sábado, 11 de diciembre de 2010

El aguinaldo y la bolsa de Navidad (y II)



EL “MOTÍN" DE SAN LORENZO

Gustavo Fuentes era un simpático guardia de circulación que vivía en la calle del Arroyo de San Lorenzo, y que estaba orgulloso porque ostentaba el número UNO de orden. Gracias a la amabilidad de su esposa Soledad nos permitió a muchos nenes de aquella época poder ver gratis el cine San Lorenzo de verano; pero eso sí, por “detrás”, que era como ver la película “al revés”. Cosa, por cierto, de la que ya teníamos “costumbre” en las gradas del cine de la Plaza de Toros, donde la primera película que vimos fue DUMBO (1951).

Gustavo era una persona muy querida en el barrio. Desde que empezó la línea de autobuses Cañero-Plaza José Antonio (una de las más antiguas y rentables de Córdoba, y que creo aún sigue igual, más o menos), ya estaba ubicado el simpático guardia en la esquina entre Casa la “Picaílla” y Casa “Minguitos”.

Hace poco coincidí con Victoria Zamorano y Esteban Almirón. La primera tenía un puesto de arropías junto a la taberna “Huevos fritos”, y el otro vivía en la casa de la “sultanilla” que formaba el antiguo “Tacón de San Lorenzo”. Hablamos de aquellos días de Navidad, en los que al guardia de circulación lo “rodeaban” de regalos y obsequios. Y quisimos recordar el famoso día del “Motín”, que muchos presenciamos.

Era el año 1954. Desde primeras horas de la mañana empezaron ya a dejar regalos en torno al bueno del guardia Gustavo. La primera cesta que recibió fue la de la empresa de Autobuses Aucorsa. Luego pasó un empleado de Alfonso Lupión (pescados), y dejó un saquito de almejas y dos merluzas. Más tarde Antonio el de la “Damaza” le dejó nada menos que un chivo. El padre de Ángel, el piconero, le soltó una pareja de gallos. Paco Padilla, medio en serio y medio en broma, le obsequió con una caja grande de TUTU y otra de OMO. También su cuñado Navas le entregó una caja de jabón “Eraso”. Y siguieron dejando…aceite, legumbres, turrón de jijona, sidra El Gaitero, mazapanes Rucoco, Café Capuchinos, Coñac y Ponche Cruz Conde, botellas de vino Moriles 47, tres bacalaos, dos salchichones y chorizos, pan de higo, una bolsa de orejones, etc. etc.

Con todo, la verdad es que se había formado una gran “bolsa de navidad” de la que se sentía ufano y orgulloso el bueno de Gustavo. A pesar de que llevaba un resfriado encima, esta alegría y bienestar que irradiaba le hizo entrar, quizás más de la cuenta, a “darse latigazos” en la taberna de “Huevos fritos”. Pero a pesar de que entraba y salía constantemente, el resfriado no se le quitaba. Siguiendo consejos del “Picaíllo” se tomó un “carajillo” con una aspirina. Al salir de la toma se sintió como nuevo, pero al cabo del rato, siendo las once de la mañana, empezó a sentirse mal, y todo el cuerpo se sumió en un sudor que le asustó. Medio mareado se sentó en casa de la “Picaílla” y ésta, asustada, se llegó a la farmacia de López Wals, que estaba dos casas por encima. Vino con el boticario, y éste, cuando se enteró del “asunto” del “carajillo” le dijo que había sufrido una reacción alérgica, y le recomendó que se marchara a su casa y se metiera en la cama. Como Gustavo vivía cerca, se retiró a su domicilio sin problemas.

Así que la “bolsa de Navidad” quedó un tanto abandonada. Pero todo el mundo veló por la “integridad” de su bolsa de navidad, y otros incluso siguieron aumentándola.

En aquellos momentos pasaba por allí, Don Ángel el “Policía”, que era una autoridad natural en el barrio. Aunque eso sí, no era muy querido por su cacareada petulancia, estúpida soberbia, y descarado “gajorro”. El barrio no olvidaba algunos detalles de este hombre, que lo mismo presidía una corrida de toros en la Plaza de los Tejares que se dedicaba al poner inyecciones a domicilio. Sintiéndose intocable, pugnaba por llevar siempre la razón en cualquier discusión en la que participara. Así que a nadie le agradaba mucho su presencia, y todo lo que le hacían eran “papeles”. A pesar de todo, nada ni nadie podía evitar que este hombre fuera nada menos que el secretario del Gobernador, y con su autoridad quiso “hacerse cargo” de la situación… y de la cesta.

De momento, dijo que llamaría al Ayuntamiento para que mandaran un guardia de relevo. Seguidamente se puso a dar órdenes a la simpática Dolores la “Picaílla” para que vigilara la cesta de navidad. Más tarde, dijo que él mismo iba a resolver el asunto de la ausencia del bueno de Gustavo. Para ello se dirigió a la única taberna que tenía teléfono por aquellas épocas y que era Casa Manolo.

La verdad es que la presencia de este hombre, discutido, y del que se tenía recelo, hizo que cambiara el semblante de todos los que estaban por allí. Muchos, quizás mal intencionados, incluso dijeron que “el tunante” se quería llevar la “bolsa”, y que seguirle el juego ya no era ayudar al bueno de Gustavo, sino “colaborar” con esta persona que solía arrollar todo el mundo con su cargo.

El caso es que el pueblo es sabio y reaccionó. Cuando el ínclito D. Ángel salió de Casa Manolo lo primero que hizo fue mirar al sitio que ocupaba la “bolsa de navidad”. Y pudo comprobar que allí ya no quedaba prácticamente nada. A su encuentro salió La pobre Dolores la “Picaílla” con una sola botella del Gaitero en una mano y un bombo de OMO en la otra. Era lo único que había quedado de aquel saqueo furtivo. La escena que se nos presentó fue propia de un fotograma de Berlanga. No hizo falta en ella nada más que el lotero Rafael “El Cojo”, que andaba por San Agustín metido también en faena.

Oculto al ínclito Don Ángel, había transcurrido el “Motín”, protagonizado por buena parte de la juventud “pobretona” del barrio, representada por “El Queco”, “El Asaura”, “El Curreles”, “El Escayola”, “El Guapo”, “El Cortezas”, “El Vinagre”, “El Mariquita Azúcar”, etc. que antes de que este hombre se pudiera llevar algo DESMANTELARON literalmente toda la bolsa. Al igual que ocurriera en el Siglo XVII, y que relató perfectamente Díaz del Moral en sus Historia de las Agitaciones Andaluzas, la gente del barrio de San Lorenzo seguía siendo especial.

Al final, y para arreglar el cuadro, se presentó el Gordo Zacarías, como guardia provisional suplente del bueno de Gustavo. Ni Don Ángel el “Policía”, ni el Gordo Zacarías pudieron averiguar nada sobre el paradero de la “bolsa de Navidad”, pues allí en el barrio nadie se prestó a colaborar con ninguno de ellos, se “hacían los locos”. Por supuesto, como el pueblo es pobre pero noble, el bueno de Gustavo sí que probó de su exquisita bolsa…

EL AMBIENTE DE AQUELLAS ÉPOCAS

Al describir aquellas épocas hay que echar mano de aquellos escaparates que eran la ilusión de todos los que echábamos algo en falta, sobre todo en el estómago. Mantequerías Abel, Almacenes Sánchez, La Cooperativa, Las Tendillas... Todos estos establecimientos del Centro nos mostraban unas “visiones“ poco más o menos que de ensueño. Se disfrutaba sólo con verlos. Más en plan popular y a lo llano, estaban los escaparates de Casa Venancio en plena calle Almonas, Este establecimiento, además de competir en las “estampas” con el Kiosco de Fidela montaba unos escaparates para las fiestas de Navidad de órdago. Allí abundaba de todo, incluso los simpáticos “orejones”.

Fuera de estos escaparates de comida había otros que también nos llenaban el alma, como el escaparate de la Papelería Victoria, enfrente del Ayuntamiento, en donde nos presentaban en primera la fila todas las figuritas inimaginables de los nacimientos. Entonces todas estas figuritas eran de barro, y suponían muchos empleos para esta pequeña industria. Hoy, el plástico ha acabado con buena parte de nuestro tejido industrial y artesanal. Para colmo, nuestro Ministro de Industria nos ha regalado a todos una bombilla también fabricada en China.

EL BARRIO Y SUS PERSONAJES

No hará muchos años, murió el “Lin”, hermano mayor del famoso “Sandokán”. Cuando sus hermanos Rafael y Pepe andaban buscando fortuna por todos los sitios, especialmente por Francia, el ya tenía una vida perfectamente asentada como platero con su taller en la calle Alvar Rodríguez. No era mala persona, pero le gustaba “vacilar” un poco del nivel que tenía, que era mucho más alto lógicamente que todo el entorno que le rodeaba. Organizó varias veces la Cruz de Mayo y ciertos festivales en el local del Cine Delicias, porque es de justicia decir que le tenía un cariño especial a su barrio.

En los últimos años de su vida quiso popularizar la felicitación a todos los viandantes que pasaban por San Juan de Letrán, a pie o en coche, con una copita de anís o de coñac, e incluso con algún mantecado. Se murió con esa ilusión cumplida y uno de los que le ayudó en este menester fue el “Sorna”, no el “Sorna padre”, ni tampoco, el “Sorna Taxista”, ni tampoco el “Sorna Bombero”.

… Hablamos de “Manolo el Sorna”, el hijo mayor, que era fiel reflejo por muchas cosas del padre. Quizás lo único que no llevaba era el palillo en la boca como su progenitor, pero la cara, el gesto permanente de pena, e incluso el algodón en la oreja, eran su fiel reflejo. Pedía siempre más clemencia que el propio padre. Comentaba con cierta gracia cómo en una ocasión el sastre de barrio, “Bimbela”, le hizo un traje y le sacó un pernil más corto que otro. Por la prisa de la ceremonia a la que iba no tuvo tiempo de devolverlo para su arreglo… ni otra ropa que ponerse. De acuerdo con el sastre, y con un bastón en la mano, se pasó toda la boda cojeando para disimular la diferencia de pernil. Así era el “Manolo Sorna”, y no habrá un sitio en Córdoba, en donde no hayan caído lágrimas de pena de este hombre, que decía poco más o menos que: “trabajar es perder el tiempo en un sitio, cuando a lo mejor estás perdiendo otras oportunidades”. Aún así trabajó en multitud de empleos y conoció a muchos patronos, pero desgraciadamente su historial laboral dio pocos quebraderos a la Administración, pues prácticamente siempre dio casi cero.

Fue peón recomendado del “Gato padre”, posiblemente el albañil más artista que ha habido en Córdoba (obra suya es, un patio, con una fuente maravillosa, en la calle Céspedes). Luego pasó a ser peón de “Paqui el Gato”, el hombre de confianza en temas de construcción que tuvo “Sandokán”, en sus primeros y fructíferos tiempos de constructor desde su barrio de Cañero con Arenal 2000. Después actuó como una especie de “guardaespaldas” de Diego “El Pichaca”. También le hizo de albañil y todo lo que oportunamente le exigía. Su lema en la vida era todo pedir y pedir. En una época para sacar su casa adelante tuvo que vender incluso “caracoles gordos” cosa que hacía por encargo. Estos animalitos se los proporcionaba el “Platanín” que era sepulturero del Cementerio de la Salud. El trato eran unos medios en la taberna de Casa Mariano, que estaba al lado de la bodega de “El Pelotazo”.

En su avatares de rifas batió un record al sortear una pava medio muerta tres veces. La primera vez, según él, fue porque le tocó a él mismo la rifa. La otra porque no apareció el dueño. Al final tuvo que entregar la pava medio moribunda (por el hambre que había pasado) a uno del barrio Gavilán, que le encrespó por el estado tan calamitoso que presentaba el animal.

Una vez salió de nazareno en la procesión del “Esparraguero” y se puso en el capirote una señal que sabía iba a llevar un amigo, para que su familia lo identificara, para poder de entregarle un bocadillo a mitad del recorrido. Lógicamente “Manolo el Sorna” se hizo pasar por su vecino y se comió su bocadillo.

Fue un buen hijo, y muerta la “Quica”, su madre, cuidó casi a diario de su padre (el “Sorna padre”) que ya era muy mayor y apenas salía. Lo lavaba todos los días, y el único problema era que su padre “guiándose por la televisión” creía que había un baile para cada edad. No había forma de decirle que con su edad algunas cosas ya no eran posibles. Igualmente le pasaba en el aspecto “sexual”, ya que todos los días, cuando le ayudaba a orinar, le solía pedir: “Manolo, sacúdemela bien, y de camino me la estiras un poco, para que la sienta”. Por curiosidad he de decir que un número de Lotería, el 25857, que siempre tenía suscrito el padre, jamás tocó, a pesar de que él continuó con dicho número.

En el plano político fue una vez por casualidad a una manifestación en Las Tendillas en la que se pedía la Autonomía. Ya estaba mal de la próstata por aquellos tiempos y se ubicó cerca del wáter de caballeros, por si las moscas. Tuvo que entrar al servicio (y como era natural por aquellos tiempos, hubo de eludir al “montón de mirones” que solía haber) y una vez fuera de nuevo se adentró en lo que ya era un gran torbellino de gente donde empezó a escuchar consignas de ¡Al Banco! El creyó que iban a asaltar y repartirse el Banco Ibérico entre todos, cuando en realidad las voces eran para llamar la atención de que los oradores se iban a situar en el Banco Ibérico, por debajo del reloj.

Así que, equivocado sobre las intenciones de aquello, se intercaló en todo el meollo de la manifestación. Algunos líderes que iban tras la pancarta supieron ver en su sencillez y su forma pobre de vestir un símbolo que enarbolar y lo arrastraron poco más o menos que en volandas hacia el mencionado Banco como emblema reivindicativo. Nada más llegar a la esquina de Gondomar aparecieron los “grises” (que al parecer habían dejado los coches en la Calle Sevilla, frente a la Hostería). No hace falta decir que al ver venir a los “grises” con cascos y todo, la mayoría de los manifestantes salieron corriendo y el pobre “Manolo el Sorna”, que no tenía experiencia en aquello, se quedó casi solo al lado de la pancarta junto a la farmacia Marín. Allí recibió de los “grises” toda la sarta de los palos que le quisieron dar. Suerte para él que entre los policías había uno de su barrio y vecino del “Tormenta” que dijo: “Basta”. Éste es “Manolo el Sorna”, que aunque no es trabajador habitual, no ha hecho nada malo. Su única idea política es que la olla esté hirviendo todos los días en su casa”.

Y era verdad. “Manolo el Sorna”, con la única persona que mantuvo “acaloradas dialécticas” fue con el simpático “El Mora” (el portero del bloque en el que estaba ubicado el Bar Cabello, en el polígono de la Fuensanta). Solían discutir de forma acalorada por las setas que se “robaban uno a otro”. Los álamos que había frente al Cuartel de Lepanto y cerca de Casa Pelitos fueron testigos mudos de estas simpáticas disputas.

Por último, estando un día en el “Llano Amarillo”, en donde estaba también mi amigo Juan Carretero (taxista) y José Mellado (“El Candado”), además de contarnos todas estas historias, a la pregunta del “Candado” de por qué no se iba a una residencia de la Junta, contestó medio en broma y medio en serio: “Cómo me voy a ir a una residencia de esas, que ya no es que esté bien o mal, sino que hay tan poca distracción que hasta para asomarse por una ventana hay que pedir la vez…”.


9 comentarios:

ben dijo...

Como disfruto leyendote,es para mi
una delicia.Tus personajes,llenos
de peronalidad y tratados con tanto
respeto y cariño,como lo haces,me
recuerdan a los mios de mi barrio,
que me pasa como a ti,que que a to
dos les tengo un enorme cariño en
mi recuerdo,fueran avariciosos o
desprendidos,malos o buenos con
los chicos.Como envidio esa memo
ria tuya,pero por otra parte me
yuda a recrear todo aquel mundo,
que ya no existe de la Córdoba de
los 50-60.
Aquellos guardias de circulación,
con su uniforme vistoso,que te sa
ludaban cuando pasabas por su lado
y en mi caso me decían:"niño ten
cuidado con los coches..",porque
iba con bicicleta y entonces se
hacía conjuntamente con los coches.
Recuerdo,que se hacían comentarios
de cual era el guardia que recibía
más regalos y se dicutía el montón
de regalos de cada uno,otros discu
tian por el mayor valor en pesetas
y no le daban importancia al tamaño
del montón de regalos.Me gustaba ir
con la bici,mirando cada guardia
y sus regalos y luego lo comenta
ba con mi padre,que había sido ta
xista y los conocía a todos.Dis
cutiamos en que si la cantidad de
regalos dependía del guardia o del
puesto en que ejercia,su labor.Tam
bién hablabamos,si se compensaban
unos a otros los regalos o cada uno
se llevaba los suyos a su casa.
En fin eso eran los temas de con
versación.
No puedo evitarlo,pero las lágrimas
se me saltan,recordando a mi padre
y a mi madre,cuando se acerca estas
fechas.
Un abrazo.

Laurentino dijo...

Maravilloso relato, ameno y muy tierno, como dice el amigo ben.

Conocí al padre del Sorna del relato, es decir, al Sorna-padre. Recuerdo ir con mi tía todos los viernes a comprarle lotería (¿o eran cupones?)delante del Bar Ogallas, donde se ponía al sol con su inseparable palillo en la boca. Hace ya de eso casi 30 años, y aún me parece que fue ayer...

Manuel Estévez dijo...

Amigo Ben y Lorentino



Gracias por vuestros comentarios y simpáticas palabras.

Con estas colaboraciones lo único que pretendo es "recrearme" en los recuerdos de nuestra memoria, sin acritud.


Saludos

Paco Muñoz dijo...

Manuel, hay que quitarse el sombrero. Precioso, humano, fraterno, y que se yo que adjetivos más dedicarle. Un montón. Una película de Buñuel, pero real, o del neorealismo italiano, que eran por el estilo.

El gordo Zacarias pareja del bisco de la calle Almanzor, ambos el terror de las bicicletas, claro no eran capaces de meterle mano a los escasos coches, pues pudieran dar con uno de esos que les podían decir: -¡En veinticuatro horas le quito la ropa! Valiente elementos.

Dije el sombrero, la gorrilla de las mañanas de frío, ya que la azotea se está despoblando, o la de marinero holandés, con bisera.

Un abrazo.

Manuel Estévez dijo...

Gracias Amigo Paco


Me hubiera gustado hubieras podido conocer a los personajes que relato, tu amigo Miguel Serrano, te puede dae buena cuenta de los personajes que protagonizaron "El Motín".

También el conocía perfectamente al tal D. Angel, pues vivía en San Juan de Letrán, en los tiempos en que él era sacristán.

Había tres personajes que eran muy amigos: El boticario, D. José "el practicante" y D. Angel. Tenían una debilidad poner algunas veces inyecciones a domicilio.

Gracias por tu comentario


Saludos

Paco Muñoz dijo...

Ya se lo preguntaré a Miguel, y recojo la sutileza de las inyecciones a domicilio, el problema es que estas no estuvieran prescritas por el médico y si por el chantaje y el abuso.

Manuel Estévez dijo...

Amigo Paco


Miguel, además de una gran persona,
de San Juan de Letran, lo sabía casi todo.

Saludos

ben dijo...

Paco o Manuel,de esos guardias per
seguidores de ciclistas,pero no a
los conductores de autos,había uno
delgado feísimo,pero con muy mala
leche,pero no recuerdo ni su nombre
ni su apodo.Sé que se dejaba ver
por el barrio María Luisa(Margari
tas) y nos traía fritos a los pocos
que teniamos bici,para trabajar o
en mi caso para ir a la Academia
Espinar.Más de una vez me quiso
multar y siempre le decía,que soy
fulano,el hijo de...El tio además
de malo,no tenía ni memoria para
recordar.Un bicho.

Manuel Estévez dijo...

Amigo Ben


Ademas de buena persona eres muy sugerente. Los guardias en aquella época eran "la única autoridad", que se nos acercaba. Con prohibir que se jugara a la pelota, ejercitaban su "enorme poder", Tampoco su nivel de cultura daría para más.


Gracias por tus colaboraciones, ya que siempre dejan "entreveer" algo que siempre está escondido.


Saludos