lunes, 8 de junio de 2015

LA PLAZA GRANDE DE CORDOBA

Así es como se denominaba a la Plaza de la Corredera desde cualquier sitio de Córdoba, sobre todo cuando alguien iba allí de compras solía decir “ Vengo de la Plaza Grande”, y no cabe duda de que era un grado de suficiencia superior o de cierta distinción el ir a dicha Plaza. En aquellos tiempos 1945-1950, sólo existían en Córdoba cuatro mercados, la Plaza Grande, La Puerta Gallegos, San Agustín y la llamada Plaza España, luego ya irían apareciendo otras más.

Para acceder a la Plaza de la Corredera, es inevitable pasar por sitios muy ligados al discurrir y funcionamiento de esta Plaza de la Corredera. 

Si leemos la historia, la palabra Realejo nos viene a significar como lugar de acampamiento para las tropas o los soldados que iban para la guerra. Aquí en esta Córdoba nuestra, que quiere ser siempre tierra de Paz y Trabajo, el Realejo, era el lugar en donde a primeras horas de la madrugada se encontraban y cruzaban muchos trabajadores que o entraban o salían de sus trabajos. Curiosamente a esas horas de la madrugada ningún político daba muestras de presencia. “El madrugar para el pueblo” y los votos para nosotros para que hagamos lo que nos de la gana con los votos.

Pero yo quiero relatar aquí es un Realejo, desde el punto de vista de la vivencia cotidiana y diaria, que acontecía en aquel sencillo BAR, que se denominaba “EL 89.” 


EL BAR “El 89“

El OCHENTA Y NUEVE , era el BAR que nada más abrir sus puertas, empezaba a recibir a los trabajadores que entraban o salían de la Electro Mecánicas, los que iban para el depósito de  mantenimiento de Cercadillas o para las Margaritas. También muchos iban para el Mercado de la Plaza de la Corredera, pues aparte de que allí estaban Las Lonjas de abastos, también muchas personas iban para poner y montar sus puestos. Por todo ello “el 89”, abría a las cuatro y media de la mañana, era Luís el padre, el encargado de la apertura. Mas tarde se incorporaban a la tarea Rafalito y su hermana Conchita, que no daban abasto a servir cafés, copas de anís y coñac. Incluso algunos clientes al venir recién cobrados y con algo de apetito, solían pedir además del café “UN BOMBERO”, que no era otra cosa que el costillar de un conejo. Más de una vez apareció por esta taberna el cantaor Pepe Marchena, acompañado de su amigo y rapsoda Manolo Montoro. 

Eran muchas las personas que solían hacer en este BAR su primera parada del día, y por eso un día le preguntamos a Rafael que nos mencionara una pequeña relación de aquellos clientes  que eran más habituales a las primeras horas de la mañana. Rafael, ya algo mayor nos diría: “Fueron tantos y tan variados que es imposible recordar, pero haciendo un esfuerzo le diría aquellos que además fueron clientes de mucho tiempo.

Y empezó a decirnos: 

Francisco Arjona, Rafael Yergo, Antonio Amo, Enrique Sanz, Pepe Lanti, Rafael Piris, Rafael “El Miajones”, Fermín “El Chato”, Carlos “El Lotero”, Domingo García, Pedro Liébana; Ricardo Cívico, Antonio Onofre, Ricardo Gallardo, Pepe Estévez, Manolo Estévez, Antoñito Gutiérrez “El Chanfli”, Enrique “Navajitas”, Rafael Calvo, Rafael Gaytán, Juan de Dios Muñiz, Antonio Obrero, Salvador “El Platanos”, Rafael Torres “El farolero”. Enrique Mejías “El Ocaso”, Rafael Medina “El Bancalero”, Los Amaro, los “Coloraos”, los Blanco, Los Valle, los Flores, Los Carriles, Los Torres, los Carmona  y un sin fin de nombres que todos no pudo recordar. Tenemos que decir que este BAR, si por las mañanas era el café y las copas de anís y coñac era su gran cometido luego por la tarde era de las tabernas que se su especialidad en tapas era el conejo de campo, que estaba impresionante.

Y para ir a la Plaza de la Corredera, tenemos que encarar la Calle Gutiérrez de los Ríos, y empezaremos por la Calle Almonas, que es el nombre por el que siempre se le conoció a esta Calle.


LA CALLE ALMONAS

Ya en pleno siglo XX, la CALLE ALMONAS, siempre se consideró como la antesala comercial y viajera de aquella Plaza de la Corredera. Esta Calle mostraba su actividad y trasiego con la enorme cantidad de pequeños negocios esparcidos desde la esquina del Realejo en donde estaba La Confitería la Española, hasta la Plaza de la Almagra en donde estaba la Farmacia de los Villegas. Era un recorrido que más que escaparates lo que realmente veías era una forma de vivir más relajada y a donde sin tener que coger el coche para ir a las grandes superficies tenías de todo. Otro aspecto era el humano y social, pues te relacionabas con mucha gente y sin tener móviles te enterabas de todo lo que de importante podía acontecer en Córdoba.

Los establecimientos en la mayoría de los casos, era pequeños negocios familiares, de los que solía vivir una familia y muy dignamente, pero que la llegada de los SUPER y las grandes superficies, acabó con todo este tejido de pequeñas tiendas familiares que solían abrir hasta los domingos. En realidad esta Calle tiene un nombre posterior que se denomina Gutiérrez de los Ríos, en atención a don Antonio Gutiérrez de los Ríos y Díaz de Morales, jurisconsulto de Córdoba, a la que representó en Madrid. Este hombre vivió en la casa nº 64 de la citada Calle, muy cerca de donde vivió Manolo Urbano, excelente empleado del Banco Español de Crédito, al que le faltó poco para poner una sucursal en la Beatilla. Lo de ALMONAS, más que porque se fabricara jabón, se debe a que en la antigüedad esta palabra tenía la acepción de: “Donde había pequeñas fábricas o pequeños establecimientos”  

Al mencionar esta Calle, tenemos que recordar a Faustino Blanco Medina, el simpático vecino de los Olivos Borrachos, que en su etapa de portero de la Westinghouse, él solía decir: “Yo soy capaz de ir desde San Lorenzo a la Catedral sin doblar ninguna esquina”. Esto lo decía una vez y otra, y en una ocasión se echo una apuesta en donde se jugaba un paquete de CELTAS CORTOS, y un par de medios en casa de Ordoñez y así fue como ganó sus apuesta.

“Sales de San Lorenzo hacia Santa María de Gracia, subes hasta el Realejo y entras a la Taberna Castillo y sales por la puerta que tiene dicha Taberna en la CALLE ALMONAS, Sigues ese calle hacía bajo para buscar las CINCO CALLES, allí y al final de CARLOS RUBIO, está la Taberna el 6 cerca de la PEÑA DE LOS 33 MOSQUITOS y entras por esa puerta y sales por la puerta de la CALLE LINEROS, continuas por esta Calle y llegas hasta el final de la CALLE CARDENAL GONZALEZ, y en el negocio de antiguedades que hay en la esquina, entras y sales por la otra puerta y ya estas en La Catedral”. 

 Efectivamente  haciendo ese recorrido, no tienes que doblar ninguna esquina.

Y recordando a la CALLE ALMONAS, diremos que:

Nada más empezar la calle por el Realejo te encontrabas con la Confitería la Española y podías contemplar a su dueño Francisco, muchas veces con el puro en la boca y con una tarta en la mano. Un poco más abajo te encontrabas con la Casa del Farol, en donde vivieron los Hermanos Castro y que popularizaron en Córdoba el nombre comercial de “Huevos Castro”. También en esta casa vivieron los Bancalero, uno de ellos marmolista en Puerta Nueva, con los hermanos García Rueda; otro de ellos encabezó durante mucho tiempo una Banda de tambores y trompetas. Y luego vivía la familia del eficaz Caballero, el hombre que durante bastante tiempo dio cursos de seriedad profesional en su empresa, CENEMESA, en donde fue responsable de la sección de acabados y recubrimientos metálicos. Por cierto este hombre tenía unas hijas encantadoras que iban a trabajar muy temprano a Zafra Polo, eran tres o cuatro muchachas, jóvnes y encantadoras, que llenaban de alegría aquellas mañanas, tan bonitas y faltas de sueño, cuando íbamos a trabajar. Yo, todos los días iba con un amigo, más joven que yo, que al parecer estaba algo enamorado de una de ellas que respondía al nombre de "charo o charini", pero que por su cortedad nunco se atrevio a acercase a nadie. El, después de trabajar en SECEM, se marchó con sus padres a Australi en 1969. para no volver más.

Enfrente estaba el puesto de verduras de la “Chata”, en el que trabajaban dos agradables y simpáticas hermanas, vecinas de la Ronda la Manca; más bajo el despacho de “tocino y charcutería” de Rafael Garrido, que a pesar de que le faltaba una pierna, amputada desde la rodilla, se desenvolvía muy bien, sobre todo para desplazarse a su taberna de la Beatilla, en donde tenía su tertulia casi a  diario. 

Por allí cerca estaba la Joyería de Joaquín Domínguez, emparentado con los dueños de la fabrica de ampollas que había en Santa María de Gracia. En esta casa vivían Concepción y Josefa Lacalle Román, a las que popularmente se les llamaba “Las señoritas de la calle”, personas que colaboraron y mucho con la parroquia de San Lorenzo y siempre estuvieron para ayudar a todo el mundo que se lo necesitara. 

Por debajo de la joyería, estaba el relojero Emilio García, excelente profesional que llenó Córdoba de relojes “Cauny” “Dogma” y Cyma”. En 1953, trasladó su relojería al mismo Realejo, pared con pared con la Fontanería de Vicente Gordillo. En la actualidad el local del taller sigue abierto y su hijo Antonio, que también fue relojero, está empeñado en que alguno de los canarios que cuida con esmero en la actualidad, aprendan la profesión de relojero, para que no se pierda la continuidad en el oficio.  

Un poco más abajo estaba Antonio el Barbero  y la tienda de ultramarinos de Andrés Castro.  Luego se llegaba a la Calle Mancera, en donde vivían los Roldán, grandes profesionales que destacaron en CENEMESA, en donde dejaron una estela de profesionalidad y eficacia.  Allí se les conocía por el simpático apodo de “Los chatos”. En esta pequeña Calle también existía una casa   en la que en mitad del patio se fabricaban muñecos y que todos los vecinos la nombraba como los “Muñecos de La Rubia”. Muy cerca de allí y al principio de la calle vivía el popular Ramón Medina, el músico que cantó a Córdoba, desde su Peña el Limón ubicada en la Taberna “El Pancho” de la Calle Montero. Curiosamente este hombre vino de Aragón pero el clima, el vino y su guitarra, le hicieron echar raíces para siempre en Córdoba. Y que hablar de Antonio Castro, persona agradable y comprensible como demostraba en su pequeña tienda de ultramarinos de la calle Pintor Bermejo.  

En la acera de enfrente y testigos de excepción de los que entraban y salían de esta Calle Mancera, fueron los hermanos  Melchor y Antonio, que tenían su tienda de “cosas viejas” en la esquina de la Calle Pintor Bermejo; estos hermanos eran a simple vista diferentes, Antonio, le tocaba el papel de “señorito” pues iba siempre impecable,  en cambio su hermano Melchor ya era otra  cosa, pues el afeitado se le olvidaba casi todos los días y los pelos los llevaba siempre a la espera de un peine. Su madre tenía una buena colección de rosarios. 

 Más abajo estaban los zapateros Hnos. Huertas, que llegaron a Córdoba y se expandieron con el negocio de “Curtidos Huertas”, ubicado enfrente de la Confitería de San Rafael. Las buenas motos y la llegada a Córdoba de Calzados Segarra, terminaron por acabar con el negocio, al igual que acabaron con todas las tiendas de zapatos que hubo en esta calle.

Enfrente estaba SAL DE DUERNAS, establecimiento que daba alegría pasar y contemplar esos cerros de sal blanca como la nieve. Antonio que se llamaba el dueño, decidió acabar con este negocio, pues la sal ya se empezó a venir a Córdoba en forma empaquetada, con lo que también acabó con su negocio. 

Es curioso resaltar que con este local se quedó Paco Savan, para poner un negocio de aceitunas. Este Paco Savan, era un tío muy emprendedor  y tocó todos los palos en los negocios, tuvo una fábrica de cigarrillos a los que llamaba “El gorrión”. Vendió aguas minerales, vendió aceitunas, y vendió electrodomésticos en SAYMO, una tienda que montó en San Pablo, a medias con un socio llamado Monroy, de esta tienda quiero resaltar a una empleada que tuvieron que llamaba la atención por su estilo, su belleza y clase, y que en San Lorenzo se le conocía familiarmente como la “Pizco”. Pero yo no quiero resaltar aquí ninguno de sus negocios, sino que quiero contar la anécdota de que el traspaso del local “Sal de Duernas” lo pagó todo su importe en aceitunas.  Ese detalle se cundió por Córdoba, demostrando que este Paco Savan, era un lince a la hora de negociar con las aceitunas.

Siguiendo para abajo, nos encontramos con la tienda de electricidad de Monroy, y luego estaban las Tabernas de Rafael, que además de buen tabernero era un excelente soldador y la taberna del Gallo, donde había de vez en cuando buenos toques de guitarra. Enfrente estaba Calzados Rodríguez, que hacía esquina  con la Calle del Coliseo. Esta tienda de calzados se anunciaba con un gran letrero en el que se podía apreciar a un bebé metido en un zapato. Este era el icono de Calzados Rodríguez que tenía varias tiendas por Córdoba.

Y como si por falta de zapatos se tratara, más adelante estaba Calzados Carmona, Calzados Alhambra y Calzados la Bomba.  En el recodo que hacía la calle estaba la Pensión el Carmen y enfrente la Casa de los Botones del amigo Hornero. 

Más abajo estaba la Taberna CASA DAMIAN, taberna-estanco, propiedad de los hermanos Elvira, Luís y Carmen, que a su vez eran los dueños del local de la Taberna Casa Gamboa de San Lorenzo. Su hermano Luís, que era invidente, despachaba y conocía a todos los clientes perfectamente simplemente por su voz. Este Luís ya cuando era mayor se solía sentar junto al mostrador y allí se pasaba las horas.  Buena gente estos hermanos que regentaban la taberna de casa Damián.

Luego estaba la Heladería Astur, cuyo dueño Pepe, era empleado de la Ferretería la Campana, esta heladería ha sido de los establecimientos que más tiempo ha durado en esta Calle. 

Casi enfrente de la heladería, estaba la tienda de los famosos hermanos Gómez, que vendían desde una simple bombilla hasta cualquier electrodoméstico. El hermano mayor era comercial de la casa ASKAR y fueron muchos los televisores que vendieron de este tipo. Tenían un técnico que por la forma de hablar parecía que venía de un sembrado de melones,  pero luego era un gran figura como entendido en el tema de los televisores 

Estos hermanos llegaron a tener un contable que se llamó Antonio Jiménez, y que según contaban los que le conocían era tan hábil con las letras (en ese negocio se firmaron infinidad de ellas),  que las echaba por alto y las que iban a ser pagadas se quedaban de canto. Este Antonio se había criado en los Patios de San Francisco, y cuando podía, le gustaba una fiesta más que el comer con las manos. Gran admirador del Cordobés, de Fosforito y de Miguel Reina. En sus mejores años de profesional trabajó en CENEMESA, y llegó a tener todo el interruptor MFA-150, metido en la cabeza. Se murió con apenas 50 años y con ello Córdoba perdió a una de las personas que la amaban y la defendían de verdad.  

Luego estaba Casa Inés  y la tienda de tebeos y chucherías de Carmen. También Pedro tenía por allí su pequeño negocio.  Al final de ese trayecto estaba la Taberna del guardia municipal Zacarías, al que se le podía ver con frecuencia sentado allí, reposando su amplia humanidad. Al menos cuando estaba allí sentado no andaba por las calles multando a los nenes que jugaban a la pelota. Prácticamente enfrente estaba Casa Enrique, en donde por una simple “perrilla” (5 céntimos), te prestaba un tebeo para leer.   

Uno de los últimos negocios que llegó a esta calle comercial fue La “CASA DE LAS ZAPATILLAS”,  que fue todo un progreso. Estos comerciantes habían empezado enfrente del Bar los Toneles, ubicado en la Calle frontal a la antigua estación y de allí quisieron probar en esta calle. Este negocio que llegó al principio de los años 1950, y en aquel tiempo unas zapatillas de cáñamo muy habituales en aquella época costaban 12 pesetas igual que una bombilla para el alumbrado de la luz de “perra-gorda”.  

Luego la salida de la Calle Carreteras  y la pequeña calle sin salida, hacía una especie de pequeña Plaza, en ella estaba por las mañanas Rafaela con su puesto de jeringos. Era una delicia aquellas ruedas que esta mujer hacía al precio de un real (25 céntimos), y los madrugones que se pegaba para encender la candela con aquellas bolas que compraba en Carbones Cañete, en Jesús de Nazareno. Y hablando de carbón o algo por el estilo como no recordar a Conchi “La Piconera” que allí estaba al pie del cañón todos los días.   

Al fondo de la calle sin salida, vivía León Morrugares, de la familia de los “cocos” de San Lorenzo, que fue un gran aficionado al boxeo, y los practicó con buena dedicación. Más de una vez lo pudimos ver en aquellas veladas del mediodía que se daban en el cine de verano del “CÓRDOBA CINEMA”, (Arroyo de San Lorenzo), le pudimos ver enfrentarse contra Manuel Maldonado “El Mangui” que además de actuar en el Zoco como cantaor flamenco, también tenían buenas maneras de boxeador. En esa Calle también vivían los Moyano de las gaseosas. Era cuando en Córdoba había cuatro o cinco marcas de gaseosas, ya que estaba Illescas, La Constancia, El Marrubial, Moyano, La Pijuan y un poco tiempo después llegó la Revoltosa, Luego llegaría la Casera y acabó con todas.  

También en la Calle sin salida, existía una Fonda-Pensión, en donde en aquellos primeros tiempos del Córdoba CF., se alojaban algunos jugadores del Córdoba. Más de una vez los hermanos “La Manola y su Matías Prast” protagonizaron algunos escándalos cuando dejados llevar por su celo y cariño al Córdoba, “perseguían” los posibles excesos de estos jugadores en orden a consumir alcohol y alternar con mujeres. Estos hermanos que vivieron en la Calle Montero, eran grandes aficionados al Córdoba, y en su localidad de tribuna muy cerca de los fosos de los entrenadores, era un espectáculo verlos durante el partido. La Manola, era limpiadora de los Mercados municipales y su hermano trabajó en aquella Porcelana que hizo historia por el absentismo laboral por accidentes que llegó a tener.    

Y siguiendo con la CALLE ALMONAS, citaremos la tienda de ultramarinos de  Fátima, en donde trabajaba por aquellos tiempos (1959-1970), el  simpático Pepe de la Cuesta, “El lechón” todo un enamorado de Córdoba y su equipo de fútbol, al que cuando era más joven lo acompañó por casi todos los campos en donde jugó.

En ese tramo final,  vivían los Pérez Tierno, los Fernández Pérez, los Muñoz Baena, Los Flores, toda una gama de gente clásica que siempre se distinguieron por su amor a Córdoba, y a sus costumbres. 

Luego estaba el amigo Rafael Cuenca, con sus cántaros, sus lebrillos y sus botijos, y luego “Casa Venancio”, que se puede decir que era la tienda que más nos gustaba a todos por su espléndidos escaparates. Los “orejones”, los “pan de higos” de todos los tipos, las sardinas arenques, los chorizos, todo, todo, sabía a gloria. Esta tienda también se convertía en referencia de los nenes, cuando salían las colecciones de estampas. Hablar del ladrón de Bagdad, con su  “Caballo Roto”, y con el 186  la “Estera”, nos traen bonitos recuerdos. Ellos, junto al quiosco de Fidela de Santa Ana y a Julia en Santa María de Gracia, vendían todas la estampas del mundo y allí el “abrir sobres”, era todo un espectáculo de cierta emoción. 

Más abajo y con el tema de los televisores, estaba el amigo “LALI”, Eulalio García, que también llenó El Barrio Cañero y el Campo de la Verdad de televisores. Tenía un carpintero que no paraba de hacerle “distintos modelos de cajas” para el televisor, cajas que él hábilmente cambiaba cuando alguien le devolvía un televisor que fallaba de aquellos clónicos que vendía, y que al estar en garantía se lo tenía que cambiar por otro nuevo. A los pocos días el cliente se quedaba con la satisfacción de que le daban otro televisor nuevo, cuando en realidad lo único que le habían hecho era cambiar la caja.

Antes de llegar a las tiendas de caramelos y golosinas, hablaremos de Tejidos Benítez, otra importante tienda que fue referente en Córdoba. Su dueño que terminó haciendo algunos pinitos en la construcción, fue de los primeros que en Córdoba, tuvo una moto MV. En aquella moto fuimos una vez a la Granja de Parejo, en la Avenida de Cádiz, para recoger unos lirios  morados que tenía sembrados enfrente de la casa, para adornar el paso del Cristo del Calvario de San Lorenzo, era la Semana Santa de 1957. 

Luego ya viene la Sultana, Rosa, Genaro, Jesús y demás establecimientos de golosinas. Y ya en la calle Cedaceros, se puso Rafael Medina, a vender juguetes inyectados de plástico, que constituyeron un éxito y novedad para los arropieros, y con lo que ganó muchos dineros. Más de una vez se presentó a “prestar dinero” al Banco de Andalucía, eran los tiempos en que estaba de director un tal Albalá. 

Pasamos de largo la Casa de las Cocinas, y terminaremos con Calzados Toril, que durante aquella época hicieron un enorme negocio. Los dueños de estos calzados se implicaron con la Hermandad del Rescatado.  De allí de esa calle se instalaron enfrente de la Iglesia de San Miguel 

Enfrente estaba el eterno guasón de Casa Leal, que para sumar dos y dos, utilizaba un bolígrafo de medio metro. Tenían buenas colecciones de tebeos de Roberto Alcázar y Pedrín y del Capitán Trueno.   

Y ya en la Calle el Toril, había una pensión en cuya azotea, los feriantes hacían sus bastones de caramelo que luego rifaban en la feria. Y ya pasando por debajo del camarín de la Virgen del Socorro, desembocabas en la Plaza de la Corredera, la Plaza Grande.


LA PLAZA DE LA CORREDERA

 Esta singular Plaza de la Corredera, ya existía en 1278. Con toda seguridad sería una plaza con el piso de tierra como era normal por aquellos tiempos. Hay documentos que citan distintos contratos de ventas y alquileres de determinadas casas en la que se ve involucrada una tal doña Olalla mujer de Domingo Torralva.. 

En 1356 en la Plaza y en el llamado “Consistorio” se resolvían toda clase de pleitos con la intervención del alcalde mayor Alfonso López. El edificio en donde se daba esa actividad es el edificio del reloj en donde está la actual Plaza de Sánchez Peña y algunas dependencias municipales. 

Desde antiguo en esta Plaza o próximos a ella existían muchos mesones, tales como:  “Mesón el Toro”, “Mesón Galiana”, “Mesón la Gallina”,  “Mesón el Tinte”, “Mesón la Cáscara”, “Mesón la Naba” entre otros.

En las ordenanzas de 1431 se habla de una regulación de venta de las perdices, las palomas torcaces, conejos y otras piezas de caza, que tenían que venderse forzosamente en la Plaza de la Corredera.

Para haber en la Plaza de la Corredera hubo hasta un “Beaterio” en la Calle de la Odrería muy cerca de lo que hoy es la calle José Sánchez Peña, este “Beaterio” estaba compuesto por mujeres que se retiraban a un recinto cerrado para entregarse a la oración. Por aquellos años de 1479, existían en Córdoba varios “Beaterios”. Uno en la collación de San Juan, otro en la collación de San Llorente, en la Calle Abejar y otro en la collación de Santa Marina, en la Calle Zarco. En aquellos tiempos también era habitual otro tipo de mujeres que se retiraban a orar, estaban las “Bizocas”, no se sabe exactamente en que se distinguían unas de otras pero son citadas como beneficiarias en algunos testamentos. 

También tenemos que citar aquí a las “Emparedadas” mujeres que por viudedad, por soledad, o por cualquier otra cosa, decidían retirarse a orar y lo hacían en habitáculos dentro de la iglesias. Son conocidas las de Santiago, Santa Marina y San Lorenzo, precisamente en esta última iglesia, y con motivo de su última restauración ha aparecido un “hueco” perfectamente definido en lo que se dice la base de la torre y que muy bien pudo ser el lugar en donde se alojara esta “emparedada”. Estas mujeres, solían dejar lo que tenían en favor de la iglesia por concederle esta oportunidad.  

Por los documentos que se pueden leer de la época de la Edad Media, se puede ver que esta Plaza ya existía, y que allí concurría todo el mundo para vender casi de todo. Además y es un detalle curioso, los jueves de cada semana se celebraba como una “especie de rastro”, o lo que es igual un “MERCADILLO” de los que suelen darse ahora. Esto fue debido a un decreto Real de Carlos V de 1526.

A pesar de las Normas, las Ordenanzas y cuando normas de regulación se establecían sobre esta Plaza, no se podía evitar conflictos entre los vendedores de pescado y los vendedores de las carnicerías. Esta Plaza, ya en aquellas épocas era un torbellino de actividad.

En el año 1482, ya se utilizaba la Calleja el Toril para encerrar los toros que debían de participar en aquellas fiestas de toros y cañas y también aparece “La Calle del toro” y la “Calleja del Toril”. Y en fecha posterior hay documentos del Ayuntamiento de fecha 1493, en que se cita un acta capitular en la que el Concejo ordena pagar a Antonio Rodríguez y Alonso Díaz, vecinos de Córdoba, el precio de dos toros que habían facilitado para lidiar en el Alcázar ante el príncipe Juan.   

En el año 1499, se tiene que llegar a establecer una “Hordenança” para regular el agua del Pilar que existía ya en la Plaza de la Corredera. Este pilar había sido inaugurado en 1497, y el mantenimiento de las cañerías que lo alimentaban estuvo a cargo del Alarife Pedro López. Después se plantearon muchas disputas por el derecho al agua. En unas de las galerías contigua a lo que hoy es la Plaza de Sánchez Peña, existen una tuberías que antaño alimentaban de agua al Convento de la Piedad que está en la cercana Plaza de las Cañas, y que en su momento llegó a plantear un pleito. 

En el año 1491, el Concejo de Córdoba, dispone “Que nadie venda pescado fresco fuera de la Plaza de la Corredera, hay que decir que por pescado fresco se entendía pescado del río Guadalquivir.

En tiempos del corregidor Francisco Zapata y Cisneros, conde de Barajas, se labró en 1568 la Fuente que se instaló en la Plaza de la Corredera,  esta Plaza, debió de ser bastante más extensa de lo que es actualmente ya que con toda probabilidad su límite norte llegaría hasta lo que hoy es la Calle Pedro López (Carreteras). 

En el “Manuscrito de GERÓNIMO”, (1450), que se encuentra en la Universidad de Salamanca, éste canónigo, posiblemente cordobés, (Gerónimo Sánchez), hace una visión apasionada de Córdoba, en donde habla de su Sierra, de su Clima, de sus gentes, y como no de la Mezquita-Catedral, pero al hablar de los juegos y distracciones de la juventud, menciona que estas tenían lugar en una amplia Plaza, que hacía las veces  de Circo o Coliseo, y donde los vecinos se agolpaban para ver eventos de jóvenes a caballo donde llevaban a cabo disputas con cierto arte militar. Hay quien mantiene que fue parte del antiguo recinto romano al que se le llamaba “teatro”.

Estando de Corregidor de Córdoba, don Diego López de Zúñiga, en 1607. le tocó tomar algunas decisiones importantes, una fue acompañar y apoyar a San Juan Bautista de la Concepción en su intención de abrir un Convento de Padres Trinitarios en Córdoba, la llegada de estos frailes a nuestra ciudad tuvo algunas dificultades y una de ellas fue la oposición de otros frailes, en especial los agustinos de San Agustín, pues se reducía la posibilidad de limosna. Solucionado este problema los vecinos de la zona de la Corredera le pidieron el traslado de la fuente a otro lugar “ya que estorbaba” para las fiestas de toros y cañas que se celebraban en dicha plaza. La fuente se trasladó a la Plaza de las Cañas y pasado el tiempo fue trasladada a la plaza de San Pedro, en donde sería definitivamente demolida en el 1821. El primer superior que tuvo en Córdoba la orden trinitaria fue Fr. Antonio del Espíritu Santo y se puede decir que el primer párroco que tuvo este convento como parroquia fue el recordado “Padre Manuel”, (1969),  que dada su entrega, y dedicación con todos sus parroquianos, el pueblo de Córdoba le dedicó una calle muy cerca de la Avenida de Barcelona.

En aquellos tiempos en que se le daba poca importancia a las fuentes, a pesar de que eran todo un símbolo de vida. Posiblemente y por la llegada de los políticos cerca de la Plaza de San Salvador, se creó un ambiente no saludable y fue en 1813, cuando la preciosa fuente de esta Plaza, se venía abajo de abandono y falta de mantenimiento, ante la dejadez y abandono, fue trasladada pieza a pieza a la Plaza de San Andrés, en donde se ha constituido como elemento fundamental de esta bella Plaza. 

En el año 1668, como era costumbre por aquellas fechas, algunas personalidades europeas, les gustaba visitar Córdoba. Estos visitantes, por lo general pertenecientes a la nobleza de otros países, solía venir acompañados de “sus fotógrafos” que mediante sus bocetos, láminas y dibujos, tomaban nota de todo aquello que veían. En esta ocasión se trataba del magnate florentino Cosme III de Médicis,  que les gustaba visitar todo aquello que sonara a importante y tomaba “buena nota” de todo lo que veía, con frecuencia les llegaban peticiones de préstamos y necesitaban conocer el mundo que les rodeaba. No hace falta decir que con el cortejo de este   señor, que era como “un banco andando”, todo el mundo se volcó en atender a aquella comitiva del hombre del dinero. Por parte de la corporación el corregidor Cristóbal Muñoz de Escobar, procuró que este noble se encontrara a gusto en nuestra ciudad y lo llevó casi en “volandas” por los mejores sitios, para lo cual se alquilaron varios coches de caballos para los desplazamientos de su comitiva. Para el conde se trajo especialmente una calesa especial de Granada, en donde el corregidor había prestado servicios en la cancillería. Paseo por la Córdoba que él visitante demostró interés, y mientras su “fotógrafo”  Pier María Baldi, tomaba nota con sus apuntes y dibujos  añadiendo los comentarios que aquellos lugares y rincones le parecían. Aunque parezca un tanto raro, una de las zonas más visitadas fue el entorno de la Fuensanta, pues allí existía un incipiente “polígono industrial” de aquella Córdoba y se apreciaba  una perspectiva muy original de Córdoba.   En su visita a la Mezquita-Catedral es Lorenzo Magalotti, su experto en arte, el que   dice en su comentario: “Entramos en una gran catedral y salimos hablando de una gran mezquita”, De alguna forma reconocían que en su gran país, Florencia, de grandes y fabulosos monumentos,  no conocían algo igual.   

Todas las autoridades incluido el obispo se esforzaron para que el noble florentino se sintiera a gusto. Córdoba era una ciudad que había pasado al comentario general por  las epidemias de peste y por el famoso “Motín del Pan” que se centralizó en el Barrio de San Lorenzo, y que le costó el cargo y casi la vida al corregidor Vizconde de Peña Parda. Los líderes de los amotinados aprovecharon la fuente que se acababa de inaugurar en 1651, para subidos en ella proclamar el abuso en la subida del pan. La iglesia de San Lorenzo se convirtió como depósito en donde se guardaba el trigo y la harina que habían confiscado a los caballeros de la ciudad. Allí en la parroquia todo fueron facilidades sobre todo por parte de un sencillo cura llamado Juan Palof, que estaba de coadjutor en la parroquia. Cuando este cura murió el barrio quiso dejar un recuerdo de él dedicándole su  nombre a la calle en donde vivió la actual Juan Palo. Según parece la historia que cuenta "Paseos por Córdoba", no es del todo cierta.

Como era costumbre en aquella época, las personalidades y nobleza que nos visitaban, solían hospedarse, en casas nobles o en el propio Palacio Episcopal, en este caso y con las buenas relaciones que esta nobleza tradicional “toscana” guardaba con la Iglesia, se hospedó en dicho palacio. Allí en los días en que estuvo alojado, procuró que sus costumbres y sus gustos por la comida italiana no le faltaran. La pasta, las hortalizas y las legumbres no faltaron a su dieta, así como su arroz guisado, risottos, sus sopas y sus minestrones. Los italianos hacen de la comida un rito y para ello encargaron al cocinero Giacomo Micaglia, que en estos viajes, solía hacer de intendente. Los italianos compraban todos sus alimentos, pues a ellos le gustaba recrear “El ambiente de su Florencia natal”. Por todo ello en aquellas comidas no pudo faltar  el postre apodado “La sopa del duque” que era un postre que el noble florentino utilizaba como parte de su embajada y se hizo famosa en medio de aquel mundo cultural y financiero.  Aquí en Córdoba, a ese postre se le llamó “Tiramisú” y se le daba a gente que tenía que levantar el ánimo.  Lógicamente y al hablar de bebida hay que citar el café, bebida a la que los italianos aunque copiado de los turcos, supieron darle un requiebro histórico en “sus gelaterías”. El café es como si fuera una parte más de la sangre de los italianos.   

Después de su estancia y ser agasajado, éste noble florentino, fue invitado a una especie de corrida de toros que se montó en su honor. Dicha corrida de toros se celebró en la Plaza de la Corredera lugar habitual de estos espectáculos. La comitiva se dirigió posiblemente a la Plaza de la Corredera, en varios coches de caballos tipo “calesa” de dos caballos, que el Ayuntamiento reservaba para estos eventos. 

Con la Plaza abarrotada de gente y confundiéndose con el constante crujir de aquellas estructuras de madera, los alegres vecinos con sus disparatados atuendos, daban un ambiente de fiesta, asomándose como podían por aquellas casas, soportales, balcones y terrazas. Era evidente la precariedad de aquellas instalaciones de madera, pero la ilusión por el ambiente festivo lo disimulaba todo.  Antes de que empezara el festejo el calor desesperaba y la gente empezaba a aplaudir, dando gritos, chiflidos y pisotones, pidiendo que empezara la fiesta. A la hora anunciada, se soltaron tres toros, que fueron “Toreados a caballo” por caballeros que portaban unas peculiares lanzas hechas de caña y que haciendo girar al caballo, se encaraban al encuentro con el toro,  eludiéndolo una y otra vez, ante los aplausos de los espectadores, que a pesar de el calor disfrutaban del espectáculo. 

Los aguadores hicieron su agosto y máxime cuando en aquellas fechas la dieta del mediodía en la mayoría de los casas, era a base de “mazamorra”, una especie de salmorejo, en donde el color del tomate combinado con el vinagre, la sal y el ajo,  daba una sensación de frescor, pero eso si, pedía mucho agua. Para colmo, aquellas sencillas gentes solían tomar el vino de “Pitarra” que era como el ABC del vino blanco por su sentido local y provinciano de su producción. Rara era la casa de la gente del campo que no tenía una tinaja grande para el vino de un año. A nivel local estas viñas estaban situadas en las afueras de la ciudad un poco más allá de “Molinillo Sansueña” en la carretera al santuario de Scala Coeli.

A medida que iba avanzando el festejo, al toro se le pinchaba aquella especie de lanza como castigo,  y ya para el final, el caballero jinete, cogía una lanza de castigo final para intentar acabar con la vida del noble animal. La gente aplaudía los escarceos y desplantes del caballo delante del toro.  Al final y después de multitud de cabriolas, el caballero intentaba matar al toro con su lanza final. Si por cualquier caso, el “torero” no acababa con la vida del toro, cosa que no era lo normal, se lanzaban al ruedo una “piara” de perros que hábilmente amaestrados intentaban acabar ellos con la vida del toro. 

Cuando el toro era vencido por los perros, algunos valientes espectadores, sobre todo los que tenían un buen nivel del mencionado vino de “Pitarra”, se lanzaban al “ruedo” para reclamar parte de aquella carne del animal abatido. Esta crónica tan peculiar de aquella corrida de toros fue comentada por Giovan Battista Cornia, escritor y médico de Cosme III, al que también acompañó en su viaje por España y Portugal. Al margen de aquella corrida de toros éste hombre se despachó a gusto al hacer su crónica final de Córdoba: 

“La ciudad es muy grande y tiene buenos monumentos, sobre todo uno que es una joya sin par y única, si bien que en otros edificios, la mediocridad y la estrechez de sus calles, unida a la mala calidad en la construcción de sus edificios, cede con mucho a otras grandes ciudades de su categoría vistas por nosotros. La hospitalidad de sus gentes es algo que se escapa de cualquier categoría, pues son gente sencilla, trabajadora y con mucha clase”.        

El comentario sobre la Mezquita-Catedral, estuvo a cabo de Lorenzo Magalotti, el experto en arte de aquella expedición, el  cual al enjuiciar el monumento dice: “Único, singular y el paso de los siglos ha sido para él como un bálsamo que junto a la fe cristiana lo han mantenido erguido y en pie”.

La visita de este grupo de florentinos, hay que entenderla como la visita del “tasador de banca” que hace  una fotografía de todo el “inmueble” que sale a su paso y lo valora como un posible aval,  de cara al préstamo, la hipoteca o el embargo. El mundo de la finanzas así era y así seguirá siendo.

En 1685, el corregidor Ronquillo Briceño,  ante Juan Francisco de Vargas y Cañete, escribano del rey donde le dice poco más o  menos que las casas y pórticos que circundan la Plaza, son de madera y en la mayoría de los casos está prácticamente “podrida” y representa un grave peligro para todos los ciudadanos que las habitan e incluso a aquellos que asisten a los normales juegos de cañas y toros. Por todo ello justifica que se lleve a cabo una nueva “fabrica” de la Plaza.

El edifico actual de lo que es la Plaza Sánchez Peña, sirvió de cárcel pública y actuaba como Casa Consistorial, fue comprado en 1846, por don José Sánchez Peña y puso una industria de sombreros con modernas máquinas de vapor. La parte superior la dedicó para vivienda de los trabajadores.

Como ya hemos dicho el corregidor Ronquillo Briceño, se encarga de remodelar la Plaza de la Corredera, que la perfila como un gran rectángulo de 113 x 55 metros.  El proyecto a base de piedra, ladrillo y arena, fue realizado por el arquitecto salmantino Antonio de Ramos y Valdés, que consiguió un proyecto que fue postal de Córdoba, sobre todo después de su rehabilitación en el año 1992-1994.  Los encargados de aquella obra fueron los cordobeses, Antonio García y Francisco Beltrán, que manejaron un presupuesto de 760.000 reales. En realidad lo que se dice la “obra” obedeció a hacer las fachadas a modo de “decorado”, el interior de lo que sería habitable estaba por construir, y se fue realizando a medida que los dueños se interesaban por construirse una vivienda. Aquello dio a esta Plaza una peculiaridad muy especial, en cuanto a la forma de las viviendas y los propios vecinos. 

Entre los vecinos de esta Plaza se puede considerar al pintor Bartolomé, hijo de Manuel Sánchez, y porque no puede ser Bartolomé  Bermejo, pintor que dio nombre a una Calle en donde hay un patio maravilloso, y que después de presentarse muchos años, nunca le dieron un justo premio a juicio de su dueño, por lo que dejó de presentarlo. Cerca de allí vivió Esperanza Ponte León, una atractiva mujer que trabajó en CENEMESA, aunque nació en Canarias, ya que su padre era farolero de profesión, encajó en Córdoba, por su clase y su estilo. Llamó en su época la atención por la elegancia que llevaba aquella falda de tergal.

Según parece la Plaza de la Corredera, se achicó por la parte que da a la Calle Pedro López (Carreteras), y aunque se le dio la dimensión aproximada de un campo de fútbol, nunca llegaría a emplearse para ese deporte que ya habían inventado por esos tiempos los ingleses en la Universidad de Cambrigue. (1848). Esta Plaza se dedicaría para atracciones de caballos y toros. El nombre que se le daba a estos espectáculos era el de: “TOROS Y CAÑAS”.

En el año 1893, comenzó a construirse en mitad de la plaza una  estructura metálica de aspecto enorme que sirvió de Plaza de Mercado. Alrededor de esta Plaza y sus puestos, se fraguó un mercado que se convirtió en el principal enclave comercial de la ciudad y esta actitud duró hasta mediados el siglo XX, en que empezó a decaer. Pío Baroja en la Feria de los discretos cita esta Plaza. De forma paralela en la Plaza de las Cañas, se estableció el mercado para frutas y hortalizas y en el edificio de “Sánchez Peña” se instaló la Plaza del Pescado.

La zona porticada era una sucesión de arcos y en cada uno de ellos, salvo el de las dos jeringueras  y los dos afiladores, el resto era ocupado por un zapatero remendón. Por aquellos pórticos, probaba fortuna mucha gente, que vendía, cambiaba y estraperlaba de todo. Posiblemente uno de los buscadores de fortuna que más suerte tuvo es Antonio Deza, el dueño de supermercados DEZA, que empezó vendiendo limones, laurel, ajos, piñas y todo lo que de pequeño se trataba. El  con sus ristras de ajos sobre el cuello, se situaba a la entrada de la Plaza y su constancia y ganas de trabajar hicieron el resto.

Al día de hoy y recordando aquellos tiempos iniciales del amigo Antonio Deza, que además de vender a pecho descubierto era un gran simpatizante del PCE en Córdoba, y todavía hay algunos viejos militantes que recuerdan los de garbanzos y lentejas que empaquetaban para el negocio de este hombre en la sede del partido de la calle Batalla de los Cueros, se supone que les pagaría bien. Pero traigo aquí este recuerdo porque en aquellos tiempos 1960, en Córdoba había un núcleo del PCE, en el que estaban entre otros el amigo Rubia, Antonio Deza, Aristóteles, Acevedo y por terminar con alguno, el dueño de un afamado Taller de acero inoxidable y otros materiales de decoración. Este taller que se dedicaba a los trabajos que se podían definir como la auténtica crema del acero inoxidable y el aluminio especial; eran casi todos trabajos de decoración, por lo que eran trabajos altamente caros y con bastante rentabilidad. Traigo aquí este recuerdo, pues hoy he visto a este empresario del acero inoxidable, y que debió ganar mucho dinero en esos trabajos de “decorar oficinas y sucursales” sobre todo de CAJASUR, que pagaba muy bien, encabezando una manifestación de personas mayores, que de forma pacifica criticaban el sistema capitalista y de paso al gobierno. 

Me hubiera gustado que este empresario de toda la vida, se hubiera cruzado con su amigo Antonio Deza, y hubieran comentado la “evolución de la vida” El Antonio Deza, que empezó vendiendo cuatro ajos, “Podrido de millones” y el otro el empresario del acero inoxidable, facturando trabajos muy importantes y rentables, encabezando una manifestación. Cualquiera sabe lo que es el marxismo.

Y siguiendo con la Corredera…. 

Ante los informes técnicos emitidos por los servicios de salubridad Pública del Ayuntamiento, se llega a decir que en dicha Plaza no se daban las condiciones higiénicas necesarias para garantizar la salud pública. Fue en el año 1959, cuando se decide desmontar aquella mole  metálica, y el Mercado se ubicó en el subsuelo de la Plaza. En estos trabajos de acomodación se encontraron numerosos mosaicos de época romana, que fueron hábilmente restaurados, tratados y colocados en el Salón principal del Alcázar de los Reyes Cristianos, por los acreditados canteros  Hermanos García Rueda, de Puerta Nueva.  

Ya en el año 1986, se acordó rehabilitar la Plaza de la Corredera, convencidos de que el Mercado en el Subsuelo ya no funcionaba, por razones de temperatura o ambiente, luego se demostraría que las “Grandes superficies” era lo que había acabado con todos los mercados, con lo que ello suponía en orden a ocupación y distribución de la riqueza. Se conseguía con estas superficies  eficacia, servicio y limpieza, pero se concentraba el beneficio en unas solas manos, y que a veces se iban fuera del país. De esta forma muchos puestos que mantenían a una familia desaparecían y en su lugar aparecían puestos de trabajo de “reposición” y de “cajeras”. El cambio fue muy perjudicial para el empleo y la circulación de la riqueza.

En el proyecto de rehabilitación de esta Plaza, se va de la mano de la Junta de Andalucía, y es ella con sus arquitectos, la que discute la rehabilitación. La obra se encargó mediante concurso a la Constructora San José, una empresa ubicada en Pontevedra y que había bajado al sur aprovechando el empujón de la construcción. Habrá siempre quien estará o no de acuerdo como han dejado la Plaza, pero siempre habrá opiniones para todos los gustos. Como nota curiosa añadiré que el rehabilitado de los balcones, su reparación ya que algunos estaba con los hierros colgando, fue realizado por Francisco Losada Wic, que los restauró al precio medio por balcón de 13.650 pesetas. Allí, los Florencio Ruz, Antonio Romero, Alejandro Luque,  etc. etc. fueron los que llevaron a cabo dicha restauración de los balcones.  

Finalmente esta remodelación con su alumbrado y la fuente fue inaugurada por el presidente de la Junta de Andalucía el Sr. Chaves y con presencia de la alcadesa de Córdoba Rosa Aguilar, esto ocurrió el 9 de diciembre del año 2001.


NOMBRES PROPIOS

 Al hablar de la Plaza de la Corredera, hay que citar a personas que han sido referentes vivos de esta vecindad. Citaremos a PACO LOPERA, una persona entrañable que se crió y educó en el Colegio Español  y después pasó a los Maristas de la Compañía. Alternó su trabajo de platero con la atención del BAR de su padre y que heredaron de sus abuelos. En su plano personal se dedicó a practicar deportes destacando en el fútbol en donde llegó a jugar en el Córdoba, también fue aficionado al boxeo, la natación y otros deportes. El Molino de Martos fue un lugar en donde él disfrutó de sus saltos y la natación. 

 El como pocos conoció a la gente que convivían en el día a día en la Plaza de la Corredera y así nos hablo del “Tarugo”, el simpático afilador.

 José Yañez “El Tarugo” que vivía en la portería de San Clara, y alternó el afilado en la Plaza de la Corredera, con su trabajo de vigilante en CENEMESA, en donde casi siempre entraba a los horarios más impertinentes, por lo que tuvo que vigilar zonas en donde eran frecuentes los robos de chatarra de cobre. (aún no habían llegado los rumanos). Ante los robos continuos, la fábrica fue a pedir consejo al jefe de seguridad de la Electro Mecánicas, un tal señor Palma. Este    señor aparte de otros consejos, pidió que se equipara a los vigilantes con un radio-transmisor, que acababan de salir al mercado. Eran unos aparatos enormes y ya el transportarlos suponía como si llevaras un bolso grande. Por trabajar casi siempre de noche al “Tarugo” le asignaron un aparato de aquellos, que él se negaba a utilizar pues nunca aprendió su manejo. Solo sabía decir: “CORTO CAMBIO Y CORTO” Por muchos días que pasaban el seguía sin aprender el dichoso manejo, por ello un día se presentó en el despacho de su jefe y le dijo: “Mire usted, estas vacaciones he estado en mi pueblo y un primo mío me ha enseñado a chiflar y lo hago muy fuerte, por ello,  yo ya no necesito el radio-transmisor ese para dar una señal de alerta”.

 Otro personaje con nombre propio era Miguel Serrano, al que cariñosamente y por su corta estatura le llamaban en Casa de Ordoñez, el “Artillero” y este apodo le acompañaría hasta el resto de su vida. Fue toda su vida un sencillo y honrado trabajador, su carrillo de varales colgado a su cuello era su medio de trabajo. Se pasaba el día transportando chivos  de un lugar para otro. En una ocasión el cura de San Lorenzo, le encargó el transporte de un queso americano de aquellos  que eran como ruedas de molino. Era el año 1955, y el queso lo recogió del palacio del obispo, con toda la dificultad del mundo, cargó su queso encima del carrillo, ante la atenta mirada de don José María Padilla. Con el queso encima del carrillo, empezó su camino desde el Palacio del Obispo, a la Iglesia de San Lorenzo, en todo su recorrido él y los dos monaguillos que le acompañaban, no pudieron evitar que por el camino de Calle Cardenal González, Lucano, Don Rodrigo, San Pedro, Alfonso XII, todo el que se sentía con hambre cogiera y arrancara un pedazo de queso y saliera corriendo. La verdad es que cuando el carro se paró en Casa de Ordoñez, faltaba buena parte del queso.  Cuando llegó el cura y le preguntó que es lo que había pasado con el queso, el “Artillero” poco más o menos le dijo: “Mire usted si la gente tiene hambre no la puedes provocar con un queso tan grande por la calle, yo también hubiera cogido otro pedazo”.  El cura se calló.

 Como no, el amigo Lopera nos recordaba a la singular Encarna la “Barbera”, una mujer que vivió y creció en medio de estos soportales. Le decían la “Barbera” porque el padre le dejó una barbería y ella la alquiló. Era una mujer valiente y a la vez muy discreta, pero con toda su belleza y aunque ya era mayor , se presentó en televisión y aguantó una entrevista en la que llegó a decir que había sido durante mucho tiempo la “querida” de D. Rafael Pesquero, celebre médico cordobés.  Ella en determinados días de la semana solía llegarse a su puesto de  pescado y decía: “Quiero pijotas que hoy me viene  ver mi médico” . 

También hay que citar aquí a Rafael Gaitán Romero, el “Pesca”, como le conocían sus amigos, trabajó en esta Plaza durante toda su vida profesional y su puesto cambió de sitio las veces que la reformas de la Plaza lo hicieron necesario. Era un calificado profesional y obsequiaba a su fiel clientela,  con el manejo y  malabares de sus cuchillos.  A veces se permitía el lujo de calcular el peso “a bote pronto”, dado el tiempo dedicado a este oficio. Durante su juventud fue un gran aficionado al baile flamenco ganando primeros premios en los concursos a los que se presentó. Además de una excelente y jovial persona, tocaba la guitarra de maravilla y jugaba al dominó como un auténtico maestro. Muchas veces en la “Tabernilla” de la Plaza de las Cañas, se reunía a la hora del Café con Rafael Calvo “El Mohete” y Francisco Arjona “Paco-La viña”, que eran auténticos maestros en esto del dominó.  

También me comentó Lopera, que en la Taberna “El Gallo”, le contaba su padre que se reunían la gente que jugaba en el equipo “LOS ONCE ROJOS”, un equipo juvenil que representaba al Hospicio de la Merced, y tenía en Mariano González, a su mentor. Entre esta gente joven que acudía a estas reuniones todos los viernes, estaba José Villalonga, que con el nombre de Pepe Villalonga “El Chato” fue entrenador del Madrid de la primera Copa de Europa y entrenador de la selección española que ganó la primera Copa de Europa en el año 1963. Pepe Villalonga correteo la Cuesta de la Espartería, para acudir desde su Calle de Ambrosio de Morales, a su reunión de fútbol. El había nacido en la Calle Ambrosio de Morales nº 12. La casa está actualmente  tal como su familia la habitaba y se halla ubicada en la misma esquina de la calle del Reloj y enfrente de lo que fue la sede central del Monte de Piedad y Caja de Ahorros del Señor Medina.  Era hijo de D. Joaquín Villalonga y Munar, notario de profesión y de Dª María del Carmen Morente Regidor. Tanto su padre como su madre eran de Palma de Mallorca y de Segovia respectivamente, por lo que los traslados del padre fue determinante para que toda su juventud se desarrollara en Córdoba.  Al quedar viuda su madre el pidió a la edad reglamentaria emanciparse legalmente de su madre y se marchó a Madrid. En 1947, ingresó en la academia del ejército donde se hizo militar de profesión.  Profesión que alternó con sus estudios de Educación Física, y los de entrenador de fútbol. 

Había en San Lorenzo y en la Calle Roelas nº 2, una madre y una hija, que se llamaban Juana y Rafi respectivamente, que eran familia de Antonio Toledano, apodado por su habilidad en el juego de las cartas como “manitas de plata” que regentaba el BAR FLOR, de Cercadilla, esta madre e hija todos los días solían ir a comprar a la Plaza Grande.