miércoles, 27 de enero de 2010

"El Protocolo del Perdón"

ANTONIO CAÑERO BAENA
(1885-1952)
La persona

Aunque nació en la calle Osario, la mayor parte de su juventud y adolescencia la pasó en una casa de la Plaza del Ángel (San Hipólito). En esa casa vivió con sus padres y dos hermanos más. Su hermano Manuel murió muy joven de una patada que le dio en el pecho un potro. Su hermana Carmen vivió muy cerca de él.

Sus ambientes y amigos fueron siempre personas de “la actualidad” de aquellos tiempos en Córdoba. Era un tanto introvertido, pero cuando se montaba en el caballo, se transformaba y parecía otra persona. No le gustaba trasnochar.

Tuvo buenas relaciones con los políticos del antiguo régimen, pero nunca renunció a vivir y a desenvolverse en Córdoba. Llegó a ser concejal del Ayuntamiento de Córdoba, y fue presidente de la Plaza de Toros de los Tejares, a finales de los años cuarenta.

El poseía un patrimonio que le permitía vivir con grandes ventajas y comodidades, pero él hacía poca ostentación de ello.

Su forma de vestir casi siempre era en plan campero, con sus eternas gafas (manoletinas) y su sombrero cordobés. Aunque se casó por lo civil en 1935, durante bastante tiempo vivió con esta mujer que se llamaba, María Morales Vida, mujer de presencia exuberante y bastante estilo en el vestir, el único agravante que tenía es que era la esposa legitima de un simpático fotógrafo, apodado “el Canuto”. Este detalle era público en Córdoba.

Su gran pasión, fueron los caballos, primero como rejoneador y luego después de retirado, la monta de exhibición y recreo. También le gustaba pasear en su coche de caballos, tirado por sus maravillosas jacas blancas de engache que tenía.

En su época de retirado 1935-1952, se fue a vivir a su finca de la Viñuela, en donde quiero recordar que vivía en un caserón de una planta, “decorado” con tres palmeras bastante altas y delgadas. También abundaban en su finca, los arbustos de Laurel, árboles de Mimosa, y algunos rosales. Al fondo había una instalación bastante completa para sus carruajes y sus caballos. También había una especie de estanque algo pequeño.

Su ideología

Toda su vida se vio marcada o señalada por su militancia descarada en la “derecha”. En Córdoba, junto a los hermanos Herrero y otros caballistas, fueron de los primeros que se significaron a favor del Movimiento en Córdoba. El día de San Bernardo de 1936, la ciudad de Córdoba fue bombardeada tres veces por la aviación republicana. En uno de los bombardeos de aquellos días, murió un antiguo “torerillo”, que se dedicaba a vender agua a lomos de su borriquillo. El bombardeo le pilló en la calle Custodio, y la bomba, incrustó al “torerillo” y su borrico contra la pared. (según me comentó mi madre), parece ser que Antonio Cañero se personó en el lugar para ver a su “amigo”.

Hay quien dijo que como reacción inmediata a este hecho, dicen que don Antonio, formó un grupo de caballeros a caballo, y se dirigieron a la venta Cuevas (Avda. de Cádiz), y allí tropezaron con los hermanos Cuevas Jiménez, que al parecer colaboraban en hacer señas a la aviación republicana. También se le atribuyen algunos desplazamientos por la zona del Brillante, en donde sabían de la existencia de algunos supuestos comunistas, (que al parecer también solían hacer señales a los aviones) y tomaron venganza en ellos. Estos hechos, muy comentados en Córdoba, hicieron que la izquierda lo “borrara” de la historia del toreo.

Su relación con la Iglesia

Cañero, era un hombre bastante dadivoso y ayudó económicamente a muchas personas. Era bastante desprendido y no sentía apego por el dinero. El, ya retirado del toro, solía visitar lo que hoy es la calle Cinco Caballeros (Edisol). En aquellas fechas, esa calle era campo puro y duro, por donde discurría el Arroyo de las Piedras. Muchas tardes se encontraban en aquel arroyo, mujeres lavando su ropa, militares (IPS), de prácticas con sus caballos, y bastantes chiquillos jugando a la pelota. Alrededor de los que montaban a caballo, muchas veces aparecía por allí D. Antonio, montado en su jaca que había sustituido a su admirada “Labordó”, (muerta en Portugal en 1925), y se permitía dar consejos y hacer exhibiciones. La única parte habitada que existía en aquel paraje, era una fila de casas de una sola planta que en torno a una escuela parroquial, formaba lo que se denominaba,”El barrio del Tejar”.Todo este campo según la tradición era el paraje donde tuvieron lugar la apariciones de San Rafael, al Padre Roelas. En aquellos tiempos había una Cruz de piedra que recordaba este hecho.

Como hemos dicho, Cañero, frecuentaba habitualmente estos parajes y pudo ver como en las inundaciones del año 1947-48, el arroyo, hizo estragos en las casitas y la escuela parroquial. Enterado él de este desastre, debió personarse por allí y contactó con la maestra de la escuela, (Srta. Casimira Barneto), y ella puso en contacto al párroco de San Lorenzo, D. José Serrano Aguilera, con el rejoneador, el cual dio ayudas importantes para paliar esta desgracia.

La Parroquia en agradecimiento y a pesar de que el caballista iba poco por ella, le empezó a mandar todos los años una -palma-decorada- del domingo de Ramos. A mi me tocó acompañar al que se la llevaba en el año 1951, y él personalmente nos dio de propina un billete de dos pesetas. Hubo un momento en que los monaguillos y los nenes en general nos dábamos casi bofetadas por llevar la dichosa palma.

Parece ser que la diócesis de forma oficial quiso agradecer a este hombre aquel detalle que tuvo con la humilde parroquia de San Lorenzo, y ello propició el contacto de Cañero con el Obispo Blanco. (Fray Albino)

Ya por el año 1948, Fray Albino, visito las zonas desbordadas del arroyo Pedroches, en donde había grupos de chabolas y casas contrahechas. Allí coincidió con Cañero que era dueño de una buena parte de las huertas circundantes (Huerta Guato), y ahí surgió la donación y con ello el Barrio Cañero.

Otras cosas

Recuerdo que en aquellos años 1949-1950, más de una vez, su coche de caballos con sus jacas blancas, se paraba en mi calle (la calle Roelas nº 7), en casa del “Brigada Ruano”, un militar retirado de la Remonta que era posiblemente el mejor guarnicionero en tema de monturas que había en Córdoba. Posteriormente y muerto el “Brigada”, le sustituyó en estos menesteres, su yerno “Guillermo Fernández”, que trabajaba habitualmente en Casa Barrón en la Calle Alfonso XIII.

El coche de caballos era de una prestancia impresionante, y verlo con sus dos jacas blancas por el barrio de San Lorenzo, era todo un espectáculo. Tenía un cochero habitual que era un hombre bastante orondo y buena persona, pero quien casi siempre aparecía por allí era él con sus gafas oscuras, tirando a “manoletinas”, parecidas a las que usaba el Camará.

El se sentía muy orgulloso de sus caballos especialmente de su jaca “La bordó”. Este nombre se lo pusieron en una bodega inglesa, y fue con motivo de una demostración ecuestre que realizó en el país Británico.

Era curioso el recorrido que hacía el coche de caballos, hasta llegar a la estrecha calle Roelas. (A espaldas de San Rafael), Salía de la finca la Viñuela (Avda, Jesús Rescatado), y venía para el Marrubial, subía por Obispo Pérez Muñoz y entraba por la Puerta del Campo (antigua Casa de los Locos), y bajaba por la calleja de el Cárcamo, Obispo López Criado, Pozanco, Calle Custodio, hasta salir a Roelas. El paso por la Calle Custodio, era todo un espectáculo de habilidad en el manejo del coche y los caballos. Era ceremonioso verlo pasar por esa estrecha y revuelta calleja. Los chavales disfrutábamos lo indecible.

Un día nos contó “Guillermo”, que al entrar a su casa y oler a incienso le preguntó: ¿Quién está quemando aquí humo de Iglesia? A lo que el bueno de Guillermo le contestó. D. Antonio, es que esos ventanales que Usted ve en mi patio, son la sacristía de la iglesia de San Rafael y la antigua Capilla del Padre Roelas. Esta curiosidad le hizo acercarse a la Iglesia del Juramento, hablar con el capellán García Laguna y le pidió medio en broma o medio en serio, precio por el cuadro de la sacristía en donde se ven “Los cinco caballeros” montados a caballo. Finalmente le dio un donativo para que restaurara la Virgen del Pocito.

Por aquellos tiempos murió en Córdoba, Benito Lozano, empresario importante en el sector del aceite. Cundió como la pólvora por toda la ciudad, el hecho de que fuera enterrado en el cementerio civil, pues la Iglesia no admitía el hecho de que había vivido amancebado con una dama que no era su mujer. A pesar de los dineros que este hombre poseía la Iglesia fue tajante, y la verdad es que hubo opiniones para todos los gustos.

D. Antonio Cañero Baena, era un hombre de carácter un tanto serio, muy chapado a lo militar. Cuando paseaba por Córdoba en su jacas especialmente  –la Bordó-, se creía de otro mundo. Por ejemplo llegaba al Gran Bar de las Tendillas (Siena), y pedía a los camareros que le sirvieran el café encima de su montura.

Otro incidente le pasó ante D. Antonio Jaén Morente. Cierto día se presentó el rejoneador en la huerta “La Camila”, donde tenía su taller de tapicería para coches de caballos, D. Manuel Jaén Morente, hermano del político. El incidente se produjo un día que llegó al taller y sin tan siquiera bajarse de él, con voz autoritaria dijo: “Manolo, me tienes que tapizar este coche que está muy deteriorado”. En ese momento surgió D. Antonio Jaén Morente, que había ido a visitar a su hermano y le contestó: -Haga usted el favor de bajarse del coche y le habla a mi hermano desde el suelo como se le habla a las personas-. Por toda réplica el rejoneador, optó por darse media vuelta y se marchó del taller.

A pesar de todas estas situaciones, era un hombre introvertido y huidizo. Disfrutaba siendo dadivoso, y ayudando a personas en el anonimato. Pero no cabe duda que tenia carácter y quizás por ello sintonizó claramente con el Obispo Blanco.

Cuando cayó enfermo afectado de una leucemia irreversible, se deterioró bastante y dejó prácticamente de salir. Se pasaba las horas sentado en una butaca, y allí recibía los pocos amigos que se interesaban por el. Una persona que le visitó varias veces fue D. Juan Font, bien por él, o por sugerencia del Obispo.

D. Juan Font, era un hombre público además de sacerdote, pues no había mentidero importante de Córdoba que el no conociera. Y posiblemente se enteró de la gravedad de su enfermedad. También conocía porque era público lo que le había pasado al industrial Benito Lozano…, y como técnico quiso echarle un cable al enfermo que donó la huerta para la barriada de Cañero.

El Perdón

Un día a mediados de febrero de 1952, siendo las seis de la tarde (acababa de salir del Colegio), y me disponía a limpiar el polvo de las bancas de la Iglesia, antes que empezara el ritual del Rosario que lo dirigía D. Antonio Campos González. Estando en la tarea de limpieza, me llega Antonio Ruiz (sacristán mayor) y me dice, -niño coge este arquillo y ven conmigo-. El arquillo contenía los óleos de la extremaunción, y con él en la mano empecé a andar detrás de él. Al pasar por el horno de Mortes, se paró y entró, y estuvo hablando con quien fuera por teléfono, finalmente salió y me dijo que apresurásemos el paso. Pasamos por el jardín del Alpargate y por la calle Álvaro Paulo, nos dirigimos a lo que hoy es la Avenida de Jesús Rescatado. No hace falta decir que salvo el cuartel de Lepanto, todo lo que había en derredor eran huertas y campo. Al llegar a la mitad aproximadamente de la Avenida, vimos un coche negro aparcado que familiarmente le llamaban “El escarabajo”. Ese era el coche de D. Juan Font, que ya estaba esperando en la puerta de la Finca la Viñuela. El sacristán se disculpó por el retraso y entramos los tres ante una puerta que nos abrió una mujer que debió ser la portera.

D. Juan Font y el sacristán entraron dentro de la vivienda y yo me quedé fuera con el manteo y el sombrero del cura. Mi curiosidad de nene, me hizo dar una vuelta alrededor de la vivienda, y por la parte posterior, pude observar que de dos ventanales algo más grandes de lo normal, se oía una especie de dialogo entre dos personas. De forma acompasada pude escuchar: SI PADRE, SI PADRE, CLARO QUE SI PADRE, CLARO QUE SI PADRE. Al ver que se acercaba la portera, opté por retirarme de aquel lugar y ya no pude oír nada más. Al cabo de unos minutos, salieron por la puerta principal tres personas: D. Juan Font, al que le entregué sus prendas, Antonio Ruiz el sacristán y un Sr. Que debía ser médico y que la portera le dijo –hasta mañana D. Jesús- Salimos a la puerta, y D. Juan Font se montó en su “escarabajo” con el tal D. Jesús, y el sacristán y yo, nos volvimos para San Lorenzo. Para eludir la calle Álvaro Paulo, pasamos por delante del Colegio del Marrubial, y allí estaba su directora doña Antonia Moreno, que al conocer al sacristán le preguntó: -¿De donde viene usted Antonio? –De casa de D. Antonio Cañero, al que le han dado una especie de “Protocolo del Perdón”, todo auspiciado por el obispo, en agradecimiento a la donación que ha hecho para el barrio Cañero. No quiere que se repita el caso de Benito Lozano..

Yo no volví más a la finca ni tuve noticias hasta que el día 22 de febrero, a las cinco de la tarde, se celebró el entierro de D. Antonio. Supimos por la papelilla de la Funeraria que tenía 66 años.

El Entierro

El entierro fue de tres capas, todo un lujo para esta humilde Parroquia. Los curas que hicieron vestimenta, fueron D. Pedro Muñoz Adán, D. Antonio Campos González, y D. José Anasagasti (Capellán del Castillo Maimón).

Como sacristanes actuaron: Antonio Ruiz y José Bojollo, de San Lorenzo, Alfonso, de Santiago, Manuel, de Santa Marina, Alcalde, de San Andrés, El Chocolatero, del Convento Santa María de Gracia y Joaquín, el “zapatones”. Todos embebidos en su sobrepelliz blanco, excepto el de Joaquín, que era de “lienzo moreno” y todavía no tenía los lavados necesarios para adquirir el blanco normal.

A mi me tocó llevar un cirial, que para la ocasión se eligieron unos que hay de imitación a plata y que en su día, al igual que la cruz, vinieron a la parroquia desde el Monasterio de Valparaíso (San Jerónimo).

Los que estábamos dentro de la Iglesia no pudimos ver la gente que había ni en el portalón ni en la plaza. Fue mi madre posteriormente la que me dijo que había mucha gente en la calle.

El cadáver fue introducido dentro de la Iglesia por la familia de D. Baldomero Milla. El y sus sobrinos habían tenido una gran amistad con el rejoneador. Al parecer también iba un sobrino del caballista. Yo no tenía edad para captar si había o no autoridades, pues prácticamente no las conocía. Si se vieron dentro de la Iglesia a bastantes militares. Entre el público y en una fila discreta, estuvo D. Juan Font, acompañado por D. Antonio García Laguna.

Entre los dolientes más significativos, parece ser que había una mujer que dijeron que era su hermana Carmen. Al final de la Iglesia y prácticamente debajo del coro, estaba Doña María Morales Vida. Era el centro de todas las miradas. (Se había casado con ella como hemos dicho por lo civil en 1935).

El cadáver lo sacaron las mismas personas que lo habían introducido, y lo metieron en el coche de caballos negros, que para nada se parecían a su querida jaca “la Bordó”. El coche iba tirado por cuatro caballos, con sus oropeles negros en la cabeza. La comitiva subió por el arroyo de San Lorenzo, Puerta Nueva, Matadero, San Antón. Pasando a la altura de Amador Naz, (Actual Cajasur), empezó a sonar el campanillo del cementerio como era costumbre por aquellas épocas. No hace falta decir que toda la comitiva, incluidos curas y sacristanes acompañaban el duelo hasta el último responso que se le echaba en la capilla del Cementerio. Terminado este acto, se hizo cargo del cadáver por así decirlo D. Miguel Ramírez, capellán del Cementerio, que vestido también con un sobrepelliz, lo acompañó hasta el “patio grande”, en donde lo enterraron en una bovedilla de segunda fila, que le había cedido oficialmente el Ayuntamiento de Córdoba. El cuadro en el que está enterrado da la espalda a  actual Avenida de Libia. El capellán como era preceptivo en aquellos tiempos “destapó” al muerto, y dio fe de que se enterraba a D. Antonio Cañero.

Con el tiempo le pusieron una lápida muy escueta, que pone el nombre, fecha de la muerte y recuerdos de sus familiares. En los muchos años que llevo viendo esa lápida, jamás le pusieron una simple flor. Actualmente y por estar en una zona bastante deteriorada, el nicho presenta un estado lamentable.

2 comentarios:

Rafael dijo...

Que excelente memoria tienes.
En eso del casamiento, hay una visión deformada de la doctrina.
Los que se casan son un hombre y una mujer ( que a su vez son los ministros ). El cura es un testigo de lo que pasa.
Saludos cordiales.

Manuel Estévez dijo...

Amigo Rafael

Yo me limito a señalar que se casó en el Registro Civil, pues he tenido en mis manos la partida de casamiento.

Yo no entro ni salgo en el tema de cualquier tipo de legalidad.

Lo que si he querido reflejar el "ambiente" que en aquellos tiempos se "respiraba" en torno a este asunto del casamiento.

Saludos