EL "MOSQUETÓN"...
Cuando nos llamaban a la Caja de Reclutas ya empezaban a formar filas o colas
con nosotros. De allí a algunos no pasaron al Cuartel de Lepanto para pasar la
noche. Tenías que hacer cola para que te entregaran la ropa, la marmita y demás
utensilios. Luego, como hacía frío y necesitabas al menos una manta, te
indicaban adonde te la podían dar y hacías cola para recogerla. Después de una
noche casi en vela, durmiendo prácticamente en el suelo, llamaron al toque de
una trompeta y nos tuvimos que poner otra vez en cola para entrar al servicio,
y digo cola, porque solamente había un servicio en condiciones de funcionar, ya
que los demás estaban en proceso de reparación. Luego, con unas palmas te
llamaban para que fueras al patio a tomar el desayuno, y de nuevo hubo que
hacer cola para que te dieran el “chusco”. Mientras, podías observar cómo "subía
y bajaba aquel saco” que entrando en una enorme olla de agua hirviendo y hacía
la “colada del café”, que completaba tu espléndido desayuno.
Después, a eso del mediodía, hacíamos cola otra vez para el “chusco” del
almuerzo, esta vez sentados en mesas de un comedor. Luego por la tarde, cuando
estábamos en plena digestión, a formar otra cola, esta vez totalmente desnudos,
para pasar un reconocimiento completo, incluido un zamarreo al pito. Era
patético ver toda la galería del patio central con una cola que pillaba todo el
largo del patio, con todos los reclutas, cada uno de su padre y de su madre
totalmente desnudos.
Pasado este mal rato, a circular todos en fila para la estación de Cercadilla
con el macuto al hombro. Al llegar al embarcadero de ganado (o eso parecía),
nos ponen en cola, para pasar otra vez lista, y contarnos mientras subimos al
vagón que parecía sacado de una vieja película del Oeste Americano.
Una vez ya en el Campamento de Cerro Muriano, llegamos totalmente de noche, nos
ponen en cola para asignarnos la “chabola” que nos corresponde. Allí, con el
simple alumbrado de una pequeña vela, vemos por primera vez al veterano que nos
correspondía como jefe de chabola, y que pronto nos advierte: "Ojo que la
vela la he pagado yo", y a renglón
seguido nos ponemos en cola 12 reclutas para repartirnos el lugar que nos
correspondía de aquellas literas dobles. Una vez acomodados, le preguntamos al
“veterano” que en dónde estaban los servicios, y nos dice: “ya no tenéis que
hacer cola, pues las “letrinas” están a campo abierto. Eso sí, tened cuidado
cuando estéis en “postura” pues a lo mejor intentan quitaros el gorro al estar
en equilibrio inestable.
A la mañana siguiente, otra cola para tomar el café en aquella cuesta abajo. Y
otra vez vuelves a presenciar como sube y baja el “saco”, lleno de cebada,
achicoria y suponíamos que un poco de café. Cuando el agua hierve en el
caldero, tres o cuatro zambullidas del saco, y café a punto.
Después del café, a formar otra cola para lavarse. Delante de un pilar con tres
grifos, que más que dar agua parecía que lloraban. Una vez que nos lavamos, nos
envían a la compañía… y a hacer cola para que el barbero nos dé un pelado
reglamentario. Recuerdo que allí fui donde pude ver a mis amigos d San Lorenzo,
Manolo Vargas y Pepe Millán, que como veteranos me ayudaron a
"comprender" la vida del Campamento.
Quiero describir los
compañeros que formamos parte de aquella Chabola, aclarando que posiblemente
fuésemos de las últimas quintas que utilizaron Chabolas, siendo además a la primera
"Quinta" .en la que nos dieron aquél nuevo uniforme con aquellas
botas altas con hebillas. Nuestra ubicación era: Primera chabola, de la Primera
compañía, del Primer batallón del que era comandante un tal Navarro Mancebo. en
el Campamento había cinco Batallones, con cinco compañías cada uno de acuerdo a
la organización "Pentomica" del ejército español. según nos comentó el teniente Villalonga.
Nuestra distribución en la Chabola fue la siguiente: En la primera litera de la izquierda, la ocupaban: Ángel Márquez, de Villanueva del Duque, y Bernardo Moreno de Córdoba. En la segunda, Rafael González y Antonio Martínez, ambos plateros y de Córdoba En la tercera, Joaquín Martos y José Luís Thous, ambos de Córdoba; estos se puede decir que eran los auténticos señoritos de la chabola. En la cuarta, Miguel Mújica y el cabo Horrillo, uno de Espejo y otro de Castuera. (Badajoz) En la quinta, José Mendoza y Rafael Mendieta, ambos de Córdoba y del Campo de la Verdad. En la sexta, M. Estévez y Juan Membríves, de Córdoba y la Rambla respectivamente.
Podemos decir que quizás fuera la edad, o quizás fuera que llegamos al Campamento en Primavera, recordamos con mucho orgullo aquellos meses de sacrificio que pasamos en el aquél Campamento, donde todo se superaba y con ilusión, porque todos teníamos el convencimiento de que lo hacíamos por nuestro país, España, nuestra Patria, que para todos nosotros era lo más importante. Eran esfuerzos y padecimientos que nuestros abuelos y nuestros padres, nos habían hecho comprender. Ojalá se pudiera repetir en la vida dicha experiencia y con los mismos compañeros. Todavía recuerdo infinidad de anécdotas del compañero Joaquín Martos, que todas las noches "soñaba" con el ilusionado porvenir que el se auguraba en su vida profesional, en donde aspiraba a todo lo mejor del mundo por "su preparación" y su "presencia" que él decía que era propia de Hollywood. Pero broma aparte, los componentes de aquella chabola tenían una riqueza de opiniones, de costumbres, y hasta una forma distinta de acometer todos aquellos esfuerzos que sin duda allí nos iban a exigir. Por lo que sin poder evitarlo forzosamente aquellos era una forma de aprender para unos y otros. En aquella chabola lo mismo podías ver que se formaba cualquier "timba de juego", que se formaban sesiones de chistes con distintos estilos de humor. Pero es que además todos teníamos el "corporativismo" de ser soldados al servicio de España.
En la primera clase de instrucción que nos dieron, se nos presentó a los dos cabos primeros que íbamos a tener. Uno era un tal Pilo Sanz y el otro era el cabo primero Ortega, al que apodaban como "El Pajarito". Pero sobre todo fue el tal Pilo Sanz, el que asumió el “mando” de la Primera compañía En realidad en los campamentos y en la instrucción militar de aquellos tiempos correspondía a los Cabos primero, todo el poder y el mando, hasta tal punto era eso así, que su silbato colgado al cuello era su atributo de poder total. Los sargentos apenas si los vimos pues según nos dijeron estaban dedicados a labores de la administración y el papeleo de las compañías. Para cualquier recluta un Cabo 1º. en el Campamento, se nos antoja un general, ya que ejercían sobre nosotros el mando total.
En la compañía había chabolas como es lógico con distinto nivel escolar y profesional, y abundaban algunas con jóvenes jornaleros del campo. Pero que te sorprendían con sus historias y hasta con su tradicional sabiduría. Había uno que era el Teófilo que se empeñó en mantener una lata llena de orines en la chabola, porque decía que este olor espantaba a los animales incluidas las bichas y pequeños roedores.
Lo primero que se nos enseñaban en aquellas clases de teórica, era el conocimiento del mosquetón, en todos sus elementos básicos, y la verdad que a algunos reclutas, quizás por nervios, no eran capaces ni de articular palabras alguna para explicar el dichoso mosquetón. Tal era el caso de un tal José Trassierra González, que siendo una excelente persona para todo, no era capaz ni tan siquiera de articular palabra alguna en referencia al mosquetón. Eso le costaba todos los días, el "irse arrestado" para cortar leña a la panificadora. Era ya tan habitual esta dinámica, que incluso él, solía adelantarse y muchas veces, al ser preguntado por el "Mosquetón" el ya contestaba: -Me voy para la panificadora- En este aspecto el Cabo 1º. Pilo, no tuvo ningún tacto, ni comprensión con este compañero. Quizás la poca edad del propio Cabo 1º. le hiciera comportarse como un ser totalmente impenitente y reiterativo con este recluta.
En el campamento cada dos por tres, se hacían ensayos generales de todos los batallones e incluso tocaba la música de “Ya está aquí el pájaro..." que era la marcha musical que anunciaba la llegada de algún general que iba a presidir cualquier la ceremonia.
El Campo de la "Parada Militar" y los desfiles, era mimado por los militares e incluso había un comandante que era el responsable de su cuidado y mantenimiento. En aquel año de 1966, el responsable era el comandante Sevilla, que montado en su vehículo militar no hacía nada más que estar continuamente vigilando el mantenimiento y preparación del Campo de Instrucción. Lógicamente el tenía a su disposición y mando a toda una Compañía de Veteranos, que bajo la dominación de Compañía de Servicios, aglutinaba en sus filas a: Fontaneros, Electricistas, Albañiles, Carpinteros, Pintores, y toda clase de profesiones que se pudieran necesitar en el Campamento.
A mediados del mes de mayo, era viernes y todos los cerros que nos rodeaban amenazaban tormenta, cosa muy frecuente a decir de los veteranos. Ya por la mañana, habíamos estado ensayando un simulacro de "Parada Militar", pues el sábado nos visitaba un general de División y había que hacerle los honores. Nada más terminar de comer empezó a sonar una tormenta algo aparatosa, y al momento cayó una tromba de agua impresionante, el campamento estaba rodeado de arroyuelos que de inmediato empezaban a parecerse a ríos de verdad. De pronto llega el teniente Márquez, y pide voluntarios para proteger de la inundación el campo de la "Gran Parada Militar", que para los militares era como el Gran Salón de su casa. Allí acudimos un montón de soldados, pero ya había bastantes más, que con piedras y sacos terreros, estaban subiendo el margen izquierdo de un arroyo que pasaba junto al Campo y amenazaba con desbordarse. Estamos hablando de cuando todavía este agua torrencial no se encauzaba en el pantano actual de Guadalnuño.
Entre truenos y relámpagos, la tormenta estaba descargando prácticamente encima del campamento, y daba hasta bastante miedo. Allí estaba el comandante Sevilla, muy alterado, dando órdenes sin parar, pues el Campo estaba a punto de inundarse. El agua bajaba por aquel torrente arrastrando ramas y toda clase de objetos abandonados por los soldados. Aquella era un espectáculo de ver el "ir y venir" de soldados de un lado para otro, sin poder resolver aquella inundación que según se parecía se nos venía encima, y que se notaba el nerviosismo del propio Comandante Sevilla, que daba ordenes sin parar y hasta gesticulaba a grandes voces. De forma sorprendente y cuando más arreciaba la tormenta y el agua caía torrencialmente, el caudal de aquél arroyo que era como un auténtico río, empezó a bajar de forma ostensible y todos sorprendidos empezamos a mirar para arriba sin explicarnos lo que estaba pasando. Entonces, todos extrañados, nos dio por mirar cerro-arriba, y vimos bajar a un recluta, con un pernil del pantalón arremangado, la camisa fuera, sin gorro y con una azada al hombro, y empezó a gritar:
¡¡Ya está arreglado mi comandante, ya está todo arreglado, no hay que preocuparse!!.
El comandante Sevilla, principal interesado en el asunto, le preguntó:
¿Qué ha hecho usted?
-Nada, le contestó el soldado, eso lo he hecho muchas veces en mi campo. Cuando llueve mucho y hay peligro de correntía, nos vamos a la cresta del cerro, y allí hacemos un hoyo muy grande, y de golpe rompemos la pared de dicho hoyo, y el agua hace un remolino y se desvía la mayor parte para otra pendiente.
Al comandante Sevilla, le faltó poco para darle
un beso a aquel sencillo recluta de un pueblo de Extremadura, recluta al que
casi todos los días de instrucción, el cabo 1º Pilo Sanz, le arrestaba a cortar
leña para la Panificadora, por no saber explicar el mosquetón, Se trataba de
José Trassierra González.
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