miércoles, 14 de diciembre de 2011

EL CANTE EN LAS TABERNAS DE CORDOBA

En Córdoba para hablar de tabernas estuvieron “homologados”, muchas personas, y entre ellas todos los miembros del grupo Cántico, pues además de ser poetas practicaron el arte de pasear y disfrutar por las tabernas de Córdoba. De ellos dimanó la agradable expresión, de que las tabernas eran como SANTUARIOS DEL VINO.

También tenemos que decir que Francisco Solano Márquez, nos describe afortunadamente en un libro, el entorno de las tabernas de Córdoba, con todo su colorido y detalles singulares.

Pero entre los cordobeses que amaron el mundo de las tabernas, con sus tertulias, sus copas y sus medios, no podemos olvidar a Manolo Carreño. Este hombre fue un cordobés que vivió, conoció y disfrutó todo ese mundo de las tabernas como pocos. Incluso desde los distintos medios de comunicación llegó a tener “su novela semanal” sobre estos lugares en donde se tomaba vino. Carreño, fue un hombre irrepetible en aquellos tiempos, que lo mismo traía a Córdoba a su amigo García Lorca, para que en compañía del joven poeta cordobés Alvariño, presenciara la “recogida” de las Angustias en su marco incomparable de San Agustín, que se tiraba un par de días “tieso” refugiado en el “despacho sótano”, que en la calle Cruz Conde, poseía, Agustín Fragero, (El Caballero de la noche), el cual, con la sola compañía de su inseparable galga “La Piñonera”, acogía a todos los “tiesos y desvaídos”, que circulaban por la noche cordobesa sin un duro.

Manolo Carreño, fue militar y al parecer la profesión la tuvo que dejar por incompatibilidad con su forma de ser. De su carácter de castrense lo único que heredó fue su capacidad para usar el sable, ya que casi siempre andaba dando “sablazos”. En una ocasión se encontraba en el Bar de los Cuernos (El Hispania Royal), y le preguntaron: “Manolo, tú no tienes patrimonio que vender?”, a lo que él contestó: “Sólo me queda el mausoleo familiar y eso no es material fungible”.

LA TABERNA EN LOS BARRIOS

La taberna en los barrios populares por aquellos años 1945-1960, se comportaban como auténticos “sofás”, muy apropiados para el psicoanálisis y la terapia de los trabajadores, que una vez terminada su agotadora jornada laboral, le decían a la “mujer”: “Niña que voy un rato a leer el periódico”. Muchas veces el hombre se marchaba a la taberna, para no estorbar a la mujer en las labores que esta realizaba en su estrecha vivienda. Al llegar a la taberna se encontraban con otros clientes habituales, que bien por estar parados, jubilados o dados de baja, permanecían mucho más tiempo a pie de mostrador. En las tabernas había tertulias, conversaciones e incluso hasta discusiones que eran perfectamente “moderadas” por el tabernero de turno. Al no existir el televisor, era el cartón verde, azul o color salmón, con los resultados de fútbol, la “pantalla ideal” que servía como motivo de todas las discusiones.

CASA “PEPE LA FILA”

Esta pequeña tabernilla estaba en la calle Ruano Girón (esquina con la calle el Trueque). El bueno de Pepe, (José Bejarano Meléndez) después de probar varios negocios, entre ellos la pescadería, la carnicería y otras intentonas, puso una pequeña taberna, para que la atendiera su hijo Antonio, que se encontraba en el paro. Allí con su familiaridad, logró una clientela de amigos que le fue fiel durante bastante tiempo. El paso inexorable del tiempo hizo cambiar las circunstancias y Antonio “la Fila”, cerró la taberna y se marchó a trabajar a la Universidad Laboral de Málaga.

Esta taberna permanecería abierta unos quince años y por ella pasaron muy buenos clientes teniendo que destacar “AL COJO CONDE”, que cantaba y tocaba la guitarra, cada vez que se animaba. Era un placer verle desplazarse en su pequeña moto, con el cante y la guitarra al hombro.

También pasaron por allí un tal URBANEJA y PABLO EL BIZCO, que cantaba de maravilla las colombianas. Más de una vez se presentó en la taberna el singular AUTOMOTO, al que había que invitarlo y además darle siempre algo, para que cantara. Muchas veces y desde Casa de Millán, se dejaba llegar por allí “El Talegoncito” (sobrino de María Zamorano la “Talegona”), que cantaba de forma maravillosa.

Aunque más jóvenes, alguna vez entraron en esta taberna por su afición al cante, José Mª Campos y su amigo Paquirri, allí se juntaban con su amigo José Sierra, otro buen aficionado al cante. Por cierto, que el amigo Campos, me comentaba, que un día fueron a casa de su amigo Sierra, en la Calle Frías, muy cerca de la antigua “Atarazana de perros” y se quedaron asombrados de que su amigo del alma, no tenía ni sillas para sentarse en su pobre casa. Allí su “espléndido sofá”, era un simple cajón, y hasta como mesa tenía un bidón de aquellos de la leche en polvo americana. Nunca se pudieron explicar como el bueno de Sierra tenía ánimos de querer escuchar cante flamenco.

CASA MIGUEL COSANO

Casa Manolo Armenta, era la taberna del barrio, pero en casa Miguel, era donde se refugiaban los que querían cantar y beber vino bajo la tolerancia de esa pequeña gran mujer que se llamaba Candelaria y que era la esposa del tabernero. Allí se concentraban una serie de clientes que casi todos eran forofos de aquel Atlético de Bilbao de entonces. Unos eran los hermanos Federico, Antonio y Miguel Morrugares, “Los cocos”, también entraban los hermanos Ríos, los hermanos Rafael, Paco y Pepe Misa y como no Rafael Fimia, Rafael Barrilero, Diego Villarejo, los amigos Paquirri y Parritas, y Vicente Soler, entre los más destacados. Allí muchos domingos se planteaban sesiones de cante al pie de aquel mostrador de azulejos verdosos, a los que les chorreaba el “sudor del tabaco”.

El cante en esta taberna lo protagonizaban un joven Manolo Vargas, otro era “El Paquiro”, pero también lo hacían, Pepe Misa “El mortera”, Eugenio “El pildorito” y Juan “El azu-quiqui”, entre otros. Miguel el tabernero era un hombre con poca suerte, pues a pesar de tener en su mujer Candelaria, a una excelente cocinera, se tuvo que marchar a Madrid, a principios de los años sesenta, porque el negocio no funcionaba. Lástima, porque por ese tiempo fue cuando el tapeo se puso de moda en todas las tabernas de Córdoba. No cabe duda, de que aunque su mujer guisara muy bien, el no servía para el bar, pues no tenía recato alguno en tener unos enormes dedos coronados con unas uñas “muy negras”. Además tenía la costumbre de sacarse de vez en cuando los mocos de la nariz con esos enormes dedos. Al poco tiempo de marcharse a trabajar a Madrid, volvieron por Córdoba, (1965), para presenciar un partido Córdoba-Real Madrid, y pudimos comprobar que el otrora “forofo Atlético”, ahora volvía siendo hincha del Madrid.

TABERNA LA PALOMA

Esta taberna, compañera de esquina de la Fuente de la Piedra Escrita, era el lugar a donde acudía mucha gente del barrio de las Costanillas y sus alrededores. Ya hemos dicho en otras ocasiones que durante el día se jugaba, a aquella lotería, en que los cartones se “apuntaban con chochos secos”. Esta lotería la cantaba el zapatero “El Sopo” que siempre se desenvolvió por esos lugares. Los Curro Roldán, Manuel Maldonado “El Mangui”, los Hermanos Salva, Los Gordillo, Los Ojeda, Los Calderón, Los Larrea, los Salazar, etc. etc. Eran asiduos a esta taberna, al igual que mucha gente en general de aquellos contornos.

Había un zapatero que tenía su banco de trabajo en los portales de la Corredera, que se llamaba JUANITO CALA, y que vivía en el Alcázar Viejo. Cantaba como los mismos ángeles. El frecuentaba esta taberna acompañado de su amigo Juan de Dios, y eran muchos fines de semana los que les daba hasta las cuatro de la mañana cantando. En aquella épocas (1948), estaba prohibido el que las tabernas permanecieran abiertas a esas horas de la noche y menos aún cantando. Más de una vez los propios municipales dejaban sus bicicletas a buen recaudo y se sentaban a oír el cante del citado JUANITO CALA. Otras veces y para que no se disgustaran los taberneros cantaba en Casa de Fermín. El hecho de que este simpático zapatero-cantaor, merodeara por este barrio, es que estaba pretendiendo a una chavala de la Calle el Cristo, que vivía en Casa de Lola Varo. La negativa de esta muchacha en el tema de amores, hizo que nuestro zapatero y cantaor, se marchara a trabajar a las Minas de Hellín.

CASA CASTILLO

En esta simpática y antigua taberna del Realejo se pasearon muchos cantaores. Unos mejores que otros, pero en general todos grandes aficionados. Allí solía cantar muy a menudo Luís Chofles Miranda, que cantaba de forma singular. Muchas veces coincidió en el cante con su cuñado Mariano Páez. También entraban los mellizos de la “casa de paso” de San Rafael, que bailaban y canturreaban por todo lo que querían. Curiosamente tenemos que recordar que uno de los mellizos, las pasó canutas cuando su madre le dio “suero” en sustitución de la leche que escaseaba. El suero procedía de la leche-aguada que sobraba de hacer los quesos. La lechera era Rafalita, la que vivió en la casa del rincón de la calle el Cristo, al lado del agricultor Gavilán, que por cierto se había casado con una preciosa mujer gitana. Con muchas dificultades el enfermo superó las altas calenturas y la infección. Esto lo solía contar el mismo “Melli” cuando ejercía de barbero en el arroyo de San Lorenzo, en un local detrás de la sultanilla que tenía la familia del platero Almirón.

También cantó bastantes veces en Casa Castillo, Ramón de los Llanos, que supo alternar en el cante con el más pequeño de los hermanos Blanco, de la calle Pedro Verdugo. Alguna vez que otra también tocó allí su guitarra el “Cojo” Murillo, guitarrista que vivía enfrente del Cine Astoria, y que enseñó a mucha gente a tocar la guitarra. El “cojo” Murillo era el hombre que mejor utilizaba la brillantina para decorar su ondulada cabeza. Su guitarra siempre formó parte de su impecable atuendo, que se completaba por un elegante reloj de bolsillo. Su madre Fuensanta, una excelente mujer que un día, nos facilitó una “botella esmerilada”, para que pudiéramos comprar vino de “20” en la “tasca” de Casa Soto, para celebrar el ascenso del Córdoba a Segunda (1956).

EL TORO AL QUE LE FALTABA UN HUEVO

En la Sociedad Plateros, entraba un veterinario, llamado Rafael Bonilla Vilela, gran aficionado al cante, a los toros y a los caballos, y que casi siempre estaba sentado en la ventana charlando con Agustín Jurado. Un día apareció por allí Rafael Lozano, antiguo empleado de Zafra Polo, y junto al incombustible Victoriano Lozano, se hicieron unos irrepetibles cantes. Ante la llegada de más clientes, formaron una animada tertulia, y como tema de la misma se habló de aquellos toros que le devolvieron en Córdoba, al famoso ganadero Victorino Martín, (Mayo de 1984). Rafael Bonilla, (veterinario de la Plaza), había tenido que rechazar un toro, ante el cabreo del todo poderoso ganadero de Galapagar. Al parecer el toro era uno de los más bonitos, por estampa y trapío, además de tener un pelaje cárdeno, pero le faltaba UN HUEVO, pues lo tenía “sin bajar”. El veterinario nos comentó que el toro era un animal precioso y posiblemente ideal para la lidia, por ello el cabreo del ganadero.

A casa de Castillo, vino el ganadero, acompañado de varios hombres del toro, después de buscar por varias tabernas de la zona, a Rafael Bonilla, el cual le había comentado que el podía “arreglar el huevo del toro”, para que pudiera ser lidiado en cualquier plaza y en especial en la plaza francesa de BEZIERS. Efectivamente, de acuerdo con el petulante ganadero, le “descolgó” al toro la bolsa del testículo y al estar hueca, se la rellenó de un postizo, pudiendo salir el toro a la plaza con dos huevos. Al toro después de su lidia le dieron incluso una vuelta al ruedo. .

CASA SOTO

Esta taberna situada en el Arroyo de San Lorenzo, enfrente de la Escuela Obrera, de D. Eloy Vaquero, “zapatones”. Se podía considerar como una tasca de suburbios, a donde entraban personas un tanto marginadas y rebotadas de otros sitios. Allí entraban muchos de aquellos “carreros” que nos sacaban el cajón de la basura de nuestras casas. Por allí aparecían algunas veces el “Leones” que cantaban maravillosamente por el Sevillano, entraba Antonio el “Cañoneras”, Fidel “El Revuelta”, el hermano de “Popeye”. (un héroe, de Sidi-Ifni), La taberna era como especie de un sótano muy mal aireado y de escaso alumbrado, pues parecía un trabuco en donde lo único que faltaban eran los piratas. Tenía sólo dos bombillas, eso sí que estaban permanentemente encendidas, pues el local no tenía ventana alguna. Allí entraba incluso hasta el “Ya queda poco”. Que se bebía el vaso de vino de un tirón. Pero quizás el cliente más asiduo era Juanillo Chofles, que si bien su hermano Luís, sabía cantar, el no tenía ni idea. Otro cliente que también se creía que cantaba, era Manolo Cerezo, que en compañía del Ángel Fimia, tocaban todos los palos, hasta que se cansaban.

MANUEL MALDONADO RUIZ “El Mangui”

Fue todo un personaje de las Costanillas. En su calle de la Rinconada de San Antonio, fue vecino de otra familia muy clásica de Córdoba, las Trujillos, que durante toda su vida han estado ligadas a su San Agustín. Este singular cordobés se cansó de cantar por todas las tabernas típicas de Córdoba. Cantó en casa del Pisto, en San Basilio, cantó en el bar Chaleco, en Casa Fermín, en Casa Basurte, en el Bar los Califas, e incluso en casa de Pepe el Habanero, a donde acudió un día acompañado del famoso Arturo Fernández. y de otro cantaor famoso como era “Marchenon”, hombre de pelo plateado que se arrancaba a cantar por todos los palos cuando le facilitaban como mínimo su paquete de tabaco de rigor.

El “Mangui” actuó en toda Córdoba, para hacerlo lo hizo hasta en la piscina del Carmen, en donde deleitaba a los bañistas con su cante y acompañamiento de guitarra. Su gran amigo el hijo de la “Coneja”, Curro Roldán, en su moto le paseo por todas las verbenas y fiestas populares de Córdoba. Fue de los primeros artistas contratados en aquel inicial tablao del Zoco de la judería. El “Mangui” amó a Córdoba, y según decía el betunero “El Conejo”, todos los limpiabotas de la Piedra Escrita, lo admiraban. Durante su vida cosechó muchas palmas en el mundo del cante. Cuando ya era un poco talludito, decidió probar suerte en el deporte del Boxeo aficionado, cosechando muchos aplausos en el Córdoba Cinema de verano y en el Cine Iris de la calle Abejar.

Los últimos tiempos de su vida los pasó con mucho sufrimiento, pues sufrió la amputación de sus piernas. Con mucho valor y gallardía se paseó por su Córdoba, en su “coche blanco” que brillaba como el nácar. Falleció en enero del 1994, y sus restos descansan en el Cementerio de la Salud de su amada Córdoba, muy cerca de los toreros, el Guerra, Lagartijo, Machaquito y el mismo Manolete.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

He disfritado mucho leyéndote,con
ese estilo tuyo,con ese amor tan grande a Córdoba y a sus gentes.
Fueron buenos tiempos,aquellos de
los cantaores de las tabernas.
¿Manuel,actualmente hay alguna ta
berna que se siga cantado?
Saludos.

Manuel Estévez dijo...

Amigo Ben


Hoy en las tabernas que no se habla nada más que de Madrid-Barceloba. y en su defecto de politica.

Quizás sea bueno, pero nos aparta mucho de aquel mundo que con todos los inconvenientes simplemente con tener un "jarrillo de lata" éramos felices.

Julio Anguita, dió no hace mucho una conferencia cerca de la torre de la Malmuerta, en donde hablaba, de la cultura "DE DESCONSUMIR".

En cuanto a las tabernas en que se cantaba, han desaparecido.

Ahora tabernas como la Sociedad de Plateros, hasta te atosigan los camareros para que comas.

Saludos.