sábado, 20 de agosto de 2011

LAS PAVAS EN CORDOBA

EN LA HISTORIA

En la Calle Tomás Conde (judería), nació el 11 de julio de 1561, Luís de Góngora y Argote, el celebre poeta cordobés que murió el 23 de mayo de 1627. Hay quien dice que nació en la Casa llamada de las Pavas, porque a ambos lados de la puerta existen dos escudos que representan a dicho animal. Esta casa dicen que era de su tío Francisco de Góngora, racionero de la catedral. Nuestro Góngora el poeta, era hijo del juez de bienes confiscados por el Santo Oficio de Córdoba, don Francisco de Argote y de la dama de la nobleza Leonor de Góngora. Pero aquí más que la figura del famoso poeta, lo que queremos significar es que hay estudios hechos con seriedad, de que aunque Luís de Góngora, recrea varios romances de sus juegos y niñez en la judería, no está demostrado que la casa de las Pavas, fuera ni mucho menos su lugar de nacimiento.

Otra cosa es que naciera en esa calle LLAMADA DE LAS PAVAS, por la influencia de los escudos que franqueaban una casa que debió ser de los Sigler de Espinosa, (parientes de D. Leopoldo de Austria). Ya en la Capilla de San Juan Bautista de la catedral de Córdoba, aparece también el famoso escudo de las pavas, de la que fue su fundador el canónigo Juan Sigler de Espinosa. Hay que distinguir por tanto entre CALLE DE LAS PAVAS Y CASA DE LAS PAVAS, pues no es lo mismo. Lo que si es cierto es que los padres del poeta vivieron, no como propietarios ni como arrendatarios, en el nº 9 de de la calle, hoy Tomás Conde. Esta casa fue donada a D. Francisco de Góngora, tío del poeta, por Alonso González de Falces, secretario del Obispo don Iñigo Manrique, que figuraba como propietario, de la misma. Posiblemente el poeta y su familia vivió a la sombra de su tío el racionero D. Francisco de Góngora.

D, José de la Torre y del Cerro, en un artículo publicado en marzo de 1927, reconocía que hasta el 1857, la casa en donde posiblemente nació Góngora en 1561, siguió perteneciendo a la familia Góngora. Luego la casa que está flanqueada por dos escudos que representan a unas pavas (escudos de los Sigler de Espinosa), no pudo ser la casa en que nació el poeta, pues esa casa desde el siglo XVI, perteneció a los Sigler.

EL HORNO DE LAS PAVAS

Con el paso del tiempo lo que fue una casa solariega antigua, pasó por muchos avatares e incluso hubo un horno de pan que se llamó con buen tino, el HORNO DE LAS PAVAS, hasta mediados los años cincuenta del pasado siglo. Allí recreaban el simpático “CHUSCO” militar, con una habilidad manifiesta, pues tenían uno que “echaba horas en el amasado” (Antoñito Gómez), que trabajaba en la panificadora de la Intendencia del Ejercito, y le daba este toque especial al pan. Según testimonio de Antonio Luque, que era el repartidor de la levadura “Cinta Roja”, por aquellos tiempos (1945-1953). nos, certifica a las claras que el citado horno estaba en la misma casa en donde aparecían las famosas pavas.

Pasado el tiempo y muy cerca de la Casa de las Pavas, se instaló un atrevido empresario que puso un local al que le llamó “EL V Califa”, allí se especializó en la lechuga y el cohollo “frito”, que en cierto modo fue una novedad culinaria para aquellos tiempos. Media Córdoba, acudía al citado “V Califa” en aquellos años sesenta y principio de los setenta, para disfrutar de las lechugas que ofrecía este profesional autónomo de la hostelería. En una ocasión Manolo Aranda, que era el que le suministraba la verdura, nos comentó en su puesto de la Corredera, que los fines de semana, tenía que aprovisionarle siete u ocho sacos de lechugas.

EN EL AMOR

Según el gran comensal, Nestor Luján, “El origen de pelar la pava” se debe a una graciosa anécdota andaluza. Una madre manda a su hija a desplumar una pava, y ella se pone hacerlo en el balcón por donde en esos instantes pasa su enamorado. Ambos se ponen a hablar, y como tarda en volver, la madre le grita desde dentro cada poco: “Niña, ¿qué haces?” A lo que ella contesta: “Espera madre, que estoy pelando la pava”. Y eso es lo que pasaba con las que salían a la puerta de la calle a “despedir al novio”. Y que tardaban tanto.

En esto de “PELAR LA PAVA” formando parte de las costumbres antiguas, existen casos que bien nos contaron nuestros padres o bien pudimos presenciarlo nosotros mismos. En aquellos tiempos las relaciones entre dos pretendientes era muy controlada por sus progenitores. La novia sobre todo era vigilada por los padres y los hermanos en forma extrema. A muchas solo le era consentido “PELAR LA PAVA”, bien por el balcón o la ventana, pero el pretendiente siempre por la calle.

Cuando ya la “Pava” se había quedado sin plumas, era cuando la novia le decía al novio –Dice mi padre que cuando quieras puedes entrar a hablar con él- Aquellas frases eran como una sentencia, pues ya implicaba un nivel más importante en el compromiso. Una vez que hablabas con él, se te permitía que salieras a pasear pero nada de trasnochar. A las diez o diez y media, de vuelta a casa sana y salva. Quizás en verano, te permitían que fueras al cine de verano, pero siempre a la primera y en muchos casos, acompañados de una hermana menor, o de la tita soltera.

PELANDO LA PAVA

En las casas de vecinos a veces se juntaban más de una pareja de novios que tenía necesidad de “PELAR LA PAVA”, casi todas iban escogiendo el sitio por orden de antigüedad. Por aquellos tiempos, los Ayuntamientos no estaban en condiciones de iluminar mucho las calles, por lo que las parejas “PELABAN LA PAVA” casi siempre a media luz. Una pareja solía colocarse en la puerta de la calle junto al portón, otra más adentro en el portal junto al postigo, y si había otra, esta se colocaba al principio de la galería. Unas permanecían de pie, pero otras solían sentarse en sus sillas. A veces había cualquier vecino mayor y algo “guasón”, que entraba en la casa diciendo: ¡Buenas noches parejitas ¡ y seguía diciendo: -MANOS FUERA Y TOCAR LAS PALMAS- y así entraba en la casa entre la sonrisa de los que “PELABAN LA PAVA”.

EL NOVIO TUNANTE

Desde la simpática Casa de Bizcocho, para muchos de nosotros el “PALACIO DE LOS TEBEOS”, se podía ver por aquellos años de 1950, como Conchita, la hija del dueño de la taberna “EL 89”, “PELABA LA PAVA” por la ventana con un tal Olegario, que todos los días recibía todos los parabienes de la hija del tabernero. No le faltaba ni gloria al presunto novio. Luís Moya, (El padre de la novia), era muy severo y no consentía que el Olegario, entrara ni tan siquiera a “PELAR LA PAVA”. Al final el tal Olegario, después de que fue tratado a “golpe de rey” por la ventana, pus se comió incluso muchas tapas de conejo (especialidad de la casa), se marchó un día y ya no se volvió a ver.

EL NOVIO CONSTANTE

Este no era otro que “Rafalito”, que solía “PELAR LA PAVA” con su novia a través de la ventana, de forma que todo el que pasaba por la Calle María Auxiliadora, podía verlo allí estoicamente cuando terminaba su horario de trabajo en el almacén de ultramarinos que tenía su padre en San Agustín. Su novia, aparecía cómodamente sentadas encima de un cojín de color azul, dentro de la ventana del despacho del horno. Más de una vez le llovió al bueno de Rafalito y él permaneció allí sin moverse e incluso sin paraguas, entre otras cosas, porque en aquellos tiempos (1946), todo el mundo no tenía un paraguas. Al final se casaron con todas las bendiciones de Manolo Morte, el padre de la novia, el cual incluso les cedió piso y local para que pusieran su propio negocio, que por cierto dura hasta la fecha..

LA VACA QUE QUISO PELAR LA PAVA

La simpática Rafi Mora, y su novio Vicente, “PELABAN LA PAVA” en el portal de la Casa de la Genara. Serían las diez de una noche de verano (1965), cuando una vaca pajuna que iba para el matadero municipal por el camino de carne de la “Redonda”, se despistó de la manada y tiró para San Lorenzo. Al pasar por donde estaba esta pareja “Pelando la pava”, no tuvo la vaca nada más que meterse en el estrecho portal de la casa. Allí se montó un número impresionante, la novia, chillando, su novio el simpático Vicente, intentando echar a la vaca tirándole del sucio rabo. Pero la vaca era tan grande que era poco menos que imposible poder darle la vuelta. Al ruido y algarabía que se montó, todos los clientes que estaban en la Sociedad Plateros, se salieron a la calle para “ver los toros”. Allí salio Félix de Gallón, Rafael Calvo, Paco Rubiano, Antonio Figuerola, Rafael de la Rosa, Miguel Alonso y hasta el simpático Calete Trenas. Al final fue Miguel Alonso, el marido de la piconera, el que con un látigo pudo forzar al animal para que saliera en dirección al vaquero que ya venía a su encuentro.

NOVIAZGOS ETERNOS

En la Calle Alfonso XII, en una casa que había antes del Cine del mismo nombre, vivía el singular Paco Herrera, con su familia. Pues bien una parienta suya, Esperanza, le habló a un tal Juan Gálvez, “El Rubio”.durante toda su vida hasta que el novio se murió. Este hombre Juan era de mediana estatura, y tenía el pelo muy rizado. Era gran fumador y cliente habitual de Casa Lucas, en el Realejo. Allí se le podía ver muchas veces en animada charla con Adalberto López, Rafael Pérez Casas y Pedro León, entre otros. Era simpática la postura que adoptaba hablando, pues solía ponerse la mano izquierda con la palma hacia atrás en la espalda. Cuando llevaban bastante tiempo de novios su amada se colocó en Santa María de Gracia, enfrente del Horno de Doña Pepa, y aprovechando que allí tenía confianza aprovechaba la oportunidad para presenciar las procesiones de Semana Santa, sentados en una silla. Eran tiempos en que incluso los “legionarios” desfilaban por el Realejo.

Este hombre cuando le veíamos “PELAR LA PAVA” se sentaba en una galería que había hacía la derecha del patio. Fue tanto tiempo el que peló la pava, que desde aquella silla, sentado, y como novio, vio pasar los inviernos, los veranos y todas las estaciones del año. Vio como incluso con el paso del tiempo cada vez le costaba más levantarse de la silla, pues empezaron a llegar los dolores, el reuma. Enterró a bastantes vecinos y era uno más de la casa. Un día ya achacoso dejó de ir y a los dos días murió. Había estado CINCUENTA Y SIETE AÑOS DE NOVIO. En la fachada de la casa aún existe un esplendido escudo heráldico que fue testigo de este eterno noviazgo.

Otro noviazgo parecido a éste es el que constituyó una joven de la calle Velasco-Montero, con un tal Manolo Camacho, hablamos de los años 1954. Este hombre pertenecía a una familia que se movía entre el equilibrio de un hermano Agustín, policía y una hermana monja Salesiana, que es la que hacía de auténtica madre de todos. En medio había dos hermanos, uno llamado Antonio, buena persona y mejor amigo, pero que tenía únicamente la preocupación del “del dominó”, juego del que a juicio de los buenos jugadores fue un auténtico maestro. Aunque estuvo trabajando en la Porcelana, a él se le conocía de sus partidas en Casa Manolo y en donde hubiera posibilidad de jugar al dominó. Me contó un día Federico “El Coco”, que estando jugando su partida de medio día, se presentó en la taberna una tal “Brígida” que llegó preguntando por él con alguna ansiedad, él, al ser informado rehusó salir a recibirla y pidió que el tabernero le abriera la puerta posterior para poder evadirse. Luego nos enteramos, de que durante la verbena de San Antonio (1950), que se celebraba en la Fuensantilla, había intimado con una muchacha, llamada Dolores, y estuvo “COMO PELANDO LA PAVA” durante algunas semanas con ella. Al final dejó la pava y lo abandonó todo, y la madre de la novia ante la desesperación de su hija, vino desde la Calle San Acisclo, a localizar al “presunto novio de su hija que la había abandonado sin avisar”. Al final la pobre Brígida, se aburrió

Pero es que los hermanos Camacho, daban madera para más “PELADOS DE PAVA”. El hermano de en medio, quizás el más noble y buena persona, llamado Manolo, de joven se echó una novia de su calle (Calle Montero), que vivía en la esquina de Montero-Velasco, (Bar Casa Manolín). Este noviazgo se convirtió en eterno, pues el tal Manolo, demasiado hizo con aprender a montar en bicicleta. Era un hombre pacifico y buena persona, pero el trabajo le estresaba como se dice ahora, y con el esperar, esperar, se le pasó la hora y empalmó la idea de colocarse con la de la jubilación. El que llegaba a la taberna propiedad de su novia, y ella le ponía un medio y su conversación giraba en torno a estos vocablos: “¡Que pasa como estas, bien y tú, como siempre!; Este hombre para no estresarse, ni siquiera hablaba. Era frecuente verle por la Calle Montero, en su bicicleta Orbea, paseando su cuerpo escuálido y sin ganas de complicaciones. Se murió siendo otro novio eterno, que hasta perdió la cuenta de las “PAVAS QUE HABIA PELADO”.

EL NOVIO DE LA ESCALERA

En la Piedra Escrita, en la parte frontera a lo que luego fue Casa de Pepe el Habanero, había una casa con balcones y dos mocitas casamenteras, me contaba mi madre, que se hizo famoso un tal Robles, que “PELABA LA PAVA” con Rosita, colocando una escalera de mano, la cual la apoyaba contra el balcón. Luego se quitaba la capa que portaba y la colgaba sobre dos alcayatas previamente colocadas por él. Seguidamente se metía debajo del hueco que hacía la capa y, “PELABA SU PAVA”, quitados de las miradas indiscretas de los que pasaban. Cuando terminaban de decirse todo lo que querían, desmontaba el tinglado, quitaba la capa y escaleras al hombro se iba para su calle de los Moriscos.

LAS PIJOTAS Y LA PAVA

Me contaba el pescadero Juan de Dios, que en la plaza de la Corredera, vivía una mujer que todos conocían como “Encarni la Barbera”. Esta singular mujer tenía una belleza importante, y vivía muy cerca de la barbería de su padre, junto a la Pensión la Paloma. Ella los miércoles de la semana solía llegar a su pescadero y le decía: Juan vengo a por las “pijotas” de todas las semanas, ya que hoy es el día en que me toca “PELAR LA PAVA”, y a él, le gustan mucho las “pijotas”. Esta mujer mantenía relación estable con un famoso urólogo que anunciaba su consulta en plena Calle Cruz Conde, con un enorme cartel que tapaba casi toda la parte superior de una farmacia. Esta relación se confirmó porque incluso ella la comentó en una entrevista que le hicieron en el aquel TELESUR de los años ochenta.

EN LA NOCHEBUENA

Por aquellos tiempos (1950-60), en las casas populares el día más grande era la noche de Nochebuena, en la que se hacía una cena, que colmaba todos los anhelos. Quizás no hubiera manjares ni cosas exquisitas, pero simplemente con la idea de comer carne y algunas “perrunas y pestiños” era uno feliz. Era muy habitual en aquellas casas que se comprara una pava, para que constituyera el menú de la familia. Se solía ir al Fielato de la Estación y por aquellos aledaños, había vendedores de estos pacíficos animales. Luego poco después empezaron a venir en “piara” por la calles y las comprabas al peso de “la romana”. En este negocio también dedicó inversión Paco Trujillo, que iba a medías con Andrés “El Francés”. Una vez comprada la pava, y después de tenerla en el patio o el corral de la casa, prácticamente a dieta, pues este animal era muy difícil de comer en cautividad, llegaba el día grande y si la “pava” había aguantado, había que matarla. Esto ocurría normalmente al mediodía del día 24.

No todo el mundo sabía matar o era capaz de matar una “pava” y por ello se recurría siempre a la misma persona. Esta no era otra que María Sánchez “María Hierro”, mujer nacida muy cerca de Priego de Córdoba, y que por cierto siempre estaba hablando de la fabulosa fuente que tenía su pueblo. Con mucha soltura cogía la “pava” y le hacía una incisión en la zona “de la cresta”, hasta que se desangraba. Lógicamente esta sangre se aprovechaba y con la adicción de una poquita de sal, y su correspondiente sofrito de cebolla añeja, constituía al freírla el menú del mediodía del día 24.

EN EL BUEN SUCESO

A últimos de los cincuenta, lógicamente no existía para nada lo que es hoy la Plaza de Juan Bernier, sino que estaba el Convento de Santa María de Gracia, en pleno apogeo. Esa calle del Buen Suceso (Arroyo San Rafael), era una zona muy deshabitada pues solamente había una enorme casa de vecinos (nº 1) y un cocherón, en donde vivían los “chatos”. Esa calle tenía poco alumbrado, pues solamente una bombilla de aquellas que pendía de los cables, era la iluminación que tenía. Allí acudían a “PELAR LA PAVA” las chicas del barrio, que se podían considerar como “adelantadas” pues conseguían el permiso de sus padres para poder “dar un paseo”. Seguramente la oscuridad fue testigo de muchas escenas y ecos que no es noticia repetir. Más de una “pava” se quedaría sin plumas.

En esta calle y de antiguo, y dado el misterio de su oscuridad, en la casa mencionada del nº 1, se sucedían algunos hechos dignos de contar (1920). A determinada horas de la tarde, empezaban a caer por el primer patio de la casa, una lluvia de piedras, que hacía que los vecinos y los chiquillos que andaban por el patio (era una casa de lo menos 14 familias), procuraran esconderse dentro de sus viviendas. Así un día y otro, y otro, hasta que un día Rafael “El Trompeta”, que tenía allí su novia, quiso averiguar que es lo que pasaba y estando acechando desde la calle, pudo ver “Que después de la lluvia de las piedras, entraba un flamante señor casado, seguramente para “PELAR LA PAVA” con una vecina que era su amante, procurando con la ayuda de ella, (era la que tiraba las piedras), que nadie le viera.

Otro caso parecido ocurrió en lo que se llamaba el “Puentecillo de Santa María de Gracia”, que a la caída de la noche, solía aparecer por aquellos contornos, una especie de personaje con unas ropas desproporcionadas asemejando a un fantasma. Este personaje, por la hora (de noche) y por una luz tenue que lucía en su aparatosa cabeza, asustaba a todo el mundo. También hubo gente en el barrio que quiso conocer la verdad del fantasma, y puestos de acuerdo un par de chavales, con el “Tarugo” a la cabeza, (1915), arremetieron a pedradas contra el fantasma, cuando éste disponía a cruzar el “puentecillo sobre el arroyo”, de resultas de las pedradas, se le rompió al “fantasma”, el farol que a modo de luz con engaño, llevaba encima simulando una falsa cabeza. Entonces se descubrió que sin farol y sin disfraz se trataba de un personaje conocido del Ayuntamiento, que venía a “PELAR LA PAVA” con su querida y no quería testigos que lo vieran entrar.

EN EL “CHARCO LA PAVA”

Por aquellos tiempos, años 50-60, del siglo pasado, había mucha gente que eran amigos de “echar” de vez en cuando una canita al aire, y la zona que escogían era el descampado que corría por la zona de la actual Avda. de Vallellano, en paralelo a la Avda. de Fleming-Puerta de Almodóvar. Allí no se podía hablar de “PELAR LA PAVA”, pero si de buscar una “pava” de aquellas que pululaban por allí. Esas pavas ni eran eternas, ni temían a la navidad, solamente temían al grito de; “QUE VIENE EL GUARDIA”, ese grito era suficiente para que el campo se quedara limpio de clientes, de pavas y hasta sin plumas que pelar. Muchas de aquellas muchachas iban y venían con relativa frecuencia, de sus pueblos utilizando unos autocares que cariñosamente se le llamaban “PAVAS”.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Buenas noches, Manuel: una entrada divertida e ingeniosa, llena, como siempre, de personajes curiosísimos.
Pero me parece que has olvidado otras pavas, las que arrojaban bombas durante la guerra.
Saludos. Patricio Hidalgo Luque.

Manuel Estévez dijo...

Amigo Patricio


Te gradezco tu comentario, pero he querido obviar temas "polémicos" y con razón, pues en aquella "guerra" hubo "Muchos Guernicas" y no sólo el cuadro que pintó Picaso.

La entrada de "Las Pavas" más que "histórica" es un recuerdo de lo desenfadado que pasó en Córdoba.


Saludos