jueves, 24 de octubre de 2013

EL HUEVO A LA FLAMENCA

El laurel  común (laurus nobilis L.) es un arbusto o árbol aromático de hojas perennes cultivado prolificamente en toda la peninsula ibérica desde la antigüedad.

Tradicionalmente siempre se utilizó en temas relacionados con los honores, las medicinas y en la buena cocina y todos estos usos aparecen en la historiografía de la medicina y en los farmacólogos helenos, además los griegos consagran el laurel al dios Apolo. Los mismos emperadores romanos son representados con sus coronas laureadas como símbolos de su poder y su gloria. Con el cristianismo el significado del laurel sigue representando el triunfo, el valor y la sabiduría, por lo que era frecuente que figuraran representados en emblemas y escudos.

En la Iglesia católica,  la celebración del Domingo de Ramos, constituye una ocasión, para que en muchos lugares, el laurel se alterne, con el romero, el palmito y el tomillo, como ofrenda en las manos de los que participan en la procesión, que conmemora la entrada entre vítores de Jesús en Jerusalen. 

Es un arbusto que suele alcanzar hasta 12 metros de altura, y suele estar muy presente en medio de los árboles frutales de un pequeño huerto, en un patio, y en cualquier zona boscosa. Hay creencias antiguas, de que el árbol de laurel protegía a los habitantes contra los rayos de tormenta,  las epidemias y hasta el mal de ojo.  Su lento crecer ha mantenido el dicho de:

“Quien planta un laurel nunca lo verá crecer”.


La primera vez que vimos el laurel, era en aquél especie de "cajoncillo", que sobre un pequeño baño de zinc boca abajo, le servía de puesto a la “Pastora” de San Agustín, que vendía limones, ajos, perejil y laurel. Ella, la citada “Pastora” era el primer puesto de aquel mercado si se accedía desde el Pozanco. Luego ya con el tiempo, pudimos ver esta planta en unos árboles espléndidos que crecían en la finca “El Soldado” de nuestra sierra. También lo pudimos observar en el patio de árboles de la taberna de la Sociedad Plateros de la Calle María Auxiliadora, en donde había un arbusto de laurel que velaba por el crecimiento de la “Dama de Noche” y el espléndido “Jazmín”. Ya por desgracia no está la “Pastora”, poco queda de la finca “El Soldado” y nada debe de quedar del laurel del patio de la Sociedad de Plateros.

El otro día al pasar por la Calle Alvar Rodríguez, me encontré en la puerta de su casa, con Paco Jiménez, “El Guapo”, el cual estaba junto a un cajón que contenía laurel para la venta. Me explicó que su hermana Antonia “La Guapa”, había fallecido la semana pasada. Es curioso que a la puerta de una mujer que durante toda su vida, y como buena “churumbaque” vendió todo lo que daba el campo,  apareciera ahora un cajón con Laurel y es que como decía ella, se trataba de que la olla hirviera todos los días. El lugar en donde todos los días ofrecía pacientemente sus productos, era en San Agustín, en la puerta de Manolo Polonio, el carnicero. El quicio de la puerta era el único referente de apoyo o caseta que tenía, así años y años, hasta que trasladaron el mercado a la Plaza de la Mosca y se jubiló. Luego continuó cuidando a su  hermano Paco, como si fuera su propio hijo. Muchas veces que pasabas por la puerta de su casa, podías ver a los dos hermanos, sentados en el patio de su casa, disfrutando de los atardeceres de Córdoba por los veranos. Pero el próximo verano, ya no estará su hermana, compañera de tantos y tantos años, trabajadora cabal. Ahora estará sólo él, quedando como el vecino más antiguo de toda la calle Alvar Rodríguez. Dicen que por la vista, ya no puede ver ni tan siquiera el fútbol de la TV, por el que sentía pasión. Pasión que la demostró durante su juventud, jugando allí en donde había un poco de llano para correr. Todavía recuerdo aquellos “desafíos” que echaba con sus vecinos, Los Veras, Los Padillo. Los Quirros, Los Trenas, Los Pepillos, Los Claus, Los Hiedras, Los Pepete, etc. etc., en aquel “Solar de Juanito”,  (Años más tarde se puso el local de Modesta, enfrente de la Plaza de la Mosca), donde se jugaba con el “riesgo” de tener un pozo seco y profundo en medio del campo de fútbol y a pesar de ello, se jugaba porque había afición. Cuando caía el balón al pozo, le tocaba bajar normalmente al más pequeño, que con improvisadas cuerdas y correas, se hacía una cuerda por la que se descolgaba hasta una profundidad de 15 metros aproximadamente, yo bajé dos veces.

LAUREL para esta gente que se la jugaba todos los días jugando al fútbol con un pozo en medio, simplemente por amor a este bendito deporte.

La Calle Alvar Rodriguez, es posiblemente una de las calles de San Lorenzo, que más habitantes tenían por m2 de zona habitada. En aquellos años, de los 50, 60, 70, y 80 del pasado siglo, había más vecinos que piedras en los patios de las casas. Eso si, casi todos emparentados, lo que nos podía permitir el contemplar, que casi todos, a pesar de las lógicas discusiones, eran una piña familiar. Esa Calle, sus gentes eran personas sencillas, trabajadores populares, pero aún así, tuvieron sus catedráticos, universitarios, abogados, médicos, practicantes, pescaderos, peluqueras, electricistas, plateros, directores de teatro, fábrica de gaseosas, taller de bicicletas,  mucha gente buena.

En la actualidad ya quedan pocos vecinos originarios de aquella época, solamente quedan dos hermanos de la saga de los “guapos”, que son los que quedan viviendo en su casa de toda la vida, en la casa del laurel en la puerta.

Entrando por la Calle Ruano Girón, nos encontramos con la casa de “Las Rancheras” nombre con el que se denominaba a la hermanas de Rafael Ruiz Lucena, que fue un cordobés de categoría, gran amigo de muchas personas, pero en especial del poeta Francisco Carrasco Heredia, al que acompañó en sus rutas poéticas y en especial en su recorrido por toda nuestra sierra para tomar notas para su libro “Los Arroyos de Córdoba”. Igualmente fueron muchas veces a Badalona, para hacer “patria chica” entre los cordobeses que allí se reunían en la Casa de Córdoba. Además fue uno de los fundadores de la “Peña los Rafaeles”, que se consolidó en el hogar de los antiguos salesianos, bajo el simpático liderazgo de Rafael Casas “Casitas”.  Fue trabajador de Cenemesa y en su despacho, tenía siempre un almanaque de Maria Auxiliadora y una gran estampa del Arcángel San Rafael.

LAUREL, para este gran cordobés que supo llevar su gran amor a las cosas de Córdoba, a la misma Cataluña.

Eran los tiempos en que el Bar de la Asociación de los Antiguos alumnos, (Que estaba junto a la “Muralla de la Calle el Cisne”,) lo regentaba “Basilio”, que estaba emparentado con la “Hermosa”, de la Calle Ruano Girón, y que fue la mujer de Patricio, fornidos jugador, que jugó en el equipo de la Electro Mecánicas y terminaron como muchos en Barcelona. El tal “Basilio”, además de suegro del “Limpio”, lo era también de Antonio Jiménez Gutierrez, el que fuera contable de los hermanos Gómez, en su tienda de televisores de la Calle Almonas, un poco por debajo de Hornero el de los botones.

El amigo Antonio Jiménez, fue un simpático personaje, cordobés por los cuatro costados, y que supo inculcarles a los hermanos Gómez, tal habilidad en el manejo y negociación de las letras, que llegó un momento en que las tiraban por alto y estas caían siempre de canto. Fueron muchos los televisores y electrodomésticos, que durante los años, 60, 70 y 80 del pasado siglo vendieron estos tres hermanos; Rafael, como gerente, Antonio, como encargado y Felíx, encargado de los transportes y puestas a punto. Pero si grande fue el volumen de ventas y televisores que los Gómez vendieron, más grande fue el saco de “letras devueltas” que un día Rafael, quemó en su parcela de Alcolea. Daba la sensación de que estos hermanos Gómez, algunas veces, no solamente “daban facilidades de pago”, sino que parecía que incitaban “para no pagar”. El bueno de Antonio Gómez, solía decir a los clientes: “No te preocupes por la letra, mi hermano las suele retirar por ventanilla”. Hubo momentos que vendían televisores ASKAR, a cualquiera que pasara por la puerta. Lo importante era vender más aparatos que el “Lali”, que tenía la tienda un poco más abajo.

LAUREL, para los hermanos Gómez, que a pesar de sus disgustos por las letras devueltas, contribuyeron a que muchos barrios populares se llenaran de televisores y  turmix.

En la misma Calle Alvar Rodriguez y después de una tienda regentada por Rafalita, estaba la casa que en apariencias era la mejor terminada de la calle, allí vivían importantes vecinos, como los Ordoñez, que toda su vida se dedicaron al trabajo de los mármoles.

También los Santiago Laguna, de estos últimos tenemos que hablar que con su entrega y trabajo, lograron una posición académica que no era muy habitual por aquellos lugares. Diego Santiago Laguna, sobrino de “Margarita” la de la “Peña  la Pimienta”, logró la Cátedra de Farmacología de la Facultad de Veterinaria de Córdobas, antes había logrado la plaza de profesor en la Facultad de León, en donde estuvo trabajando durante sus primeros años de profesional docente.

El amigo Diego, hoy Catedrático emérito, fue todo un número uno de su promoción en el Colegio Salesiano. Se orientó por la carrera de Veterinaria, porque al parecer su tía Margarita, (La de la Peña la Pimienta), se había casado con uno de los hermanos Priego, dueños de una famosa Pasamanería de San Lorenzo, (que antes fue “La Barata” de Torderas) , y que eran propietarios de la Finca Peña Tejada, a él, a Diego, le encantaba el campo y los animales. Estudió la carrera con notas brillantes y su primera oposición la ganó como hemos dicho en la provincia de León; luego posteriormente pudo conseguir plaza en Córdoba, en donde se ha jubilado como Catedrático de Farmacología. Me cuenta un compañero suyo de mili, que se portó maravillosamente en el oficio de “cartero”, eludiendo con toda seguridad haber hecho labores indispensables de “mamporrero”, como era casi normal en aquellas Caballerizas Reales, de feliz recuerdo para la Córdoba ecuestre.  Todavía guardo un trabajo que me regaló sobre los antibióticos, cuando apenas tenía 17 años.

LAUREL para este vecino, Santiago Laguna, que sumo emerger de esta calle con su brillante carrera de Catedrático.

Más abajo vivía “Berta”, la fugaz jeringuera que puso su puesto  más o menos en donde hoy está el mosaico dedicado al Cristo del Calvario, en la Calle del mismo nombre. 

Este Cristo, por cierto, cuya Hermandad se le denomina del Vía Crucis, fue “castigado”,  a no participar en el Magno Vía Crucis, que se celebró últimamente en Córdoba, cuando por antigüedad y la tradición de esta cofradía, le correspondía un puesto en este magno desfile. Además es de las pocas Hermandades que tiene de antiguo en sus estatutos, el convertir su desfile procesional en un autentico Vía Crucis; por algo le llaman la Hermandad de la Via Sacra.

LAUREL, para José María Gutierrez, el “Guti” que fue el Hermano Mayor que se recordará de forma permanente,  por su gran labor en pro de su Cristo del Calvario.

Y siguiendo con Berta la jeringuera, tenemos que decir que fue “fugaz” porque apareció allá por los años cincuenta del siglo pasado y duró pocos años. La mujer que le ayudaba a mover los jeríngos, era Angelita Muñoz Moreno, hermana de Manolo Machín Moreno, el panadero del Horno de los Remedios de Cañero Viejo, y que durante bastante tiempo, repartió el pan en la tercera calle de Cañero (Pintor Muñoz Lucena), siendo él, el que suministraba el “famoso pan” que Rafael Gómez Sánchez “El Sandokan”, costeaba a un grupo de mayores de dicho Barrio. El fallecido “Mejias”, zapatero de categoría, fue vecino y testigo de esta simpática historia.

Continuando con lo de las jeringueras, tenemos que decir que el barrio y sus alrededores, estaba plagado de puestos de jeringos. Yo recuerdo con especial interés a Concha González Ruiz, que era parienta mía y que ocupaba un sitio en donde ponía los veladores la taberna de “Huevos Fritos” y posteriormente el Gallego Iglesias, y luego Luis Bravo. Esta mujer, durante la República, fue la portera de la Escuela Obrera, cuyo director era D. Eloy Vaquero Cantillo, “Zapatones”. Ella pudo comprobar como éste hombre se marchó antes que estallara la guerra (18/07/1936), saliendo de España por Gibraltar, pues al parecer había sido amenazado de muerte por alguien del propio arco parlamentario.

Luego en San Lorenzo, además del puesto de Berta, estaba el de Manuel, en mitad de la Plaza junto a la fuente; se quitó y se volvió a poner. Era bastante cabezón en sus manías hasta el punto de que iba incluso al Arroyo de Pedroches a por los juncos que le servían para colgar los jeringos.  Este puesto lo quitó allá por el año 1958, fecha en que se quitó el famoso “Tacón de San Lorenzo” formado por la casa de los Almirón, en donde tenían una sultana.

Luego, en la esquina del Cine Iris, estaba la “Pulgarina”, hoy su nieta es la administradora del Colegio Salesiano. En esta familia hubo "cantaores" de flamenco, de saetas y gente que entendía de vinos por trabajar en las Bodegas de Cruz Conde. Tuvieron relación con la famosa bodeguilla “Los Arbolitos” de la Calle Alvaro Paulo. Su padre fue nada menos que “El Rusieñor de Córdoba”, cariñoso apodo que le pusieron cuando a principio de los años treinta del siglo pasado, y en una actuación colosal en la Plaza de los Tejares, Rafael Gavilán Pulgarin, que era jefe del conocido Molino de Carbonell, se cantó todos los cantes del repertorio del maestro  Antonio Chacón, hasta los mudos disfrutaron de tanto cante. Esto me lo comentó, tomándose un “canasto” en Casa Millán, Paco Alcalde “El Cojo Palanca”, el barbero de la Calle María Auxiliadora, que cada vez que un cliente quería ir al servicio lo mandaba a los Urinarios Públicos, que había en la esquina de Los Gavilán “Los pajeros”, ya pegando con la  la Huerta Tras la Puerta y la misma "Redonda". La Huerta "Tras la Puerta", era regentada por las hermanos Porras, y sobre ella se levantó todo lo que hoy es la Avenida de Barcelona.

En la Calle Montero, y junto al transformador que había a la entrada de la Calle Rivas y Palmas, estaba “Hermenegilda”, que era ayudada por Carmela Trujillo, hija del zapatero del mismo nombre de la Calle El Truque. Carmela, con el paso del tiempo, llegó a regentar el puesto y fue ayudada en las labores “de mover los jeringos” por la popular “Piquito Plata”, personaje singular de la calle Montero y que se casó con Pepe un formidable pintor de brocha gorda.

En el Jardín del Alpargate, estaba Rosario, junto a las escaleras de acceso a esos abandonados jardines, que más que lugar de recreo y esparcimiento público, parecen un “campamento de refugiados”. En aquellos tiempos, el que “cuidaba” el jardín era Enriquito Ogallas y el jardín estaba siempre impecable. A Rosario, más de una vez le sorprendió “la riada” y por poco el puesto y el quiosco llegaba hasta el Realejo, arrastrado por el agua.

También por la Magdalena, estaba Encarnación, a la que le ayudaba hasta última hora su hija. Era en la esquina del jardín conforme se sale de la calle Crucifijo. El simpático “Loco de los pájaros” que tenía el taller de estiraje muy cerca de allí podía dar fe de todo esto. Esta mujer se mudó a vivir en la Ronda de Andújar, en una casa con restos de murallas antiguas que los que saben lo achacan a una Casa-Castillo del Alcaide de los Donceles.

En el Pozanco, y en el rincón de “Rogelio” había una jeringuera, que se llamaba Socorro, y que en las tareas de “menear los jeringos”, le ayudaba su vecina La Paqui, que también vivía  en la “Casa de la Palmera” de la Calle el Cristo. Llamaba la atención el paraguas tan enorme que utilizaba esta mujer a modo de toda caseta, cuando llovía, y que se la hicieron los carpinteros que trabajaban en la Ermita de la Montaña de la Calle Montero. En esa Casa de la Palmera vivió Salvador y su hermano el famoso “Rusi” personajes importantes del barrio.

Y ya para finalizar el cerco de las jeringueras, tenemos que hablar de “José el churro”, que era el jeringuero, que había en la calle Muñíces, aprovechando el saliente que hacía la papelería Ferrándiz, una de las primeras papelerías que se instalaron en Córdoba enfrente de la taberna de la Viuda. En el escaparate, disfrutábamos viendo los lapices “Alpino” de los que al parecer él dueño, tenía alguna representación.

La verdad que después de tantas jeringueras o puestos de jeringos, tenemos que decir que en Córdoba, nunca se dijo “ni porras, ni churros”, aquí siempre se le llamó jeringos.

Además ahora que estamos con las “primas de riesgo” que suben y bajan, las inflaciones y subidas de los precios, (al menos hay montones de tertulias en la radio y en TV, que se la dan de expertos) Les invitamos a que nos digan el porqué en aquellos tiempos (50, 60, del siglo pasado), productos como la “rueda  de jeringos”, mantuvo su precio de venta de 25 céntimos de peseta, de forma invariable al menos durante más de una década. Igualmente la pastilla de “pande-higo”, con su almendra incorporada y que se vendía en los puestos de arropías, también disfrutó de un precio estable de 35 céntimos.

En cambio ahora, cada vez que vas de nuevas a un establecimiento, o te han subido el precio del medio de vino, la caña o la cerveza, o te han subido el café o el simplemente el sentarte.

LAUREL, para todas estas jeringueras, ejemplo de mujeres trabajadoras y que madrugaban lo suyo para empezar a encender el hornillón. Y LAUREL, repetimos, porque supieron mantener el precio de la “rueda de jeringos” durante más de una década.

Siguiendo con la casa de “Berta” tenemos que decir que allí vivía la familia de los Hiedras, cuyo padre trabajaba en la Electro Mecánicas, y ellos eran muy populares y entregados en el barrio. Uno de ellos, Sebastián, era yerno de “Josefita” la dueña del patio cordobés de la Calle San Juan de Palomares, posiblemente uno de los patios más auténticos del Mayo cordobés. Está equivocada la gente de fuera que quiere encontrar “patios cordobeses” por el entorno de la Mezquita, allí habrá, nadie lo discute,  patios judíos y árabes, pero “Patios cordobeses”, hay que contemplarlos, En los barrios de San Lorenzo, El Alcázar Viejo, Santa Marina, Santiago, San Agustín o San Pedro.

El patio de “Josefita” tenía la particularidad de que era muy visitado durante todo el año por la chavalería del barrio, ya que les pillaba al paso de cuando íbamos “al despacho de los frailes” donde los Trinitarios vendían a precios baratos las hortalizas que daba su huerta. También te permitían el cambiar las cáscaras de las habas por un membrillo o dos tomates, que en aquellos tiempos nos venía muy bien.

Seguimos calle abajo, y llegamos a una vecindad formada por los Romero, donde abundaban también, los Genaros, los Gaitán y los Gómez. Todos eran familia y formaban una piña como núcleo vecinal. Que vamos a hablar de Genaro el piconero, toda una institución en el barrio; que vamos a hablar del dueño del Bar “Los Romerillos”, que cambió la “piedra artificial” por las excelencias de su Bar en el Arroyo de San Lorenzo; tapas que preparaba su esposa; pero que hablar de la esposa del “Joe”, que conocía el Cine Alcázar como pocos, de cómo lo tenía de limpio y presentable. Pero de toda esta buena gente, quiero destacar a Rafael Gaitán, persona singular por muchas características. Fue un gran profesional en la venta del pescado, pues era tenido en cuenta en la Plaza Grande, por su forma de “trastear el pescado” con cuchillos y las manos. Ya hubieran querido los concursantes esos de concurso TOP CHEF de la TV,  haber “cuarteado un bonito” como él era capaz de hacerlo con el cuchillo. Además era un experto calculando pesos al tacto, en fin un figura. También jugaba muy bien al dominó, sobre todo cuando formaba pareja con su amigo Rafael Calvo. En el  DIARIO DE CÓRDOBA, del mes de mayo del 1958, aparece como ganador  del  concurso  “Popular de Arte”, en la especialidad de “Baile flamenco acompañado de la guitarra”. En este concurso también destacó un cantaor del barrio y que todavía era un niño y que se llamaba “El Talegoncito”.

LAUREL, pues, para Rafael Gaitan Romero, persona agradable y extrovertida, gran profesional y gran bailaor y tocaor de la guitarra. La calle se siente orgullosa de él.

Casi al final de la calle en dirección a  Maria Auxiliadora, estaba la piconera, pero un poco antes estaba la casa de los padres de Santos el “practicante”. Este Manuel Santos, irrumpió con fuerza profesional en aquellos años mediados los 70, del siglo pasado. Montó una clinica en el estrenado edificio que acababa de construir MACAJI, un rótulo comercial que tuvo mucha incidencia por aquella zona entre la Avenida de Barcelona y la Avenida de la Viñuela. INDUSTRIAS MACAJI, así se anunciaba, además de construir importantes bloques y garajes, montó un sorprendente Mesón (Mesón MACAJI), que nos recordaba algo del esplendor de “Alándalus”, pero en esto de las empresas, no sé lo que pasó pero según parece fue Juan Gordillo “El platero”, el que fue quedándose poco a poco con todo aquel patrimonio, y eso en realidad, en Córdoba, olía a “quemado” y no era buena señal. Una de la primeras “victimas” de aquella “burbuja” fue el propio Mesón, que siendo fiel a su imagen del “Alándalus”, poco a poco fue “cuarteado” a modo de pequeños “reinos de Taifas”, reducido a pequeños locales de forma, que lo que era el Mesón original, quedó reducido a un simple y estrecho establecimiento. Ya, esta crisis, fue posiblemente un adelanto de cualquier “burbuja” que viniera años después, máxime si tenemos en cuenta, que la mayoría de los constructores de aquella época: “El “Cojo” Moriana, Jiménez y Cerezo, Paco Mancebo, Gaudioso Barrera, Manuel Requena, Manuel Aguilar, Alarcón, Nicolás Aparicio, Mocholi, Rafael Hiedra, Luis Carreto, Ramón de Francisco, Francisco Ranchal, Ava S.A., etc. etc. eran personas que se habían acercado a este sector en la mayoría de los casos, con unos socios, que venían del negocio del pan, de la gasolina, de la farmacia, de las tómbolas y de la platería; por lo general eran constructores que empezaban de cero.   

Damos un LAUREL por tanto, a este grupo de emprendedores, que en muchas veces de forma “osada” se atrevieron a crear empresas que en muchos casos, supieron generar riqueza en Córdoba.

LAUREL, para el Córdoba CF, que en la temporada 1964/65, logró la mejor clasificación de la historia.

Aunque el Córdoba perdió ese día 18 de abril de 1965, uno a cero, en Bilbao, nos quedó la satisfacción de ver como el Córdoba CF, se clasificaba el 5º de la primera División sacándole 3 puntos al CF Barcelona, que fue el sexto. Aquel día estábamos en San Lorenzo y decidimos ir a la Hosteria de la Calle Sevilla para celebrar aquella especie de acontecimiento. Al pasar por la Taberna del Gallo de María Cristina, vimos allí a “Pepe Conde”, Juan Montiel y Diego Camino, que estaban comentando cosas del Córdoba CF, y fue Pepe Conde, el que nos adelantó que Miguel Reina, se iba al Barcelona, pues tenía noticias de que dias antes se celebró una reunión de contacto en el Circulo de la Amistad, entre un grupo de directivos, enviados por el  señor Llaudet, entre los que destacaba uno muy “bajito” al que nombraban como señor “Tamburini”, por parte del Córdoba, estuvo el señor Salinas, acompañado de D. Alfonso Rojas Muro y otros directivos.

A Paco “El Barbero” el personaje de “Pepe Conde” le caía muy bien, pues su forma de celebrar los goles del Córdoba, era espectacular. Sacaba su pequeña trompeta y tocado de su inseparable sombrero cordobés, tocaba sin parar hasta la extenuación, y entonces el público del Gol Norte, que era a la grada que él asistía, le daba una sonora ovación, acompañada de unos sentidos “oles”.

LAUREL,  para el Huevo a la Flamenca, que ponían como tapa acreditada en la Hostería, en la Calle Sevilla.

A pesar de que “Pepe Conde” estaba con sus amigos, Paco lo quiso invitar para disfrutar de su presencia y gracia, pero nó pudo conseguirlo. Entonces nos dirigimos para la Calle Sevilla, en busca de la Hostería, para celebrar la buena clasificación del Córdoba y el posible fichaje de Reina por el Barcelona. Allí nuestro plato estaba cantado, pues nos encantaba el “Huevo a la Flamenca” que allí lo ponían mejor que en ningún sitio del mundo. Acompañábamos a Paco “El Barbero”, Pepe Ríos, Ángel Chacón, José Luis, Juan Romero, y yo. El huevo, costaba 2.50 pesetas, y allí había mucha gente comiendo ese plato que se nos antojaba un manjar. “El  Huevo a la Flamenca” era un huevo al que se le añadía un refrito a base de tomate, guisantes, setas y otra verdura. También se le añadía un poco de jamón recortado o pequeños trozos de chorizo. Luego todo el conjunto se metía unos cinco minutos en el horno, y quedaba un manjar de maravilla. En aquellos tiempos no había la psicosis que hay ahora con el colecterol dichoso.

En el libro de San Jerónimo de Valparaiso, escrito por M. Nieto Cumplido, y al hablar de la dieta de los frailes, dice que todos los días y sobre la mesa del refrectorio, existía UNA MESA DE LOS HUEVOS, sobre la que aparecía una gran bandeja con huevos duros apilados a modo de una pirámide. Los frailes podían coger uno, dos o tres huevos para su dieta diaria, sin que les preocupara lo más mínimo el colecterol, y se puede decir de que aquellos frailes solían vivir de 0chenta años para arriba. Igual les pasaba con su dieta de vino, pues disponían todos los días, de una botella de tinto (lo que se interpreta como media botella), para su dieta diaria.

Todavía nos queda un poquito LAUREL, para muchas personas importantes que dio esta calle, los Pérez Amaro, Los Pérez Redondo, Los González, Paca la de las Rebecas, Los Mengibar, Los Jaén, y como no  “El Flato” ese personaje que no sabía ni como podía vivir por las necesidades que tenía; fue un ayudante del “Curruco” que era la persona que echaba el Cine de verano, en el patio central de aquel Cuartel de Lepanto, patio que hoy todavía existe y proyectaban películas de “El Tonti le” y de “Tommi”, series que estaban de moda en aquellos años inmediatos al final de la guerra. El telón lógicamente de “lienzo moreno” estaba situado a la derecha conforme ahora se puede entrar al patio que se conserva exactamente igual.

LAUREL, para Arturo Morales Contreras, que vivió aquel cine, saltó y cogió todo lo que pudo de la Huerta Tras la Puerta, eludiendo la presencia del guarda y los temibles por la estatura de los hermanos Porras. Fue un cordobés, que asustó a sus padres cuando empezó a trabajar en la Electrolísis de la Electro Mecánica, y quizás falto de experiencia y al no ducharse al terminar la jornada, llegó a su casa y al dormir la siesta (se levantaba a las 4.30 de la mañana), al incorporarse de la siesta dejó en las sábanas de lienzo moreno, una estela con toda la silueta de su cuerpo, totalmente verde, que incluso asustó a toda su familia. Se creía, poco menos que se había convertido en un extraterrestre.


Puestos a recordar el amigo Arturo, recordaba “Al Corruco” aquel personaje que se llamaba Antonio Pérez, y que le dio por inventar un tipo de “torta-pastel” que lo fabricaba en la confitería de la Piedra Escrita, y que allí llenaba su canasto, a base de tortas, negritos y "currucos", todo a 50 céntimos de peseta, y que los vendía recorriendo todo el Zumbacón, calle por calle. Cuando terminaba, solía pararse en el Bar la “Espuela”, (Calle San Juan de la Cruz), y allí lleno de pesetas en su bolsillo, se volvía espléndido y empezaba a regalar lo poco que le quedaba. Había chavalería que lo solía esperar junto a la “Puerta de los locos.”  Más de una vez lo llevó dicha chavalería desde dicha puerta, hasta San Bartolomé donde él vivía, y era la simpática mujer del quiosco de periódicos, familiar del encuadernador Arenas, la que les indicaba donde este buen hombre vivía. Son cosas de Córdoba.

miércoles, 2 de octubre de 2013

EL HERRERO DE SAN LORENZO


El Oficio de Herrero está documentado en Córdoba desde la antigüedad, pero remontándonos a la Edad Media, ya existen documentos en donde personajes de origen vasco comerciaban con barcazas, que por el Guadalquivir vendían e intercambiaban el hierro. En aquellos tiempos y en las zonas rurales ya estaba consolidado el oficio de herrero, que se dedicaba a la forja de aperos para el campo, herrajes e incluso algunas herramientas.

El descubrimiento de la herramienta revolucionó radicalmente la existencia de los hombres, que empezaron a contar para su supervivencia y desarrollo, con eficaces medios de utilización, que servían de complemento para los miembros de su cuerpo. Su evolución fue, de forma imparable, pues se pasó de herramientas de simple madera, piedra o hueso, a las de cobre, bronce o hierro, hasta llegar a los complejos útiles de herramientas de la actualidad.

En la Edad Media, en nuestro país, ya estaba muy extendido la obtención y el tratamiento del hierro, gracias entre otras cosas a la abundancia de yacimientos del mineral y a la cercanía de los bosques que hacían posible el uso de la madera como combustible.

En la época medieval y con algunas posibilidades ya de comunicaciones, los herreros que trabajaban en sus fraguas comienzan a especializarse en la fabricación de una seleccionada gama de artículos e utensilios, que al hacerlos de “forma reiterativa” llegaban a todas partes. De ahí nace ya la comercialización, la oferta y la demanda. El desarrollo en el norte de España, fundamentalmente en los valles del Urola y el Deba, da lugar a la aparición de una importante gama de artículos como, herramientas, clavos, herraduras, rejas y toda la gama de armas blancas. Este oficio de herrero se extendió por toda España, y ya en muchos sitios se podían ver UNA FRAGUA, y en torno a ella, a un maestro, dos oficiales y un aprendiz, que alternaba las labores de aprendizaje con las de accionar el fuelle.

En el primer sector en que incidió los trabajos de forja, fueron entre otros los artilugios de las faenas del campo, de ahí su enorme propagación de este oficio por las zonas rurales. Y ya en una etapa próxima al siglo XV, la gama de herramientas se centra en: Porras, mazos, hachas, azadones, arados, azuelas, escoplos, martillos, rejas, rejas de arar, herraduras, clavos, sártenes, tenazas, etc. etc.

Pero ya en siglos posteriores, estos trabajos se fueron centrando también en rejas, balcones, cancelas, antepechos, pasamanos de escalera, y elementos relacionados con nuestras casas, que le daban realce y belleza a sus fachadas. A modo de ejemplo quiero citar aquí la calle principal de Priego de Córdoba, en la que se pueden admirar grandes trabajos de forja, tanto en cancelas, rejas, pasamanos y antepechos, en donde la imaginación y el buen gusto del herrero se han conjugado con el arte y la clase del pueblo.

En España, la zona de influencia catalana desarrolló lo que se llamó la FORJA CATALANA, que con el descubrimiento de América, fue incluso exportada a Hispano-américa. Era básicamente un procedimiento de obtener el hierro a partir de cualquier mineral que lo contuviera, mediante un horno con chorro de aire a presión que le permitía alcanzar altas temperaturas, con lo que se derretía el mineral y se lograba la separación del hierro, (al que se llamaba “la mena”) de las impurezas llamadas “ganga”. También en esta zona de España, se lograron “martillos accionados” que quintuplicaban el esfuerzo del hombre para forjar el hierro. Estos martillos y artilugios, que en un principio fueron “hidráulicos” fueron pioneros de los famosos “martillos pilones”, que tanto simplificaron los trabajos de forja. Igualmente con la introducción de aire canalizado en el hogar de la fragua, se obtenían superiores temperaturas que las que se conseguían con los tradicionales y vetustos fuelles.  

También se conoce como “soldadura por forja” al proceso de soldadura más antiguo que existe en la humanidad. El trabajo consistía, en el calentamiento de las piezas metálicas a unir, en una fragua hasta su estado plástico y posteriormente por medio de golpes o haciendo determinada presión se conseguía la soldadura de estos metales. Aquí en este tipo de soldadura no existe material de aportación, por lo se solía aplicar este procedimiento en piezas de pequeño tamaño y en forma de pletina.

Esta técnica de soldadura ya fue utilizado por las civilizaciones mediterráneas y especialmente los egipcios, desde 1000 años antes de Cristo. En la Edad Media, ya fue bastante común esta técnica en cualquier parte del mundo.

EL OFICIO DE HERRERO EN LA ACTUALIDAD

El oficio de herrero en la actualidad está prácticamente en desaparición y sólo en algunas zonas rurales, todavía arden las fraguas. Efectivamente la fundición de balaustradas y adornos para toda clase de cancelas y cerrajería en general, ha acabado con buena parte de esta profesión. Hoy en día una cancela o reja “machimbrada en forja” son pocas personas las que son capaces de hacerla, y es que este tipo de trabajos ya no hay dineros para pagarlos. Todo el mundo se conforma con la “pletina perforada”, la balaustrada y las macollas de fundición. O incluso todavía peor, hierros “emparchados”. En los años 1970 -1980 y parte de los noventa del pasado siglo, coincidí yo con dos hermanos llamados Antonio y Florencio Ruz Castillero, de Montalbán, pero que llevaban muchos años trabajando en Córdoba, y esos aún eran unos grandes profesionales de la fragua, de la que eran unos artistas. Vaya aquí el recuerdo para estos dos grandes profesionales y uno de los últimos trabajos que hicieron en Córdoba, fue el cerramiento del Campo de Golf de los Villares de Córdoba, a base de balaustrada formando lanzas, que ellos hicieron todo a golpe de martillo. Estas dos buenas personas y excelentes profesionales, trabajaron desde los 14 años y se han jubilado a los 65 después de trabajar a una media de 10 a 12 horas diarias, y no os digo la pensión que con toda seguridad le habrá quedado pues ni siquiera llegará a los mil euros. Mientras, los “políticos y los liberados” incluso de tercera fila, sin quizás haber pegado un “palo al agua”, les quedará por lo menos el triple que a ellos.


EL HERRERO DE LA TORRE MALMUERTA

En la Calle Roelas nº 12, vivió un herrero que según él, era de los “antiguos”, yo no le vi mucho en su habitual trabajo, pero si conocí por vecindad algunas de sus costumbres. Se llamaba Mariano Paéz, y tenía el taller en la Torre de la Malmuerta, en donde hoy está la Farmacia. Era cojo de la pierna derecha y era gran aficionado al vino y al cante jondo. Los que le conocieron decían de él, que entre mal genio y las broncas que echaba a los nenes que le daban al fuelle, era un gran profesional. De costumbres muy tradicionales, siempre que se iba a casa de cualquier familiar echaba de menos su silla de anea, y era la razón por la que apenas iba a casa de ningún pariente.

En su última etapa tuvo un socio, que luego continuaría con su hijo que se llamó José Urbano, un gran profesional que vivía en la “casa grande” de Santa Inés, éste hombre era el padre de José María Urbano Milla, un joven que destacaba por aquellos tiempos en el fútbol juvenil; su hijo es el que regenta el puesto de arropías que hay en San Cayetano y que en su día fue del amigo Peña. Más tarde José Urbano se disgustó profesionalmente con Mariano hijo, y se fue a trabajar a la Herrería de enfrente, que estaba en la misma acera que la fábrica de caramelos Kivi y la regentaba un tal Lozano.

Curiosamente cuando el local de la herrería se convirtió en Farmacia, uno de los primeros “mancebos” que tuvo dicha Farmacia, fue el yerno del antiguo y famoso herrero Perfecto Sillero, que se llamaba Bernardo Moreno Badajoz. La última vez que le ví poco antes de jubilarse, me recordó a los compañeros que estuvimos en el CIR nº 5 (Cerro Muriano 1965-1966), en la primera Chabola, de la primera compañía y del primer batallón, cuyo Comandante se llamaba Navarro Mancebo, el Capitán de la compañía, se llamaba Ordiales y el Teniente de la sección, se llamaba Villalonga, (Este último oficial, era hijo del Comandante Lucena, que fue Jefe de los Municipales en Córdoba). Luego me recordó a los demás compañeros que compartimos aquella Chabola que fueron: Martinez, Mendieta, Mendoza, González, Membrivez, Mujica, Martos, Thous, Estévez, Márquez y Maroco era el nombre del cabo veterano e incluso también se acordó de la vela que nos alumbraba que nos la vendió Luis Molero, el que hasta hace poco ha sido sacristán de San Andrés que estaba de encargado en la cantina. Por cierto que el tal Marquez, que era de un pueblo de la sierra (el hijo del galeno), aún recordaba que le dejó a deber “cuarenta duros” de aquella época, al bueno de Bernardo.

Siguiendo con el herrero Mariano, tenemos que decir que tenía una buena costumbre según él y era que todos los días se atuzaba el pelo y se peinaba en la pileta del agua “carbonillada” de la fragua, así decía él, que jamás se le caería el pelo y tampoco tendría  piojos. Para él todo esto era mejor que “El agua rosa” que las madres les untaban a sus hijos. Otra ventaja que le daba la “negrura” del agua de la fragua, era que al restregarse los dientes con ella, siempre los tenía blancos, de forma que no necesitaba para nada, aquella pasta “anticariol”, que era tan popular en Córdoba, y que se fabricaba en los recordados Laboratorios cordobeses de La MEDICAL, en plena Calle San Fernando.

A la herrería fui más de una vez para llevarle la comida al “cojo Mariano”. La producción que se veía bastantes arreglos de aperos de labranza y muchas herraduras para la tiendas de herrajes, y como no, para el veterinario García Escribano, que estaba en el mismo Campo de la Merced, cerca de los Piensos Añón y cerca también de los Materiales de Construcción  Olmo, que eran propiedad de la familia del Padre Ricardo, fraile capuchino muy significativo en la Semana Santa de Córdoba.

El que iba a recoger muchas veces las herraduras, era uno al que llamaban el “Comanche”, que era nativo del Perú y tenía una buena cabeza poblada de pelo. A este respecto, recuerdo que un día en la Universidad Laboral, el padre Larrañeta, explicándonos el mundo de las misiones en Hispano-América, nos aseguró que ningún indio nativo de aquella región, tenía problemas de calvicie, solamente lo que no tenían los indios era bigote. El que tenía bigote era motivo de mestizaje y sospecha de infidelidad en la familia. 

Mariano “El cojo” daba mucha importancia a la mata de pelo como la llamaba él. Murió un día lluvioso del mes de Marzo de 1951, y lo hizo de la forma que a él le gustaba mencionar a veces en público:

 “Quiero morirme con un vaso de vino en la mano”. Y esto le pasó una noche del mes de marzo de 1951, mientras se tomaba un medio de vino en San Agsutin en la Taberna de Casa Ramón “El pellejero”, en compañía de Juanito “Cuello lata” y el simpático “Añiles”, dependiente de Padilla Hermanos.

En el año 1950, lo metieron en la Prisión Provincial, al ser sorprendido por la calle Zarco con dos copas de más y una escopeta marca “Katana” al hombro, escopeta, que le había dejado un cliente para su arreglo, y que una vez arreglada, iba a entregársela en Casa el Pancho. El cliente era un tal Vioque, cazador furtivo, ya que la escopeta no tenía ningunos papeles en regla.  Al parecer todo fue muy rápido según la versión que se oyó por el vecindario, y es que una pareja de la guardia civil que salía del Bar Casa Aroca, en la Beatilla, se tropezó con él y al verlo con algunos “harapos fuera” y la escopeta agarrada por el cañón sobre el hombro,  lo llevaron al cuartelillo de la Magdalena.

El comandante de puesto “El colorao” como le llamaban al cabo Mauleón, le hizo las preguntas justas y al estimar que estaba un tanto “colocado” fue lo que determinó que lo llevaran a la Prisión Provincial; ni que el gordo Leopoldo que estaba en Casa Baltasar y que habló en su favor, sirvió para convencer al cabo. En la cárcel coincidió con otro “cliente” del barrio, un tal Enrique López, que había hecho estafa con facturas falsas.

Aquello de la prisión se cundió por todo el barrio como un reguero de pólvora. Precisamente en la Semana Santa de aquél año, y mientras veíamos pasar las procesiones por nuestra “Carrera Oficial Chica”, (Santa María de Gracia-San Pablo), nos llamó la atención un penitente que iba detrás del Cristo del Calvario, arrastrando con sus pies unas enormes cadenas, posiblemente las más gruesas que jamás se vieron en una Semana Santa, y que al llevar la cabeza tapada, no pudimos ver quien las portaba, pero luego se enteró todo el barrio, que el penitente era Rafael Páez, el célebre “Caracoles” hijo de Mariano Páez, que había hecho una penitencia si su padre abandonaba pronto la cárcel. Cosa que ocurrió por la intervención de D. José Serrano Aguilera, párroco de San Lorenzo, que intercedió por él. Las enormes cadenas que eran las que utilizaban los autobuses para ser remolcados (él trabajaba en la empresa de Autobuses San Rafael, propiedad de Mifsut).

En esta Herrería estuvo de aprendiz, Luis Chofles, que con el tiempo demostraría, ser mejor cantaor flamenco que herrero, profesión que abandonó para finalmente trabajar para Manuel Benitez “El Cordobés”, en su empresa inicial de FIRGA. Un grupo de amigos de Luis Chofles,  conociendo la debilidad que tenía de no saber apenas leer, consiguieron “sustituirlo” en el examen teórico para sacarse el carnet de conducir.

Luego llegaría de aprendiz Manuel Sánchez “El Iyi” que estuvo dándole al fuelle poco tiempo, pues pronto se colocó en el bar Caballano de la Calle San Alvaro, bar que por cierto, y en su misma puerta, ocurrió por aquellos tiempos (años cincuenta del pasado siglo), un grave altercado entre Pepín Moreno Corpas y un hijo del general D. Antonio Castejón, siendo el hijo del general, deportado de Córdoba por aquel incidente.

No cabe duda de que el enfrentamiento en la puerta del citado Bar, no se pareció para nada a esos duelos de honor para los que había en Córdoba, ya desde 1481 escuelas y profesores de esgrima, según documentos del archivo de la Calle Pompeyos.

Hablando de militares y de la Mili, el bueno de Manolo Sánchez “El Iyi” quedó muy contento cuando se enteró que se quedaba en Córdoba, en el cercano cuartel de Lepanto, para hacer el servicio militar. Pero su gran disgusto le llegaría poco tiempo después, cuando un día de enero de 1958, lo movilizaron para la guerra relámpago de Sidi Ifni. Fueron varias compañías las que salieron del cuartel de Lepanto y camino de la estación de embarque por ferrocarril, pasaron por San Lorenzo desfilando con solemnidad al toque de la banda, lo que causó una sensación de preocupación en todo el barrio de San Lorenzo, pues en aquellas compañías iban por lo menos 10 jóvenes del barrio.

Posteriormente nos enteramos por los periódicos de los legionarios que cayeron en aquella “guerra olvidada”, que enfrentó a España con “partidas” de marroquíes partidarios del futuro rey Hasan II, que ya pretendían apoderarse del norte de los territorios españoles del Sahara, buscando, descaradamente el control de los yacimientos de Fosfatos de Bucra, que fueron descubiertos y potenciados económicamente por España desde el año 1947. Igualmente buscaban dominar, como lo hicieron, el importante Banco de Pesca de esa zona del litoral Africano.

Los marroquíes en todo momento se sintieron apoyados por el ejército americano. Para más inri, los yanquis “prohibieron” al ejército español utilizar el armamento que ellos le habían entregado por los acuerdos llamados AYAN. El primer día de esta “sorpresíva” guerra costó la vida de 48 legionarios, siendo 198 soldados el número total de  españoles fallecidos  por la Patria.  Afortunadamente se firmó una paz

EL APÓSTOL SANTIAGO Y EL VINO DE “PESETA”

En la taberna de la Sociedad de Plateros al principio del siglo XXI, y al mediodía coincidían un grupo de amigos en torno a la barra y alrededor de un medio de “peseta”. Eran buenos contertulios, Agustín Jurado Benitez, antiguo encargado de Zafra Polo, que también era un dechado en conocimientos y afición taurina. Otro era Rafael Bonilla Vilela, de profesión veterinario y un gran entendido y aficionado en temas lógicos de ganaderías y caballos. Otro gran animador de las tertulias era Benito Martinez, un archivo viviente en temas de cinematografía.

Se habló de cine y de la película Ben Hur, y dijo Benito que la escena de la carrera de cuádrigas, tan impresionante, tardó tres meses en rodarse, y que además fue rodada por un ayudante de dirección que no fue Willian Wiler quien la rodó. Esta película añadió Benito, es de tal categoría, pues le concedieron ONCE OSCAR, que además es una de las pocas películas que se encuentra desde el 2004, en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos.

Rafael Bonilla Vilela, gran experto y enamorado de los caballos, comentó que los caballos que representan en la película a Aldebarán, Antares, Rigel y Altair, eran unos ejemplares sensacionales de la raza árabe pura, con una característica muy peculiar en los caballos del mediterráneo, que son caballos sin herrar. Efectivamente la belleza, la longevidad y fortaleza del caballo árabe, residió históricamente en que nunca se herraron. Además, para terminar este comentario, dijo: “Si el caballo hubiera necesitado ser herrado, lo hubiera hecho Dios con herraduras”.

Y para corroborar su información sobre los caballos nos aclaró: “Que en Córdoba existe información bien documentada de que más allá del Puente, o lo que es igual en el actual Campo de la Verdad se celebraban carreras de caballos al poco de ser conquistada Córdoba en el año 1283. Según consta en el Manuscrito 125, folio 96 rv, del Archivo de la Catedral.

El bueno de Agustín Jurado, no quería ser menos y sacó en discusión la visita del Obispo Cirarda, a la Taberna de la Sociedad de Plateros. Y empezó diciendo:

“Monseñor Cirarda realizó en el año 1975, y acompañado del Vicario General D. Valeriano Orden Palomino, una visita a las Peñas que existían entonces en esta taberna de la Sociedad de Plateros, a recordar: La Peña Excursionista Cordobesa, Los Romeros de la Paz, La Peña de Palomos Deportivos, Los Bohemios, La Peña el Relente, etc. etc. (Hoy por cierto no hay ninguna Peña, ya que los taberneros las pusieron a todas en la calle). En esa visita el Obispo y en el rato que estuvo en el local con los  excursionistas, se sentó junto a Miguel Alonso, Antonio Martinez y  Manolín Aranda,  el Obispo, con el catavinos en la mano explicó”:

“El padre Jesuita Miguel Jose Maceda, en su libro ACTAS SINCERAS, (1798), y en el último capitulo, da argumentos históricos suficientes para demostrar que el Apóstol Santiago estuvo en España, y no cabe duda si eso es verdad, que cuando dice el apóstol “Y probé un buen vino al pasar por  Hispania”, se tenía que referir no cabe duda a este vino de peseta que me habéis dado a probar.  Entonces el bueno de Miguel Alonso, le preguntó al Obispo, por el buey que se “ringó” al trasladar la columnas de la Mezquita, a lo que el Sr. Obispo le contestó: “Yo de eso, y de la historia de Córdoba, se bien poco, porque soy del norte, pero si te puedo decir que el Buey que hay debajo de uno de los púlpitos de la Catedral, está allí porque es el símbolo del evangelista San Lucas.

Y refiriéndose a estos comentarios ocurridos en el año 1975, el año en que el príncipe Juan Carlos, visitó  Córdoba, (por cierto con gran disgusto del alcalde  Alarcón Constant, pués el río Guadalquivir olía lo suyo, debido a la sequía que padecíamos), el amigo Agustín Jurado Benitez, dijo con simpática autoridad:

“Eso del buey es un cuento chino que nos contaban a todos nosotros de pequeños y que al no estar preparados en temas de evangelios, íbamos a la Catedral y observábamos al buey medio “ringado” y se acrecentaba nuestra confusión. El único transporte que está documentado en la Mezquita Catedral de Córdoba, es el traslado de la FUENTE CENTRAL DEL PATIO DE LOS NARANJOS, que fue transportada en el año 968 aprovechando “rulos de madera” tirados por 3 parejas de mulos. Después de decir esto, el amigo Agustín, bebió un trago de vino y se quedó tan tranquilo. 


PEPIN MORENO CORPAS Y LOS ESTUDIANTES DE VETERINARIA

Era el 22 de Marzo de 1964, y todavía se comentaba por todos sitios el accidente de un avión DC-3, que había tenido lugar el martes anterior en el pueblo de “La Esperanza”, muy cerca del aeropuerto de los Rodeos en Tenerife, y que le costó la muerte a los cuatro tripulantes y hubo una veintena de heridos entre ellos el ministro de trabajo Romeo Gorria y su equipo de colaboradores.

Pues bien ese domingo, Antonio Camargo y yo, tuvimos necesidad de ir a trabajar a Cenemesa, en el horario de 6 a 14. El vivía en la Calle Almanzor y yo le esperaba en el recordado  “Bar Playa”, para que me recogiera con su VESPA color verde claro. Y digo “recordado” porque ese “Bar Playa”, junto a la estatua de Julio Romero de Torres, fue desde la inauguración de la UNIVERSIDAD LABORAL, parada origen para los alumnos de aquella primera promoción de laborales. Allí se montaba Bravo Antibon, Arjona Vazquez, Sepulveda Mora, Camacho Muñoz, Pineda Medel, Luque Aranda, Mariano del Aguila, Jiménez Alcantarilla, Benito Ordoñez, Antonio Marquez, Antonio Salcedo, etc. etc.

Me recogió como he dicho en el “Bar Playa”, y nos paramos en el Quiosco de San Rafael, que era propiedad de la confitería San Rafael y estaba junto a la pérgola. Al frente del negocio estaba Rafael Mirita, que era pariente de los confiteros “Mirita”, de la Calle Concepción.

Eran la cinco y media de la mañana y mi amigo Camargo y yo entramos en el Quiosco San Rafael, al entrar, observamos a un grupo de estudiantes de veterinaria a la derecha, que daba la impresión de que estaban un tanto “colocados” posiblemente de estar toda la noche de fiesta. Hacía el lado izquierdo vimos a dos personas no muy mayores, que también tenían semblante de haber dormido poco.

Nosotros llegamos y a un tal Rafael que era el que atendía la barra, le pedimos dos cafés con leche. Casi al mismo tiempo uno de los estudiantes de veterinaria, con voz con timbre hispano dijo:

 “Amigo pon aquí tres copas de coñac, pero sin apenas terminar de hablar dijo con voz más potente, que sean dos copas más para estos señores que acaban de llegar”.

Después de darle las gracias, mi compañero Camargo, éste de forma correcta le contestó al joven estudiante:

 “Perdone usted, se lo agradecemos, pero nosotros vamos para trabajar y no podemos tomar alcohol”.  

Como si de un insulto se tratara, otro de los estudiantes contestó: “Ustedes se toman esa copa y se van a trabajar pues a mi amigo Carlos, no se le rechaza una invitación”.

Nosotros nos quedamos un poco confundidos y sin saber que hacer, pudimos observar que el camarero se callaba y no decía nada para arreglar aquella situación.

Estando en esa situación que nos pareció muy tensa, surgió uno de los dos que estaban en la parte de la izquierda y acercándose a nosotros, dijo con voz potente:

“A estos dos muchachos que van a trabajar hay que respetarlos y más todavía todos nosotros que somos unos holgazanes y que hemos estado toda la noche de fiesta”.

Aquellas palabras, aunque vinieron en defensa de nosotros, hicieron subir aún más la tensión, pues el más pelirrojo de los tres estudiantes de veterinaria, avanzó hacía nosotros en plan amenazante. Fue tan rápido lo que allí pasó, que incluso nos marchamos sin pagar, pues el hombretón de la izquierda se lió a pegar “sopapos” a los tres estudiantes, de tal forma que salieron todos poco menos que corriendo, dejando atrás incluso, un especie de cazadora. Luego nos enteramos que el que salió en defensa nuestra fue el conocido Pepin Moreno Corpas, novillero y novio de la famosa bailaora la Tomata, que desgraciadamente moriría un mes después en la noche del 11 de Abril en un tremendo accidente de coche, cuando acompañado de su novia, circulaban por la Avenida de Obispo Pérez Muñoz, chocando con una farola en dirección para la Fuensantilla, a la misma altura de unos terrenos que tenía allí el Cordobés con el nombre de FIRGA.

Pepin Moreno, a decir de muchos que le conocieron y le trataron fue un hombre de una tremenda bondad para todo el mundo, menos para él, ya que por su situación familiar podía haberse labrado un gran porvenir en esta vida, pero él optó por vivir una vida, sin red de protección. La noche fue testigo inseparable de sus felicidades y desencantos. Todo el mundo coincide en reconocer que siempre supo entregarse por los demás, con especial atención a los más débiles. En cualquier disputa, o pelea, no le importaba que le superaran sus contendientes, allí estaba él para darlo todo. No era malo, aunque algunas veces sus formas de actuar eran algo “egocéntricas”. Quizás por ello también se enfrentó con la Iglesia, en la persona del Cura D. Juan Jurado Ruiz, y quizás por ello, después de su muerte no tuvo funerales eclesiásticos, por lo que fue enterrado en el llamado cementerio de los “protestantes”. Allí estaba con los agnósticos, con los que se consideraban ateos y los que se suicidaban. Esto disgustó mucho a la familia, que en Julio de 1968, consiguió sacarlo de allí y pasar sus restos al panteón familiar. Todavía recuerdo que cuando llegaba la Fiesta de los Santos, la bovedilla de José Moreno Corpas, que estaba junto a la del industrial Benito Lozano, era un desfile continuado de personas en su mayoría jóvenes, que querían conocer al que fue el gran amor de La Tomata, excelsa bailaora de la Plazuela de los Gitanos.


EL “OTRO” HERRERO DE SAN LORENZO

Mucho se ha escrito sobre los incidentes de aquel 17 de marzo de 1473 (Jueves Santo), en que según parece los cristianos se rebelaron contra los conversos por unos incidentes que ocurrieron al paso de la procesión de la Hermandad de La Caridad en aquella Semana Santa. Al parecer, desde una ventana donde vivían conversos, dejaron caer un liquido mal oliente encima de una de las imágenes que se procesionaban y parece ser que aquello fue el detonante de todo, y se produjo una “rebelión dura” contra los intereses de los judíos y conversos, en donde se mataron a personas y se incendiaron muchas casas. Al frente de aquello, los que han estudiado estos incidentes sitúan al herrero de San Lorenzo,  Alonso Rodríguez, que pagó con su vida, al ser atravesado con una espada por D. Alonso de Aguilar, que había acudido  para sofocar los disturbios y en apoyo de los judíos y conversos.

La Iglesia a posteriori, quiso significar este hecho y levantó una Cruz en recuerdo de los cristianos que murieron en esta refriega. A mi me contó mi madre que la actual Cruz del Rastro, fue realizada a principios de los años treinta, en unos talleres de Álvarez Salas, cuyo taller, estaba en la Ribera, junto a los ebanistas Hermanos Fuentes y Muebles Martinez. El trabajo fue obra de los Cuevas, dos primos que trabajaban en  Álvarez Salas, uno hizo los despieces en “boca de fragua” y otro la armó y la montó.

Testigos de aquello fueron Enrique, el hombre que atendía la gasolinera de manubrio, que allí había, propiedad de José álvarez Salas, y los dueños de la Taberna Casa el Gallego, que estaba en la misma esquina antes de llegar a Rufino. Estos gallegos, dueños de la taberna al parecer eran dos hermanos, que no tenían ningún parentesco con los demás gallegos taberneros que había en Córdoba. Eran distintos y lo demostraron cuando un hermano acabó violentamente con el otro.

Los de Santa María de Gracia, se llamaban Iglesias, y ocupaban la taberna que se llamaba “Huevos fritos”, Los de la Calle Alfonso XII, Regina y La Calle Montero, todos tenían parentesco con Manuel Seoane, que vino a Córdoba a principios del siglo XX, y se colocó de “farolero” (apagar y encender) los faroles del gas, de la Compañía Mengemor.

Y siguiendo con nuestro herrero, tenemos que decir que fueron tan graves los incidentes que tuvieron lugar en aquellos tres días de 1473 en Córdoba, que el poeta y cantor cordobés Antón de Montoro, llega en un momento de su relato a indicar: “En aquellos días de represión contra los cristianos, era importante ser judío o converso”.

No tiene que resultar extraño que la nobleza de Córdoba, en aquella ocasión estuviera de parte de los judíos y los conversos, pues aparte de que fueron los cristianos los que empezaron a quemar casas y a matar personas, ellos, los nobles, dependían mucho de sus “financieros” e intentaron sofocar esta situación a costa de tener incluso que refugiarse con sus gentes en el Alcázar de los cristianos ya que llegaron a temer incluso por sus vidas.

Reconociendo el gran valor de la comunidad judía en general, sus valores democráticos y sus celebridades intelectuales y científicas, no en balde desde 1910, en que Adolpb Von Baeyer, obtuvo el primer Premio Nóbel, hasta el último conseguido en el año 2000, por Alan J. Heeger, son 129 los premios Nóbel que se ha llevado esta comunidad mundial. Pero eso no quita, que los judíos de forma tradicional hayan llevado en la sangre el sentido financiero y negocio del dinero. Ellos mejor que nadie han sabido ejercer su derecho a la “usura”, prohibida por otra parte y en aquellos tiempos de la Edad Media a los cristianos. Incluso a los judíos conversos, sino la “usura” se les permitía cobrar por el dinero que prestaban una especie de “arriendo”. De una forma u otra, y teniendo en cuenta que habría leyes que regulaban estas relaciones de prestamos e intereses, siempre habrá y como ahora entidades y personas que cometerían algún que otro abuso. De hecho hay abundante documentación en el Archivo de Protocolos de Córdoba (Calle Pompeyos), que demuestran que se cometían abusos descarados en el cobro de intereses que muchas veces llegaban incluso al 80% anual.

Y no es de extrañar esas situaciones pues en el siglo XX, había bancos que por unas razones y otras llegaban a intereses de auténtico escándalo.

La nobleza protegió en la revuelta a los judíos y conversos, porque eran los que le financiaban sus impuestos, igualmente le ocurría a otras Instituciones incluso a la misma Iglesia. Todos al llegar el periodo impositivo, recibían de manos de los judíos o conversos, el importe de todos sus impuestos a cobrar y eran obligación de los prestamistas el encargo de cobrar a todos los que tenían que pagar.

Se dice que “quemaban las casas y sus enseres” y esto responde a la idea de los cristianos que estaban entrampados de “quemar” o hacer desaparecer todas las cartas o recibos de débito que pudiera haber en casa de los prestamistas.

Hay que significar el papel del “Herrero de San Lorenzo”, encabezando aquella revuelta a manifestación, pues su oficio le hacía ser un pequeño empresario y padecería como ahora todos los problemas y dificultades que les ocasionan los bancos insaciables de quererlo todo. No creemos que fueran sentimientos de tipo religioso los que le movieran a su actitud que le llevó a la muerte. Hay autores que cuentan como una vez que se llevaron al herrero para la Iglesia de San Lorenzo y celebrarle su funeral, pudieron observar como se movió o lo que otros dicen “resucitó”. Unos lo achacan a que un perrillo fiel que tenía había quedado debajo de él y se movió, quizás lógicamente fuera aquello, pero lo que también es cierto es que un notario de Granada, en su certificado testimonial de el acto del entierro, dice textualmente: ”Yo vi como se movió a los tres días de muerto y doy fe”.

Sobre el tema de la habilidad de los judíos y los conversos para “manejar los dineros”, tenemos aquí la opinión del Catedrático de Historia Medieval D. Julio González González (1915-1991), que fue premiado por su obra Fernando III el Santo, por la que se le concedió en 1987, el Premio Nacional de Historia. Este hombre era sumamente discreto y nunca le apeteció entrar a formar parte de la Real Academia de la Historia, porque nunca le gustó lo dimes y dirétes que entre bastidores ocurrían en el seno de la Universidad. Por ello quizás tengan importancia las palabras que pronunció en varias conferencias sobre los judíos en España. Su comentario fue: “Los judíos fueron los únicos que supieron ver la importancia real del dinero en la Edad Media”.