lunes, 16 de agosto de 2010

Lo que el pilón de San Lorenzo pudo ver (II)

Un conocido del blog me ha contestado que: “he visto varios libros sobre las fuentes de Córdoba, y en ninguno de ellos aparece datos sobre su famoso pilón.

Evidentemente, la persona que me envía este atento correo ha de ser forzosamente relativamente joven, y a poco si digo que tampoco tiene que vivir por San Lorenzo, puesto que por poco que lo hubiera preguntado, cualquier cliente de “Casa Luis” o de “Casa Bartolo” se lo hubiera aclarado.

En efecto, existe un libro titulado “FUENTES DE CORDOBA”, cuya edición estuvo cuidada por Mario López y Antonio Povedano, y que cuenta con un hermoso prólogo de Pablo García Baena. Fue editado por ACHELOOS (Córdoba 1986) y, ciertamente, se ignora esta fuente o pilón. Me resulta el error de este libro un poco raro, puesto que el mismo Pablo García Baena, en sus idas y venidas a San Lorenzo para cosas de su Hermandad de Ánimas, más de una vez debió meter la mano en dicho pilón para refrescarse.

En cualquier caso, se dice que lo que da importancia y rigor a cualquier artículo o tesis es su bibliografía, que demuestra muy a las claras que el autor o autores han investigado o consultado “material” sobre el tema. Y en el caso del pilón o fuente de San Lorenzo, vamos a presentar la “bibliografía” en fotos y de testigos que pueden dar fe de ello.

“PAN DURO”

Aunque al principio de los cincuenta los tiempos eran difíciles, incluso para encontrar el “pan duro”, con este título no quiere referirme a este fundamental alimento, sino a una prueba ciclista que organizó la Peña de Los Minguitos, en San Lorenzo, con motivo de la Fiestas del Santo (el 10 de Agosto).

Fue en el año 1955, y se trataba a prueba en línea SAN LORENZO-ALCOLEA, ida y vuelta. La meta estaba instalada precisamente a la altura del pilón de San Lorenzo, junto a la Pasamanería de los Hermanos Priego. En la prueba participaron muchos corredores aficionados, de la mano de Valderrábanos, Gómez del Moral (luego famoso ciclista profesional de fama internacional, que ganó el Tour del Porvenir), Garrulo y “Pan Duro”, entre otros. También se vio por allí a Isidoro Muñoz Cortes, Torrecilla Valenzuela y a Vicente Luque. Al final la prueba la ganó “Pan Duro”, el cual, ante la mucha gente que se agolpó en la meta, hubo de subirse EN LO ALTO DEL PILÓN a fin de enseñar el trofeo que le había entregado D. Ignacio Nocete, presidente de la Peña de los Minguitos. Testigo de excepción fue Margarita Laguna, empleada de la citada pasamanería, que fue la que facilitó las cintas para que adornaran el trofeo. Afortunadamente Margarita aún vive en su domicilio en la que fue sede de la Peña la Pimienta, en la cercana calle Escañuela.

EL “GORDO MÁS”

Este era el simpático apodo que se le ponía al industrial del calzado D. Francisco Más, que tenía una tienda en la calle Obispo López Criado, enfrente de la calle Humosa. Este buen hombre, además de vender toda clase de zapatillas y sandalias, era un hombre algo bajito y un poco orondo, de ahí del apodo del “Gordo Más”. Era simpático verle andar con su gorrito, puro y a pasitos cortos pero rápidos. Suministraba el “calzado popular” de todo el barrio. Este tipo de tiendas empezaron a cerrar cuando irrumpió en Córdoba, la cadena de tiendas “La Casa de las Zapatillas”, a la altura del año 1954.

Nada más llegar a la Parroquia de San Lorenzo, el incansable párroco D. Juan Novo, puso una tómbola benéfica en el rincón de “Huevos fritos” (actual Restaurante “La Cuchara”). Una noche especial se sorteó una gran tarta donada por el “Horno Doña Pepa”. Por las circunstancias que fueran, dicha tarta le correspondió en sorteo a D. Francisco Más, que le reclamó al cura los servicios de un chaval para que le transportara dicho pastel. Con la promesa de una propina, a mi me eligió el cura para llevarle al “Gordo Más” su premio. Recuerdo que lo cogí como pude y me puse a andar detrás del agraciado. Al pasar por la fuente me tuve que parar y apoyar la tarta en el mismo pilón, a fin de corregir la incomoda postura que llevaba. Después todo fue coser y cantar hasta que llegamos a su casa en San Cayetano (en las casitas del Obispo Pérez Muñoz), frente a la Casa de Martorell. Al llegar, yo le entregué la tarta y el me dio una peseta de propina.

LA “GILDA”

En el mercado de San Agustín, entrando por el Pozanco, el primer puesto que aparecía era el de la Pastora, una vendedora de ajos, castiza y agitanada. Seguidamente estaba el puesto de fruta de Carriles, perteneciente a una familia tradicional de vendedores en San Agustín, aunque vivía en la calle los Ciegos. Siempre estaba por el “Bar Andaluz” y “Casa de Ramón Pellejero”. Este último, junto a Pizarro, propietario de una tienda de ultramarinos” eran grandes aficionados a los gallos de pelea que celebraban sus duelos en el “riñiero” de la Plaza de Capuchinos. A continuación estaban los hermanos Torres Díez, de la calle Escañuela, fundamentalmente el “Paqui” y el “Zarra” (ambos fallecidos), que pregonaban sus “habicholillas que eran seda”. Luego estaba el puesto de los Cañaveras, en el que se vendía carne de gallina y que estaba exactamente en la puerta del gordo Manolo Polonio y junto a Manolita la de los aliños.

La familia Cañaveras vivía en la calle Humosa y era muy normal que todos los días su hija mayor Rosario Cañaveras visitara a sus padres. Esta mujer gozaba de un tipo de los que se denominaban “de bandera”, además de que lo sabía lucir como nadie. El buen tipo lo adornaba con un peinado “pelo echado a la cara”, muy a la moda Gilda. Su vestimenta, tanto en la falda, blusa y zapatos, recordaba a la diva que en la película recibió la bofetada de Glen Ford.

Si todo su conjunto era una escultura en el buen vestir, sus andares elegantes y únicos eran motivo para que la gente volviera la cara a su paso. Era esperado su paso por la calle Roelas, y muchos nenes la esperábamos sentados en el postiguillo de San Rafael cuando, al mediodía, se dirigía a la Plaza de San Lorenzo para coger el autobús que la trasladaba al Barrio de Cañero donde residía. El pilón de San Lorenzo es fiel testigo de que la gente de “Casa Manolo” y “Casa Gamboa” se agolpaba en la puerta para observarla. Incluso, en la fuente daba la impresión de que se interrumpía el chorro del agua, para que todo el mundo estuviera pendiente de ella. El chofer del autobús, cuando la veía subir en su vehículo, ya conducía con otro ánimo. Esta interesante mujer se casó con Félix Rojo Fragero. Desgraciadamente ya falleció hace unos años.


Foto del pilón de San Lorenzo (9 de Agosto de 1944). En la que se ve a Concha "la larga” hija del “Serena”, con bata blanca, un hombre llenando en la fuente. Cuatro jóvenes de aquella época y uno tiene en su mano una varilla de uno de los cohetes que se tiraron por la festividad de San Lorenzo. El heladero cruzando la calle a Casa de Manolo, con luto en la manga por la muerte de su hija.

“LA TRANCA DEL DIABLO” (1944)

Es el apodo que los nenes del barrio le pusimos a Concha "la larga”, que se puede ver perfectamente en la foto anterior en espera de coger agua, destacándose por su altura y su bata clara. Esta mujer era de carácter sencillo, pero acostumbrada de forma natural un tanto al abandono. Daba la sensación de que era la “dejadez” personificada”. Tenía dos hijos varones (Rafael y Manolo), y una hembra que se le murió de joven. El aspecto que presentaba era el de una mujer muy alta y delgada, un peinado muy a lo siglo XIX, y todo ello con un semblante de cara y gestos que daban a entender “una total resignación” a la vida que le había tocado vivir.

Vivió en la calle Escañuela, siendo vecina de la familia de los Jiménez Almedina. Su vivienda la constituía una habitación, con una cortina tela de saco de color cercano al verde. No era mala persona, y en muchos aspectos fue solidaria. Siempre estaba pegado a ella su hijo Rafael, que era un calco de su tipo, aspecto y cara de pena. En cambio su hijo Manolo, al que apodaban cariñosamente “el mono”, era más extrovertido y simpático. Sorprendió a medio barrio cuando allá por la Semana Santa del 1958 vino desfilando con la mismísima Legión. Recuerdo que en aquella formación también causó sorpresa Ángel, el hijo de Amparito, que también probó aventuras legionarias más allá del Estrecho de Gibraltar. Ambos “legionarios” fueron tan aplaudidos en el barrio como a la mismísima “cabra del negro” que solía desfilar delante de la escuadra de gastadores.

Concha “la larga” se mudó del barrio cuando dieron las primeras casas portátiles y se marchó a vivir a la barriada de “Las Moreras”. La verdad es que esta mujer daba la impresión de que había nacido para vivir en ambientes, por desgracia, “contrahechos” y abandonados de la “mano de Dios”.

Lo de la “tranca del diablo” fue porque se demonizó un tanto su figura, lo que fue un estigma que le acompañó durante toda su vida. Se trataba de que era hija nada más y nada menos que del “Serena”, un personaje famoso sobre todo cuando en aquella Nochebuena del 1914 (llevaba el pilón sólo dos años inaugurado), Manuel Castillejo Tejero, conocido por dicho apodo, segó la vida de tres jóvenes en la calle el Trueque mientras orinaban. Les fue clavando su arma blanca hasta dejarlo tendidos en el suelo. Uno de ellos se llamaba Antonio Jiménez Muñoz, apodado el “nudito”, de 26 años de edad. Otro era el soldado Rafael Muñoz León, apodado el “Prisco” Y finalmente el piconero apodado el “Mojino” Rafael Fernández Quesada.

Los motivos de estos crímenes, al parecer, se originaron en una taberna que había en la calle Mayor, esquina con la calle del Trueque. Allí, el exceso de alcohol, y la intervención “insultante” de la mujer del “Serena” contra un joven que tropezó con ella al entrar, hizo que el criminal, lleno de alcohol y odio, prometiera “navaja en mano” matar a todo el que pasara aquella noche por allí. Era una (mala) costumbre en aquellos tiempos por aquellas fechas de Nochebuena salir después de cenar en casa a tomar todo el alcohol que se apeteciera.

Fuera ya de este escenario tan tétrico se pueden apreciar en la foto a una serie de personas entrañables como son el “helaero” Manuel, que con su chaqueta blanca y el luto en el brazo izquierdo (por la triste muerte de su hija) se dirige a “Casa de Armenta”, para, posiblemente, tomarse un “calmante”. Este buen hombre era un modelo de profesional, pues en verano vendía con su carrillo helados, en invierno vendía “arropías” y en su tiempo “asaba” las castañas. De entre los chiquillos que están encima del pilón se pueden recordar a Manolo Luque (ya fallecido), Manolo Cantueso, que durante su vida laboral terminó de encargado en los Almacenes de Zafra Polo hasta que los cerraron, y Antonio Rodríguez, jubilado de la Electro Mecánicas, Al cuarto chiquillo le apodaban “Cara Huevo” y según parece era de la familia del carpintero de la calle de la Banda (Ruano Girón) Francisco del Rosal.

Por estas lejanas fechas, en el año 1944 entró a formar parte de la Parroquia de San Lorenzo el hoy sacristán José Bojollo Arjona. Todavía se le puede ver todos los días, bien al frente del “archivo”, o al cuidado de la iglesia. Él, como el pilón de San Lorenzo, ha contemplado gran parte de la historia de este barrio.

LOS AMANTES DE LA PERSIANA

La historia nos ha creado casos de amor en todas las épocas de la vida, desde Romeo y Julieta, hasta los amantes de Teruel. Se habrán dado muchos casos de amantes a los que se les ha podido identificar por alguna característica especial. En este caso que nos ocupa, que ocurrió en San Lorenzo, el pilón y la torre de la plaza se cruzaron más de una mirada de complicidad al contemplar a estos dos enamorados “tortolitos”.

Al tratarse de dos personas que ya eran adultas, y ser la relación extramatrimonial, al no existir aún Internet, ni tener posibilidad alguna de móviles, recurrían al lenguaje secreto de la “persiana”.

Efectivamente, el varón una persona que destacaba por su poca nariz y por su peluca incorporada. Tenía un desparpajo “mitad-caradura” y “mitad-frescura”, que se lo pisaba. Según parece estaba casado en primera nupcias con la nieta del mismísimo “Cintas Verdes”. Lógicamente llevaba este asunto con mucha discreción, pero no pudo evitar que con el tiempo y la complicidad de Diego Fernández (menudo elemento), que era Presidente de la “Peña el Príncipe”, todo el mundo conociera el famoso código de comunicación de la “persiana”.

La hembra era una señora casada de poca relevancia, cautivada por el desparpajo de este hombre posiblemente al verlo trabajar en las alturas (en el tejado de la iglesia durante la restauración de los 60) y contemplarlo desde la terraza de su casa durante días y días. Ella, más imaginativa que él, estableció un “Código de Comunicación” sacándole el máximo proyecto a la “vetusta” persiana que cubría su balcón que daba a la plaza. Como la “persiana” estaba exactamente enfrente de la taberna “Casa Manolo”, este enamorado no hacía nada más que mirar al balcón a todas horas para ver que buena nueva le comunicaba su “amada”. Efectivamente la postura de la persiana "arriba" o "abajo", indicaba “coles” o “no coles”, y la posición del nudo de la cuerda, indicaba “hoy” o “mañana”. E incluso la hora. Este código tardó en ser descifrado por los clientes de la taberna, que además de saber que “andaban” juntos, pues los habían visto por la calle, observaban continuamente el “nerviosismo” del “enamorado” mirando para el balcón. Como hemos dicho fue el tal Diego Fernández el que cundió toda la interpretación de las señales de la famosa persiana. Este Diego, como ya hemos dicho, era un cachondo mental y por personalidad tenía cierta ascendencia sobre “el poca nariz”, y un día con la complicidad de varios más de la taberna se la jugó.

Era un Jueves por la tarde y a la hora habitual de la cita en el lugar habitual, acudieron por distintos camino los enamorados al “encuentro” en la Pensión “El Carmen”, de Ronda de los Mártires. Lugar escogido para sus encuentros “románticos”. Ellos llegaron sumamente confiados de que su “cita” gozaba de toda la discreción que le garantizaba el código de su “persiana”. Eran las seis de la tarde del citado Jueves, cuando un grupo de cinco personas, amigas del “poca nariz”, les esperaron en la puerta de la pensión, y al grito de ¡VIVAN LOS NOVIOS!, les dedicaron a los sorprendidos “enamorados” un estruendoso aplauso mitad risa mitad cachondeo. La mujer se puso de todos los colores y se perdió de allí como por ensueño, totalmente avergonzada. Mientras el “chato”, con más cara sobre su espalda, los puso de cabrones y poco más. Después de aquello la “persiana” se “desmoronó” y se lió la mundial, ya que entró en escena, lógicamente, la nieta de “Cintas Verdes…

2 comentarios:

Paco Muñoz dijo...

Manuel he disfrutado como un marrano en un charco con los relatos. Son modelo exportable a cualquier barrio, cambiando los personajes. Están escritos con un lenguaje agradable y ameno que permite darle un par de vueltas por si te has pasado por alto algo. Te felicito, sobre todo por la extraordinaria fotografía de esa plaza que ha cambiado tanto a lo largo de los años.

Un fuerte abrazo

Manuel Estévez dijo...

Amigo Paco:


Gracias por tu saludo y felicitación.
Viniendo de ti me halaga, porque eres un autentico personaje que amas a Córdoba, y nos das ejemplo de trabajo y esfurzo. Tienes clase.

Manolo