jueves, 1 de abril de 2021



MIÉRCOLES SANTO

 

El Miércoles Santo es el día que sale Nuestro Padre Jesús del Calvario. Él nos habla de las dificultades y de los “calvarios” por los que ha pasado este barrio de San Lorenzo. Hambre y enfermedades fueron una constante en el vivir de sus gentes, humildes entre los humildes de uno de los barrios más populosos de Córdoba: en los años cincuenta del siglo XX llegó a tener más de 25.000 almas. Un recuerdo especial para mi madre, para la que este día era el más feliz del año, ya que salía el Cristo de sus padres y de sus antepasados. Ellos mejor que nadie podrían hablar de las dificultades que la Hermandad, como su barrio, padeció a la largo de su historia. Pero todo merecía la pena sólo con ver la sonrisa de ese rostro, que lo comprendía y lo perdonaba todo.

 

Por eso, en aquellos años cincuenta, el día grande de la Semana Santa para San Lorenzo era el Miércoles Santo. Las casas y las calles, que por lo general carecían del alumbrado adecuado, sin embargo brillaban más que nunca, y la plaza era como una ribera con un río de gentes que afluía de todas sus calles para ver a “su” Cristo. Y aquel río se formaba a la ida y al regreso de la procesión. Allí surgían aquellas saetas llenas de espontaneidad y sencillez, como si de oraciones contenidas se tratara, que habían esperado la oportunidad para manifestarlas públicamente ante los mismos vecinos. Vecinos de todas las calles del barrio, chicos y mayores, acudían al encuentro del Señor. Además, lo primero que hacía la procesión, antes de subir en busca del resto de Córdoba, era dar la vuelta al encuentro de los suyos por las calles Ruano Girón, San Juan de Letrán, Frailes, Jardín del Alpargate y María Auxiliadora, tomando contacto también con los vecinos de calles como Trueque, Juan Palo, Alvar Rodríguez, Montero, Agua, Ciegos o Queso. Hoy ya no ven pasar por allí a su Cristo.

 

Y es que el barrio le prestaba a la Hermandad gran parte de su propio estilo y forma de ser, y llegaba a hacerse tan consustancial que, con todo el derecho del mundo, creemos que es pertinente añadir a la larga relación de privilegios y advocaciones del título de la Hermandad el nombre del barrio, la Hermandad “de San Lorenzo”, como una nota distintiva más, y no menor precisamente.

 

Andando el tiempo, ya en los años ochenta, durante el añorado mandato de José María Gutiérrez, “Guti”, y Pepe Vivas, se dieron unas apoteósicas “recogidas” del Cristo. La saeta se convertía en lamento solemne del amanecer, en aquel marco de la plaza de San Lorenzo, siempre abarrotada de un público expectante, silencioso y respetuoso, identificado con aquel acto de saetas “cuarteleras” protagonizado por unos cantaores de flamenco encabezados por el popular “El Pele”. Desde el balcón de Cándido (antigua Casa Lola) intercambiaban lamentos y quejíos de culpabilidad por la Cruz que portaba el Calvario. Un espectáculo para no olvidar jamás. Muchos creímos que detrás de aquel cruce de saetas estaba la Hermandad. Pero no era así. La Hermandad, por boca de Pepe Vivas, era la primera sorprendida. Luego nos enteramos de que todo aquel maravilloso espectáculo estaba encargado por el singular Miguel López Fernández (hijo de Miguel López Salas), que por amor a su barrio de San Lorenzo lo organizaba en penitencia.

 

 

ALGO DE HISTORIA

 

En torno a un buen hombre del barrio llamado Santiago Repiso, se forma en 1722 la  Hermandad del Calvario, para intentar ayudar y comprender mejor las vicisitudes y penurias de sus vecinos. Su primer desfile por el campo del Marrubial fue el 25 de agosto de 1722, aunque es más tarde, el 9 de octubre de ese mismo año, cuando figura la fecha oficial de fundación con el propio Santiago Repiso como primer Hermano Mayor. Al principio con muy pocos hermanos, pero en dos años ya se alcanzó un par de cientos de afiliados. No eran de los estamentos privilegiados: en el listado aparecen jornaleros, zapateros, carpinteros, panaderos, y otras profesiones de gente sencilla. 

 

La Hermandad, por influencia de otra persona clave en estos primeros años, el Padre Trinitario Ambrosio, encarga una talla de Cristo al taller de los propios frailes trinitarios, sito en el Convento de Nuestra Señora de Gracia, muy cerca del lugar donde se construirían casas lindantes con su huerta, conformando una calle que se llamó primero Empedrada, por ser la primera calle que se empedró del barrio, luego se llamó Ciegos (topónimo hoy limitado a un pequeño callejón cercano) y posteriormente Frailes, su nombre actual. En estas casas vivieron a mediados del XX gente muy popular como los Carrillo, los Acaiña, el “Caliche”, la familia de la "Garrota" o los "Churumbaque".

 

Volviendo atrás a los tiempos de la fundación de la Hermandad, en ese taller trabajaba un lego trinitario que, casualidades de la vida, resultó ser un genial artista: Fray Juan de la Concepción (1686-1738). Aprovechando que hizo el noviciado en Granada, aprendió allí el oficio de escultor, aunque no cabe duda de que la cualidad de artista ya la llevaría dentro de sí.

 

Era hijo de Pedro González de Herrera y Teresa de Luque, domiciliados en el barrio de San Pedro, donde sería bautizado:

 

"Parroquia de San Pedro libro de bautismos nº 7 página 473 v. 

 

En la ciudad de Córdoba en veinte y cinco días del mes de mayo de mil seiscientos y ochenta y seis años yo el licenciado Andrés Jiménez de Aranda, teniente, bauticé a Juan Antonio Rafael hijo de Pedro González de Herrera y de doña Teresa de Luque, su mujer. Fue su padrino Francisco Antonio Rico al cual avisé el parentesco espiritual que contrajo, siendo testigos José de Mesa y Luis Callado y de ello doy fe y lo firmé ut supra.

 

Firma: Licenciado Andrés Jiménez de Aranda".

 

Este fraile lego, a decir de algunos insignes escultores como Antonio Castillo Ariza o Juan Martínez Cerrillo, tenía un “aire especial” para conseguir unos rostros especialmente dulces, quizás por una fuerza que le brotaba desde una fe sencilla. Al parecer, por el Cristo del Calvario cobraría 900 reales.

 

Al tener voto de pobreza con renuncia expresa a su legítima y otras ventajas, sus trabajos o encargos no están notariados, por lo que en el Archivo de Protocolos no deben de aparecer registros de su importante obra. No obstante hemos localizado como obras de este singular escultor, además de la imagen maravillosa del Cristo del Calvario, las siguientes:

 

-       Una imagen de la Inmaculada Concepción para la Hermandad de San Rafael en 1734. Esta imagen sigue estando en la iglesia del Juramento.

-       Una imagen de “Cautivo” de la Hermandad de Ceuta, por indicación del padre Ambrosio, que se encontraba entonces allí destinado. A esta imagen del Cautivo acompaña una imagen de Dolorosa, igualmente realizada por él.

-       También se cuenta como obras suyas un Nazareno del pueblo de Frailes (Jaén), la Virgen de la Luz de Santa Marina, según descubrió Juan Aranda Doncel, y la Divina Pastora que está documentada en la Iglesia de la Trinidad. También el Nazareno que aparece en el altar del Convento de Cister es posible que fuese realizado por él, ya que el obispo don Marcelino Siuri, fue el promotor del citado Convento, y existe como una relación en el tiempo entre el "lego escultor" y el obispo.

 

Por documentos que existen en el Archivo General del Obispado de Córdoba se sabe que al principio de la Hermandad del Calvario se suscitaron dificultades y roces con la Hermandad del Santísimo Sacramento ya existente en San Lorenzo desde hacía tiempo. Y es que el Cristo del Calvario, después de venir del Palacio Episcopal, donde estuvo un mes después de ser bendecido, no tenía altar propio donde colocarse. Provisionalmente se colocó en el altar entonces de Ánimas, conforme se sale de la sacristía (donde hoy está el altar de la Borriquita), y posteriormente se llevó a un altar de la capilla del Sagrario donde había un Jesús Preso.

 

Pero la Hermandad del Santísimo Sacramento y Nuestra Señora de los Remedios tutelaba esta capilla del Sagrario, ya que ella misma la había realizado y labrado, incluida su solería, y aducía que en los dos altares laterales que allí había, en uno había estado de siempre una imagen de Jesús Preso, y en el otro una imagen de San Nicolás. Se quejaba la citada Hermandad de que por decisión del rector de la parroquia se colocase la imagen del Calvario donde siempre estuvo la imagen de Jesús Preso (que había venido de la ermita de san Martín o de Nuestra Señora de las Montañas, en la calle Montero) y la de Jesús Preso en el altar de San Nicolás.

 

Aparte del conflicto, indudablemente en este altar el Calvario no podía recibir un culto adecuado, porque no se podía celebrar ni tan siquiera Misa. La capilla de San Roque, la actual del Calvario, era propiedad de un tal Toboso, y estaba convertida en aquellos tiempos poco menos que en una atarazana. Gracias a la intervención del Hermano Mayor Antonio Rubio, se rehabilitó convenientemente esta capilla y allí se entronizó, por fin, Nuestro Padre Jesús del Calvario.

 

Todos estos documentos vienen a reflejar a las clara la humildad que casi siempre rodeó a la Hermandad, y en muchos casos la incomprensión. En el barrio, o lo que es igual, "del Realejo para abajo", se fue imponiendo, sobre todo a partir del descreído siglo XIX, una forma de vivir y sentir más inclinada a la cultura que "destilaba” el mostrador de las tabernas. Se imponía el absurdo criterio de que “las cosas de la iglesia eran asunto de mujeres”. Si eso era en cuanto a la asistencia a los cultos, lo mismo pasaba por pertenecer a cualquier Hermandad o salir de nazareno en ella. Lo de las túnicas, o salir de nazareno, salvo honrosas excepciones, se decía que “era cosa de la gente más joven”, y de la “chiquillería”. Y del "Realejo para arriba" tampoco venía casi nadie interesado en salir de nazareno. Sin embargo, esto no sería óbice para que el Cristo adquiriese una gran devoción entre la gente sencilla, pero la devoción no tenía nada que ver con el sentido de Hermandad. Sin embargo, hubo dos Hermanos Mayores que revirtieron la tendencia y revitalizaron la Hermandad: Don Juan de Austria y Carrión a principios del XX y José María Gutiérrez en los ochenta. Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.

 

 

LA VIRGEN

  

El Calvario salía en procesión casi siempre solo, si bien hace casi un siglo contó con la ayuda de un Cirineo y posteriormente con el consuelo de una Verónica. En contadas ocasiones, le acompañaban con sus propios pasos el Rescatado o el Cristo de Gracia, cuyas Hermandades también padecían dificultades de todo tipo, apareciendo o desapareciendo cada cierto tiempo, si bien quedando siempre la veneración popular, eso sí, de sus imágenes. A partir de 1918 cambia la situación en el Calvario con la llegada como Hermano Mayor del citado Don Juan de Austria. Una persona de fuera del barrio, y un nombre de abolengo. Dotó considerablemente a la Hermandad de atributos (entre el saqueo la invasión francesa y la languidez del XIX apenas quedaba nada) y se recuperó cierto esplendor. Por sus buenas relaciones con el Convento de Jesús Nazareno, que entonces pertenecía a la feligresía de la parroquia, obtuvo  de las monjas que dejaran la imagen de la Nazarena para que acompañase al Señor en su procesión del Miércoles Santo. Pero eso sí, al siguiente día la imagen tenía que ser devuelta ipso facto.

 

En 1939, Juan Martínez Cerrillo, que ostentaba un cargo de responsabilidad en la Hermandad realiza la imagen de la Virgen del Mayor Dolor y Esperanza. Para modelo de esta imagen tomó apuntes de la señorita Araceli Chacón, cuñada de Manolo Cabello "Minguitos”, una muchacha guapísima que se llegaba todos los meses por su taller de la calle Santa María de Gracia a cobrar el alquiler, ya que su padre, el célebre sastre Chacón, era el dueño de la casa. Pero sólo procesionó hasta 1945. Surgieron desavenencias en torno a la imagen, por lo que Cerrillo, que la tenía cedida a la Hermandad, ese año optó por retirarla. Entonces la Hermandad encargó a Antonio Castillo Ariza y a su ayudante Díaz Jiménez la imagen de la actual Virgen del Mayor Dolor.

 

Este asunto debió afectar mucho a Martínez Cerrillo, que se desentendió de la Hermandad. Pero nunca se vio afectada su gran devoción como cristiano por el Cristo del Calvario, ni su reconocimiento como artista de que era una talla única, sobre todo por su rostro, al que siempre llamó "El Cristo de la Dulce Mirada".

 

La Virgen del Mayor Dolor no iba a tener tampoco un camino fácil. En 1953, con Enrique de la Cerda como Hermano Mayor, en los talleres de la prisión provincial hicieron un paso para la Virgen. Supuso un gran esfuerzo y tuvo mucho trabajo, pero el paso no era el indicado por su tremendo peso para poder llevarlo a hombros. Tras muchas vicisitudes, que acabaron en que dejase de salir, en 1981 se reintegra a la procesión… llovió y tuvo que suspenderse antes de llegar a San Andrés

 

Un día de 1984 coincidí con Martínez Cerrillo y Andrés Valverde Luján en la consulta del médico don Joaquín Añón, muy cerca de donde vivía Cerrillo. Le recordé a Valverde cuando ganó el Concurso Nacional de Aprendizaje, en la modalidad de talla, en 1956, y me contestó que tenía muy buenos recuerdos de aquellos tiempos en el taller de la calle Abéjar que compartían su padre Rafael Valverde y Cabello. otro gran profesional. Le hablé de los gallos de pelea que siempre tenían allí, y dijo que aquella era una afición muy extendida por San Agustín, con la taberna de Casa Ramón a la cabeza, que regentaba el "reñidero" de la plaza de Capuchinos. Martínez Cerrillo, al mencionarse "Capuchinos", se puso como en guardia, llegando a decir "con la edad que tenemos, no hay recuerdo que se mueva que no nos aporte bonitas sensaciones”. Entonces me atreví y le pregunté por su Virgen del Mayor Dolor y Esperanza, y me dijo que era la que desfilaba en procesión con la Hermandad de los Estudiantes de Jaén. Luego hablaron los dos artistas de las buenas tallas de Nazarenos que había en la provincia de Córdoba, y Martínez Cerrillo mostró nuevamente su debilidad por el Cristo del Calvario, diciendo que el que lo talló (no se sabía su autoría entonces) debía tener una gran fe en lo que estaba haciendo, volcando todo lo que tenía dentro de su corazón. Conocida por Valverde su admiración por la "expresión del rostro" del Calvario, Martínez Cerrillo le añadió que en 1951 lo casó don Antonio Campos González en el altar del Calvario, altar en el que luego bautizó a todos sus hijos.

 

Lo que no pudo saber Andrés Valverde era que cuando Martínez Cerrillo murió en 1989 su familia estaba advertida de que quería llevar la túnica del Cristo del Calvario. 

 

 

LAS FLORES

 

El adorno del paso siempre suponía un esfuerzo extra. Las Hermandades solían emplear flores “locales”, adquiridas de huertos próximos. Así, el Calvario las compraba habitualmente de los huertos de la calles Buenos Vinos, San Juan de Palomares y Anqueda. Recuerdo sin embargo que fue más de una vez adornado con flores que íbamos a recoger a la granja que el hermano mayor José María López Parejo poseía en la Avenida de Cádiz, detrás justo del Bar Jardín. También me comentaba Pepín Sánchez Aguilera que después de la guerra, y a consecuencia de la “sequía” de lluvia y de dineros, hubo que adornar el paso con las flores de las acacias que había plantadas en la plaza de San Lorenzo.

 

Las flores vienen ahora de viveros desde Holanda, vía Barcelona, y cuestan una auténtica fortuna que es mejor no mencionar.

 

 

LA PENITENCIA      

 

En aquellos tiempos, durante la Cuaresma, en las iglesias se oían cánticos en petición de perdón. Cada uno a su manera, por medio de aquellos cantos, pedía perdón por sus malos comportamientos. Hoy en cambio nadie pide perdón, vivimos inmersos en un ambiente de relatividad, donde cada uno se basta y se sobra para perdonarse a sí mismo o aliviarse de cualquier culpa o remordimiento.

 

Un vecino, Rafael Páez, “El Caracoles”, fue el primer penitente que recuerdo de aquellos años. Herrero de profesión, trabajaba en un taller que había junto a la Torre  Malmuerta, donde hoy está la farmacia. Colaboraba en el oficio de su padre, que era el dueño del taller, al que llamaban Mariano “El Cojo”. Pues bien, al padre, por meterse a arreglar una escopeta de caza, al parecer sin papeles, lo metieron en la cárcel mientras se decidían ciertas responsabilidades. “El Caracoles” deseoso de que la prisión de su padre acabara cuanto antes prometió salir aquel año detrás del Cristo del Calvario, arrastrando unas pesadas cadenas. Así lo hizo, hasta el punto que cuando llegó de vuelta a mi casa llevaba los tobillos totalmente ensangrentados. Él, según dijo, lo hizo todo por una penitencia. Al poco tiempo, en 1953 se marchó con su familia a trabajar a Barcelona y, como tantos, allí se asentó definitivamente. No obstante cuidaba todos los años de volver por Semana Santa para cumplir una penitencia que le había echado a su Cristo del Calvario, de acompañarle en su desfile por las calles de Córdoba mientras pudiera.

 

 

LA PAZ EN EL QUINARIO

 

En 1940 el Quinario de la Hermandad del Calvario se celebró con la colocación en el altar mayor de la flamante Virgen de la Paz y Esperanza. La verdad es que la ornamentación del Cristo y el altar, todo de morado, no encajaba para nada con el color blanco de la que luego sería llamada “Paloma de Capuchinos”. Fue a la terminación del Quinario cuando Antonio Estévez y el responsable de cultos de la Hermandad se dirigieron a Juanito Calero, dueño de la imagen, y le dijeron que esa imagen de Virgen “no encajaba en el color morado de la hermandad”. Tenía que llevársela. Así que la Paz y Esperanza se la llevaron a la iglesia de San Andrés, y después de un periodo de tiempo en casa del citado Juan Calero, con la intervención del Obispo, pasó definitivamente a la iglesia de Capuchinos.

 

 

LOS HERMANOS MAYORES

 

Que yo haya conocido y tratado, han sido Hermanos Mayores de la Hermandad del Calvario José María López Parejo. Manuel Pérez, Manuel Martínez, Enrique de la Cerda, Rafael de la Haba, Francisco García, Rafael Ortega, y José María Gutiérrez. Este último fue, en mi opinión, quizás el que llevó a cabo la labor más destacada de todos ellos, en compañía de su inseparable amigo Pepe Vivas. Fue sin duda una época de gran esplendor para la Hermandad, en donde se consiguió, desde la nada, el formidable paso del Cristo, con los esfuerzos económicos que se obtenían de aquella Caseta de Feria en la Victoria que llegaron a popularizar de tal forma que llegó a ser célebre con el apelativo de "Los de San Lorenzo".

 

Los demás Hermanos Mayores supongo que también realizarían cosas, pero estábamos más pequeños para poderlas apreciar. Sí recordamos no obstante, que don Rafael de la Haba, quiso incorporar al paso del Cristo una cruz labrada en madera un tanto en vasto que había donado el cura párroco don Juan Novo al poco tiempo de llegar a la parroquia, en 1955. Pero dio la impresión de que el Cristo del Calvario nunca quiso salir con la citada cruz, y desde entonces se haya colgada en el interior de la parroquia, debajo del rosetón. 


 

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