existía pertenecía a la llamada “Beneficencia”, tanto a nivel local como Provincial.

El Policlínico de las “Cinco calles” y el de esquina a la Calle Montemayor, sin duda, fueron testigos de muchas situaciones clínicas e intervenciones. El Hospital de Agudos y el de Incurables también tienen buena parte de la memoria clínica de Córdoba. Ya en otro plano más inmediato y de andar “por casa” estaba la Casa de Socorro, que por aquellas fechas estaba situada un par de manzanas más arriba de la casa del torero el Guerra. La cobertura infantil contaba con el Hospital de San Juan de Dios, pero todo era poco.

LOS MEDICOS

La relación con los médicos en su mayoría, se desarrollaba en consultas privadas en la casas de los propios médicos. D. Pedro Pablo, D. Nicolás del Rey, D. Emilio Aumente, D. Fernando Ansotorena, D. Emilio Luque, D. Rafael Pérez Soto, D. Fernando Marín, D. Antonio Hidalgo, D. Manuel Pastor, D. Francisco Calzadilla, D. Rafael Pesquero, D. Antonio Manzanares, Antonio Kindelán, D. Segundo López Mesa, D. José Chacón, D. Carlos Aguilar, etc. etc.

Eran parte de la pléyade de médicos que velaban por una sanidad mal dotada, escasa e incompleta, y sin apenas tener acceso a la mayoría de las medicinas, por ello no tiene que extrañarnos que se dieron en la población infantil, situaciones de Brucelosis, Meningitis y Poliomielitis, entre otras.

Junto a comportamientos en su mayoría ejemplares y dignos de mención, no obstante hubo algunos médicos que tuvieron siempre un afán “recaudador” por encima de otros valores. Yo puedo recordar aquí la actuación de alguno, que visitando a un enfermo en una casa  humilde allá por los años cincuenta, al preguntársele: “Que se le  debe D. Fulano”, éste, viendo una cantidad de dinero que había encima del hule de la mesa, contestó: “Esto mismo”. En “esto mismo”, iba el dinero que había ganado el cabeza de familia en la semana. 


CANALLADAS

Desgraciadamente la meningitis, en el 1950, causó muchas bajas entre la población infantil, y también hay que decir que hubo gente sin escrúpulos que aprovechándose de que la penicilina antibiótico de vital importancia escaseaba, porque a la imposibilidad de su coste, su unía el hecho de que solo se podía conseguir de contrabando. Era por Gibraltar por donde entraba esta vital medicina y allí sólo tenían acceso determinadas personas que se dedicaban al estraperlo. Hasta el punto que el depósito de la Estación de Cercadilla se convirtió por aquellos tiempos en un auténtico centro farmacéutico. 

En todo este mundo del estraperlo, había gente con conciencia y también gente que se comportaban como auténticos canallas. Citaremos los casos de aquellas criaturas que después de entramparse por adquirir las medicinas para algún familiar, se encontraban que se las daban "falsificadas". En Córdoba, fueron varios miserables los que llegaron a realizar esa estafa, y fue un tal Adolfo López, que llegamos a conocerlo en el barrio, que formaba parte de una red de estafadores sin escrúpulos, que pululaban por Córdoba, y en la que al parecer había metidos algún practicante y farmacéutico.

Muy diferente fueron otros comportamientos, de vecinos, de practicantes y gente del barrio que ayudaban a estas familias. Recuerdo que íbamos todos los días a por hielo a la Fábrica de la  Magdalena, para combatir la fiebre y los ataques de dos compañeros menores de nuestra calle y el encargado un tal Antonio Jiménez María, que percatado de esta necesidad no nos cobraba nada y se ofrecía para todo, lo que hiciera falta.

A pesar del enorme esfuerzo de sus padres, dos compañeros nuestros, Carmen de la Torre Mejías, de 10 años, y Rafael López González, de 4 años, fallecieron. Esto ocurrió en Junio de 1950. Todo el curso de la enfermedad lo pasaron estos chiquillos en su casa, lo que demostraba las carencias que existían por aquellos tiempos. Nuestras madres tampoco tenían cultura médica y muchas de ellas cuando "veían" a los que iban vacunando por las calles de lo que fuera, escondían a sus hijos para que no les "hicieran daño".

SOLIDARIOS

Pepe Lara, fue era un vecino entrañable de San Lorenzo, tenía agrado y simpatía y llegó a ser incluso presidente del C AT. San Lorenzo. Por aquellos días, de una boca en otra se cundía por el barrio los estragos que estaba haciendo la meningitis, y él al enterarse de la muerte del hijo de Adalberto López, sufrió un ataque de ansiedad y se puso a llorar, ya que su hijo de 7 años, según el médico don Antonio Kindelán, presentaba todos los síntomas de la enfermedad y necesitaba aquellos botes de penicilina en plan de choque. Como un poseso, buscó a su compadre Rafael Gordillo, que trabajaba en el Depósito de Cercadillas, (Renfe), y por tanto estaba en el meollo de todo el estraperlo que entraba en Córdoba por vía férrea. Fue a su casa de la calle de los Frailes, y le pidió por favor que le buscara 6 botes de penicilina, por recomendación del médico. Rafael Gordillo, le dijo, que él no traficaba nada más que con tabaco (El Kubanito), pero que hablaría con su amigo Guzmán, para ver si podía hacer algo.

El tal Guzmán, era una persona importante en el barrio y vivía en la Calle de la Banda, ( Hoy Nuestro Padre Jesús del Calvario), enfrente de las “pajeras”. Era uno de los maquinistas del expreso de Madrid-Algeciras, por lo que estaba en todo el meollo que empezaba en Gibraltar. Efectivamente Rafael Gordillo, fue a casa del tal Guzmán, a pedirle “penicilina” para su amigo Lara, pero éste le contestó: “Rafael, la única que he conseguido es para un familiar de Pepe Marchena, y se la voy a entregar esta tarde en el "Bar Plata”. Pero Rafael Gordillo, dada la amistad que tenía con Pepe Lara, le insistió y le dijo: “Guzmán, búscale como sea a mi amigo seis botes de penicilina, pues su hijo se le muere. El tal Guzmán por toda respuesta le dijo: “Esta tarde me llegaré a ver el relevo y de paso, me pasaré por el Depósito, para haber si encuentro algo, lo que sea te lo diré luego a la tarde en la taberna. No hizo falta que se encontraran en la taberna, pues ya Rafael Gordillo, lo esperaba debajo del Portalón de la Iglesia. Allí llegó el maquinista Guzmán y le entregó 6 botes de penicilina. A Rafael Gordillo, le faltó tiempo para llegarse a casa del tal  Lara y entregarle la penicilina. Afortunadamente, allí estaba el médico que ya le pudo empezar el tratamiento.

Al otro día, más tranquilo y serenado, Pepe Lara, se presentó en Casa Armenta, (Casa Manolo), con todo lo que había podido recaudar para pagar aquellas medicinas. Nada le hizo falta, pues en la taberna, a instancia del mismo Rafael Gordillo, los Alfonso Espejo, Pepe Estévez, Gabriel González, José Torderas, Federico Murrugares, Jerónimo García, etc. etc.,  habían hecho una colecta para intentar ayudarle en el pago. Aquel gesto, desarmó a Pepe Lara, que empezó a llorar y a dar besos y abrazos a todos sus amigos, porque su hijo se había salvado. Esa era la solidaridad que se respiraba en aquellos tiempos tan duros. Pepín Sánchez Aguilera, nos facilitó todos estos comentarios, pues fue testigo presencial y además era cuñado de Rafael Gordillo. 

LAS BOLITAS DE ALCANFOR

En las Escuela Primaria que había en las Costanillas enfrente de la Calle Hornillo. Eran solamente dos clases y en una estaba un profesor llamado don Jacinto, que era muy entendido en biología. Un día dando una clase le explicó a sus alumnos, que el alcanfor era un producto anti-microbiano, y que ya en la antigüedad se utilizaba la madera de alcanfor en los barcos a prueba de ratas. Esta explicación llegó a la calle con cierta deformación y el boca a boca llegó a insinuar que dicho profesor había hablado de la utilidad del alcanfor en contra del virus de la poliomielitis.  .

 Aquello se cundió por toda aquella zona popular de San Lorenzo, y lógicamente llegó hasta los Colegios de Salesianos, Pozanco, Jesús Nazareno, Escuelas de San Andrés, en fin por todos los colegios de la zona. A nuestras madres, que habían pasado toda la epidemia de 1950, ahora en esta 1952, en que se habían dado algunos casos de poliomielitis, les faltó tiempo para ponernos a todos colgados al cuello una bolsita con tres bolitas de alcanfor.

A pesar de todas estas previsiones, se vieron cogidos por la terrible enfermedad, varios chiquillos de nuestra época, como Teresa Flores Quesada y Lorenzo Pérez Llamas, que fueron marcados terriblemente para toda su vida con las penosas secuelas.

Casi al mismo tiempo había vuelto a reincidir la terrible Brucelosis “Calenturas de Malta”, volviéndose a cebar entre la chiquillería. La  complejidad de un claro diagnóstico, la escasez de medios, y  la falta  de medicamentos y porque no, muchas veces la “absurda automedicación” propició que estas enfermedades, se curasen con terapias inadecuadas, dejando tras de sí muchas secuelas. No obstante el pescadero, Juan de Dios Muñiz, nos cuenta que a él le curaron perfectamente la enfermedad en el Policlínico que había entre la Calle Duque de Fernán Núñez y Calle Montemayor y no le dejaría secuela alguna.. 

No fue el caso de otros, que a la tardanza en el diagnostico, la terapia incompleta, y quizás por falta de medicinas, les trajo consigo secuelas, de dolores, y casos claros de “Ostiomelitis", que les dieron guerra durante mucho tiempo. Quizás por falta de información y al no existir expedientes de los enfermos, en la mayoría de los casos, “estas secuelas” nunca se relacionaban con las famosas “calenturas de malta”, con lo que había otra dificultad para corregir adecuadamente las mismas.


LOS HOSPITALES

A nivel de partos, la mayoría de las mujeres solían parir en sus casas al calor de sus madres y de las vecinas. Se llamaba a la matrona y con la colaboración de todos se resolvían los partos. Así estaba justificada la popularidad que adquirieron las palancanas blancas y grandes en las casas, ya que se convirtió en elemento fundamental en el paritorio.

Otras parturientas con más problemáticas o por mayor seguridad iban a la especie de “Residencia hospitalaria” que había en la Calle Cruz Conde nº 16. Allí además de camas para los partos, se practicaban también operaciones quirúrgicas.

Finalmente estaban el Sanatorio de Atance (Huerta de la Reina), y el de la Purísima, esquina del Gran Capitán con Avenida América, donde iban a parir ya personas más seleccionadas. Estos hospitales lamentablemente ya han desaparecido..

En cuestión de accidentes de trabajo, la cobertura la cubrían en el Hospital de la Cruz Roja, y en la clínica de Calzadilla, situada en plena  Calle Nueva. También tenía un Hospital en la Avenida del Brillante (San Pablo), pero este médico actúo mucho en San Juan de Dios..

El Hospital de D. Fernando Asontorena, fundamentalmente de cirugía general, estaba en la esquina de lo que luego fue el BAR SAVARIN, frente a la Plaza de toros antigua.

El Hospital Hogar y Clínica de San Rafael, acogía a niños, con problemas de traumatólogo. En este Hospital de San Juan de Dios, acudían niños de la provincia de Córdoba e incluso de Extremadura. En el Hogar y Clínica de San Rafael, hay que destacar la gran labor que hicieron entre otros los doctores D. Francisco Calzadilla León y D. Gonzalo Briones Espinosa, que con la organización y entrega que ofrecían los compañeros del Hermano Bonifacio, supieron dar cariño y asistencia permanente a tanto niño necesitado. En el plano médico y asistencial, hay que destacar al Hermano Gerardo y al Hermano Gabriel, que por dedicarse casi de forma exclusiva, al quirófano y la enfermería, vivieron más de cerca los padecimientos y sufrimientos de aquellos chiquitos, muchos de ellos casi abandonados por sus padres.

En el antiguo edificio de la Caja Nacional, arriba y entrando por la calleja Córdoba de Veracruz,
se accedía a un ambulatorio asistencial y de urgencias, que estaba muy bien dotado. Como anécdota a esta Calle de Córdoba de Veracruz, el Ayuntamiento quiso reconocer los méritos del presidente mexicano Lázaro Cárdenas del Río, por su actuación con los refugiados republicanos después de la guerra en 1939, y le levantó un busto en esta Calle Córdoba de Veracruz.. El Ayuntamiento había llamado al parecer a un hijo suyo para que presenciara la inauguración del busto, y sería el propio hijo del presidente Lázaro Cárdenas, el que al ver la cabeza cuando la destaparon, el que diría ante la sorpresa de todos: "Ese no es mi padre" y lógicamente el alcalde agachó la cabeza y se disculpó en la medida que pudo. Esto es un ejemplo de que muchas veces los "asesores" de los políticos no tienen ni idea de la historia sobre la que acostumbran a asesorar.

LOS DISPENSARIOS PARROQUIALES

Algunas parroquias quisieron salir al encuentro en la solución de estos problemas, creando “dispensarios”, en donde además de las medicinas, te propiciaban una asistencia clínica. y asesoramiento, Concretamente en la Parroquia de San Lorenzo (1955), funcionaba un dispensario, estando al frente de él de forma totalmente altruista, D. Eduardo Font de Dios, que resolvió muchos casos clínicos, tanto entre la población infantil y adulta de aquel numeroso barrio. Este médico que llegó a tener una muy ganada fama en el Barrio de Cañero, fue de los primeros médicos contratados en la Residencia Teniente Coronel Noreña. También es justo resaltar aquí la labor del cura Juan Novo, que fue el que impulsó y organizó todo este dispensario.

Lógicamente y a pesar de las deficiencias que hemos descrito la sanidad se resolvía más o menos de la siguiente manera.


LOS AMBULATORIOS

Existían una serie de ambulatorios, que correspondían a las Mutualidades, o entidades colaboradoras. Así tenemos el ambulatorio de la calle Montero (esquina Montaña), El ambulatorio de Mármol de Bañuelos (foto León), El de la Calle Morerías, etc. etc. Y para ponerte los inyectables tenías que ir a casa del practicante que a lo mejor estaba en la Huerta de la Reina, en la Calle Tejón y Marín, o en la Calle Montero.

Eran los tiempos en que la Calle la Plata, se enseñoreaba de sus bares y sus terrazas. Allí fue en donde por primera vez en Córdoba, se pudo observar a las mujeres turistas fumar. Allí como bares famosos, estaba el BAR CORDOBA, BAR NEGRESCO, BAR IMPERIO, y el mismo BAR PLATA. Los futbolistas y los toreros allí se encontraban y formaban sus tertulias.

También estaba la marisquería el Puerto, con cierto sabor taurino, quizás porque un día fue propiedad del popular “Pipo” que fue el hombre que lanzó a la fama, al torero Manuel Benítez “El Cordobés”, el torero que durante una más de una década, rompió todos los moldes conocidos, llenando continuamente las plazas de toros. Sin querer entrar en comparaciones si tenemos que decir que cuando surgió “El Cordobés” y contó con el apoyo mayoritario de casi todos los públicos (Las Plazas se llenaban), igualmente las calles y las fábricas se quedaban vacías cuando la corrida era televisada. Hay que decir que la tradición del "Pipo" en la venta de mariscos le viene de antiguo, pues ya su padre en los años 1920, disponía de un puesto-carrillo, en mitad de la Plaza de las Tendillas, en donde vendía sus cangrejos, gambas y otras especies sencillas que se daban por aquellos tiempos.


LOS MEDICAMENTOS

D. José Chacón y Chacón, fue el médico de cabecera de media Córdoba, pues ya estaba en el año 1942, en el ambulatorio de la Calle Montero (Esquina Montañas), luego pasó al comentado de Foto León, en Mármol de Bañuelos (segunda planta), y luego terminó en el ambulatorio del 18 de Julio, (Segunda planta en el rincón) Y digo que fue medico de media Córdoba, porque la gran mayoría de trabajadores de la Electro Mecánicas, los tenía a su cargo. La Electro, tenía como entidad colaboradora a la “Bilbaína” que también estaba en la Calle de la Plata. 

En aquella época no había necesidad de recurrir a los genéricos, pues había medicamentos GENERALES PARA TODO.

Pero es curioso que posiblemente una especialidad tan compleja como la “neurología” tiene de antiguo medicamentos legendarios, como el FENOBARBITAL, para tratar el “Parkison” y la FENITOINA, para los ataques de epilepsia, lógicamente estas medicinas entraban todas por Gibraltar. Curiosamente la Neurología como especialidad se separó de la medicina interna en España, allá por los años setenta.

Estas medicinas se empleaban también para las llamadas CRISIS COMICIALES, o crisis simuladas al estilo de los Senadores romanos, cuando no les interesaba votar cualquier ley.

En cambio en los  ATAQUES HISTERICOS, tan frecuentes en las casas de vecinos, cuando se asistía a algún velatorio; estos ataques eran protagonizados fundamentalmente por mujeres “que los tenían muy bien puestos” y se desmayaban echando espumarajos por la boca. La manera de solucionar este cuadro, consistía en tenderlas todo lo grandes que eran y se le daba a oler algo de amoniaco “jabón de palo” o vinagre, esta solución las recuperaba al momento. Luego hablaban como si tal cosa.
  
Quien no recuerda a la “VIBRACINA” como antibiótico estrella, por aquellos tiempos.

A quien no le pusieron una inyección de CASEOSAN, contra cualquier inflamación especialmente de las muelas. Estas inyecciones dolían una barbaridad.

Cuantas madres ante los dolores inconsolables de la menstruación de sus hijas, no recurrían a la LLAVE AL ROJO VIVO, sumergida en vino, para después de ese pequeño hervor, darle a su hija ese “brebaje” con lo que conciliaba el dolor insoportable.

Como echar en el olvido al SUNITRATO DE BISMUTO, para los padecimientos del estómago.

Quien no se acuerda de la inútil “BELLADONA” para la infección de paperas, que tan frecuentes eran por aquellas fechas en los niños.

Aquellas diarreas, que bien se trataban con TANALVINA, luego vinieron los papelillos de TANAGEL.

De qué forma tan doméstica se curaban las escoceduras, basta con ligar un poco de ACEITE DE OLIVA, y un poco de agua con sal.

Que fundamental era el CEREGUMIL, pues resolvía la inapetencia de los niños y los mayores.

Qué bien venía el ALERKÚ, pastillas alemanas, contra cualquier tipo  alérgico o alteración de la piel.

Como solucionaban las VENTOSAS, los dolores, allí donde no llegaban los “PARCHES SOLVIGINIA”.

Qué bien venía para los dolores musculares o los traspiés de huesos, el "TIO DEL BIGOTE".

Para los estreñidos de siempre, además del agua caliente en ayunas, le venía de maravillas, LAXANTE BUSTOS, y sino el café de granzas que en muchas casa se tomaba..

Cuando cualquier madre veía un hijo, con problemas de “PITOS” en sus bronquios, solían recurrir al Eucalipto, o bien pedía al médico que le recetara AMPOLLAS DE ACEITE BALSAMICO.

Cuando alguien tenía lo que en aquellos tiempos se llamaba un “Atraganto de empacho”, solía tomar para limpiarse. ACEITE DE RICINO.

En aquellos tiempos, por falta carenciales de muchas vitaminas, eran frecuentes, las pupas y los granos, y nuestras madres, acudían a la farmacia a por la PIEDRA AZUL, (sulfato de cobre), que bien molido y en dosis adecuada, se añadía en forma de polvo en el baño de los niños, (baños de lata) y sus “pupas” mejoraban sensiblemente.

Cuando encontrabas en la casa, a alguien que tenía vómitos por cualquier circunstancia, lo inmediato es que le dieras AGUA DE CAL, rebajada convenientemente. Aquello cortaba la vomitera.

No hace falta mencionar AL PIRAMIDON, la ASPIRINA BAYER, EL CALMANTE VITAMINADO, EL OPTALIDON, EL BICARBONATO, que por ser medicamentos baratos, no interesaban comercialmente.
    
Quien no ha probado a combatir los famosos SABAÑONES, con friegas de su propia orina. Este “liquido” que salía del interior del cuerpo, era muy útil, para los SABAÑONES, y los hongos de los pies.

También hay que hablar de las famosas HIDRACIDAS, aquellas pastillitas que se pensaron como terapia de los tuberculosos, y luego se reconoció sus efectos de dar belleza, contenido y volumen al cuerpo de las jovencitas.

Quien no recuerda el famoso HEPALON-FUERTE, como ayuda y reconstituyente

También es justo recordar a la QUINA SAN CLEMENTE, para abrir los apetitos y aportar hierro en las personas que lo necesitaban.

Quien no recuerda el CARUDOL, para toda clase de dolores

Aquellas famosas “GARGARAS” de limón que nos recomendaban los médicos ante las infecciones de garganta, cuando no había antibióticos.

Para que hablar de aquellas inyecciones de color blanco, CALCIO,  que siempre nos daban a puñados, en la dependencia inferior del "18 de julio". Estas inyecciones nos servían para reponernos todas las defensas de los huesos.

A la par de estas, también solían darnos, aquellas otras inyecciones de color oro viejo, QUE DECIAN QUE ERAN VITAMINAS, y que nos las daban también a puñados, en la dependencia inferior del "18 de julio". Estas inyecciones nos ayudaban a darnos fuerza.

Quien no recuerda el simpático YODO, que era la “tintura” que nuestras madres utilizaban para haciéndonos, una reja en el cuerpo, nos protegían de los resfriados y los enfriamientos de un día para otro.

Tenemos que decir que había que ir de San Lorenzo, a la Huerta la Reina (calle Colombia), para que una practicante muy guapa por cierto, nos pinchara aquellas inyecciones. Con el paso del tiempo, pusieron más cerca el practicante, y sólo había que ir a la Calle Tejón y Marín, junto a la Zona.

Cuando en 1948, visitó nuestra ciudad Fleming, el hombre que con su descubrimiento (la penicilina), salvó a buena parte de la humanidad, la ciudad de Córdoba, después de muchos homenajes, le “REGALÓ UN SOMBRERO CORDOBES”, a los gritos de torero, torero.


“EL 18 DE JULIO”

No queremos recordar aquí las situaciones que dieron lugar a los desgraciados episodios que se dieron en aquellas fechas, simplemente nos vamos a limitar a lo que ocurrió cuando Rafael “El Cojo”, a instancias del médico de urgencias, se pasó por lo que en aquellas épocas se pudo llamar Centro de Salud "El 18 de julio".

La Obra Social del 18 de julio, intentó agrupar a todas las Mutualidades e Igualas, que existían en nuestro país. Se intentaba con esta agrupación poder coordinar mejor la Sanidad Nacional. No obstante en Córdoba, todas las Mutuas no estuvieron de acuerdo en ser absorbidas, este fue el caso de la Sociedad de Plateros, (Sociedad de Socorros Mutuos), que prefirió seguir siendo independiente, por voluntad de su Junta directiva, presidida entonces por Félix de Gallón, y que al parecer se acogieron a una antigua concesión Real.

Uno de los principales consultorios sanitarios, estaba instalado en la calle Hermanos López Diéguez, en la parte posterior de lo que fue un palacete de los Cabrera, que se encontraba ubicado enfrente de la casa en donde por aquellas fechas, vivía Pablo García Baena. Antes de entrar había como especie de una zona ajardinada y en aquellos arriates, era frecuente ver por aquellas épocas, muestras en el suelo de que allí también se sacaban muelas, y algunos enfermos eran muy pocos higiénicos a la hora de escupir en el suelo. Con todos estos problemas, podemos decir que este ambulatorio todo el mundo lo conoció como “EL 18 DE JULIO”.

Poco después surgió la Residencia Teniente Coronel Noreña, que para la época fue un centro modélico, disponiendo de un AMBULATORIO PARA ESPECIALISTAS, GALERIA DE RAYOS, y un buen servicio de urgencia. Como nota simpática tenemos que mencionar que uno de los primeros médicos contratados como ya hemos mencionados fue D. Eduardo Font de Dios.


EL PERSONAJE Y LOS GOLONDRINOS

Rafael de la Haba Lozano, el “Cojo”, era una gran persona, nacida y criada en el campo. Era analfabeto de lectura, de periódicos y de radio. Su cultura era muy primitiva. Se crió en plena sierra, entre las fincas El Melgarejo, El Soldado y San Llorente. De pequeño, y cuando fue a darle una patada a un objeto “sin explotar” de aquellos que se lanzaron seguramente con motivo del alzamiento militar del 18 de julio, perdió una pierna desde la rodilla para abajo. Después de la intervención de los médicos, a él se le “encasquetó” una pata de palo que le hicieron en el mismo cortijo, y se la fueron renovando según cumplía años. El día que se casó estrenó una pata que le habían hecho en la calle Hornillo, (donde hacían las sillas de anea), desde entonces jamás cambió de “prenda”, sólo le cambiaba las gomas para el deslizamiento.


SU BODA

Se casó con Soledad Páez, y su boda estuvo rodeada de detalles pintorescos. Lógicamente se celebró en el patio de la casa de la novia, y el baile  estuvo “amenizado” por una gramola tipo “Odeón” de aquellas de cuerda, que cuando estaba en lo mejor de la música, se paraba y tenía zonas muertas. A eso le llamaron “bailar y punto a parte”  Luego él mismo se encargó del menú, que lo quiso resolver con media docena de conejos, que previamente había cogido dos días antes con el lazo. Al percatarse que era poca carne para tanto comensal, incluyó por su cuenta un par de gatos que merodeaban por el campo. Todo lo tuvo que guisar en el perol más grande que había en la casa, pero antes debió de llevarlo al latonero, Antonio Martínez, para que le tapara un agujero que tenía. Como corría prisa, optó por ponerle un remache.

La comida resultó todo un éxito, y entre el vino y las gaseosas, la “carne de conejo” supo a poca, y nadie distinguió el sabor entre gato y conejo. Al final los invitados según el "cojo" estuvieron a punto de comerse el mismo remache.

Terminada la boda y su corta luna de miel, el volvió a su campo, para continuar cuidando lo que le surgía, bien cabras, ovejas, cerdos, e incluso ganado caballar. Dos días en semana solía hacer un par de sacos de picón, que los bajaba su mujer con el borriquillo y los vendía, uno en la Venta de Vargas, regentada por la familia de los “Zuritos” y otro en el Hotel El Brillante. Cuando el ganado escaseó se las tuvo que averiguar “con los lazos” para obtener conejos que le garantizaban algún sustento. Los vendía en Casa Caridad (C/ Moriscos), y casa Margallo (Dormitorio). Cuando le sobraba alguno, lo vendía a particulares al precio de 14 ptas. el conejo. Otro de sus ingresos eran los frutos del campo: La bellotas, las castañas, los madroños, los alcauciles, el paludu de palo, los higos chumbos, y las algarrobas, que llegado su tiempo solía vender en la esquina de San Lorenzo, junto al futbolín de Clemente.

Una de sus hijas, Antonia, la que luego se casó con el novillero “El Mesías”, le metió fuego a la choza de San Llorente, en donde vivían y tuvieron que venirse a Córdoba, a casa de su suegra, (Felisa Rodríguez). Aquí empezó a buscarse la vida vendiendo lotería en San Agustín, para lo que se quedó con el “traspaso” que le dejaba la simpática  “Feliciana la jorobada” que por jubilarse, dejaba de vender lotería por toda la Plaza de San Agustín.

De esta forma Rafael “El Cojo”, se hizo un personaje que perteneció durante muchos años, al “paisaje diario” de San Agustín. Se levantaba muy temprano, y su primera parada era en casa Pepe el Habanero, en donde se tomaba su habitual “carajillo”. De allí de un lado para otro, vendiendo su lotería, hasta que llegaba el medio día, y en casa Ramón "Pellejero", se tomaba un par de medios, como despedida de la jornada. Muchos días incluso volvía por la tarde, pero eso ya era otro panorama. Disfrutaba con la serie radiofónica de la cadena Ser, “Matilde, Perico y Periquín”.


LOS GOLONDRINOS

Estando ya viviendo en Córdoba, un día el simpático “Cojo” se levantó al parecer con unos “golondrinos” en los sobacos y estaba un tanto dolorido y molesto, por lo que se lo dijo a su mujer. Ella enseguida le dijo que fuera al boticario, (Rafaelito Casas), Pero el tozudo “Cojo”, dijo que le “untara” mantequilla “colorada” como le hacía su madre, ya que de esa  forma  “comían los golondrinos” y se quedaban tranquilos, dejando de molestarle y dolerle. Su suegra y su mujer le dijeron que estaba loco y por fin le hicieron que fuera a la farmacia. El “cachondo” de Rafaelito, al oír el comentario de la mantequilla colorada, se partió de risa, mientras le entregaba una pomada adecuada para los dichosos “golondrinos”. -Tenga usted Rafael, esto que se lo unte su mujer por la noche y en la mañana. En tres o cuatro días estarás como nuevo.

Cuando llegó la noche, él que no sabía leer, metió la mano en la cómoda y cogió la pomada de entre varios medicamentos y papeles que había allí y se la untó. De madrugada, Rafael “El Cojo” que al ser verano dormía en el suelo, con la pata de palo como almohada, se levantó y despertando a su mujer le dijo” “Oye despierta que desde anoche, tengo un dolor terrible en los sobacos. El de la izquierda me duele más que el del otro lado. La mujer medio adormilada, se limitó a decirle: “Y para eso me despiertas coño, tomate un “OPTALIDON” y déjame dormir.

-Dámelo tú le replicó él- Se tomó su píldora y se quedó medio dormido. Al despertarse a las siete de la mañana, se notaba una presión especial en toda la zona de las axilas. Esperó a que se levantara su mujer, y después de discutir con ella, sobre lo que debía de hacer, se dirigió a la cuadra de Gordillo el piconero, en donde guardaba su borrico. Al poco rato ya estaba fuera y montado en el animal, con el que se dirigió a la casa  Municipal de Socorro de la calle Góngora, posiblemente amarró el borrico en la ventana del Guerra. En el centro asistencial, le atendió un practicante de guardia  que le quitó todo el vello de las sobaqueras, y asombrado de aquél cuadro le dijo: Amigo, se ha untado usted pegamento y medio.


EN EL AMBULATORIO

Era a finales de julio de 1963, y este hombre fue al médico de la piel, Al 18 de Julio, para que le siguiera el proceso de los “Golondrinos”, él llegó muy temprano como siempre iba a todos los sitios, y al llegar al “ordenanza-portero” que estaba con su camisa azul, le contestó a la pregunta que le había hecho: “Entre usted por ahí, hacia la derecha (se refería al  patio, que era donde estaba el especialista de la piel).

Pero Rafael “El Cojo”, al estar la puerta del patio cerrada, se equivocó y subió a la primera planta del edificio, en donde había unas cuatro o cinco consultas. También había un cartel de atención que limitaba el número de personas que por razones de seguridad debían de permanecer allí.

El problema radicaba, en que un palacete, concebido para otros menesteres, no estaba previsto, ni por vigas, ni pilares, para aguantar tanta gente como iba a las consultas. Cuando andabas por la primera planta y al tener mucho vano las vigas, retumbaba toda la planta, e incluso se apreciaba “la flexión” que hacía el suelo. Pues con todos estos antecedentes, y dos días después de un terremoto que hubo en la ciudad de Skopie (Macedonia), el “Cojo”, que al no saber leer, fue pausadamente de consulta en consulta, preguntando: “Es aquí, es aquí…”, como en todos los lados le decían que no, se cansó de andar de un lado para otro, con lo que su andar de “Pon y pon, que hacía su pata de palo”, mosqueo a todo el mundo, y que bastó que Elvira, una ATS, algo mayor, que estaba en el despacho de medicinas de abajo, se alterara y gritara. “Las vigas crujen, las vigas crujen”. Hasta los médicos se salieron al patio. Cuando todo se aclaró, el “Cojo”, bajaba tranquilamente por las escaleras con su “Pon y Pon” y se dirigía al patio, que era en donde estaba la consulta de la piel.  Esa fue una anécdota que relató el “azulado” ordenanza del mostrador, que vivía en el Arroyo de San Rafael, mientras se bebía unos medios en Casa Manolo.